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CINEMA DE PERRA GORDA

THE RIVER (1929, Frank Borzage) Torrentes humanos

THE RIVER (1929, Frank Borzage) Torrentes humanos

¿De qué manera se puede calificar un diamante al que admiras en su destello, pero procede de otro superior del que intuyes su sobrecogedora belleza? Trasladando ese aforismo a aquellos numerosos títulos que el cine silente nos ha legado de forma cuarteada en partes más o menos importantes de su trazado, quizá el ejemplo máximo de tal circunstancia esté representado en la mayestática GREED (Avaricia, 1924. Erich Von Strohëim), a la que una reconstrucción basada en fotos y elementos fijos, permiten al aficionado descubrir que nos encontramos ante una de las cimas del cine de todos los tiempos. Es más, lo que de ella quedaba en celuloide vivo ya nos facilita intuir el alcance de su grandeza. Comprado con GREED, la tragedia de THE RIVER (Torrentes Humanos, 1929. Frank Borzage) no proviene de la carnicería que en su momento propiciaron los responsables de la Metro Goldwyn Mayer a la obra maestra de Strohëim. Cierto es que tras el desconcierto que provocó su estreno en Estados Unidos, esta –intuyo que atrevida- obra borzagiana, sufrió una serie de cambios por parte de los mandatarios de la Fox que modificaran su estructura e incluyeron una parte final hablada, tal y como se venía imponiendo en dicho estudio con parte de sus producciones, para de esa manera introducir de forma absurda unos títulos que no precisaban de tal elección para ser admirados en su concepción original.

En cualquier caso, todo eso es historia, ya que lo que nos queda de THE RIVER, apenas ocupa algo más de la mitad de su metraje original. Una vez más para ello consultemos el indispensable libro de Hervé Dumont “Frank Borzage. Sarastro en Hollywood”, en el cual se nos detallan todos los pormenores y, sobre todo, la configuración original que presentaba esta película, de la cual actualmente solo se conservan cuarenta y tres de sus ochenta y cuatro minutos –aunque existe una reconstrucción que alcanza los cincuenta y cinco minutos, en la que se incorporaron imágenes de las secuencias ausentes, dando una idea de su configuración total-. Su visionado realmente me da la idea de que por sus características, nos encontramos muy de cerca en el ámbito de logros y resultados, del ofrecido por el gran director en su inmediatamente posterior LUCKY STAR (Estrellas dichosas, 1929). Hay una serie de elementos comunes entre ambas –la presencia de Charles Farrell como protagonista masculino, la incidencia del tiempo como elemento catárquico-, que me inducen a pensar lo que, en definitiva, ya señaló la crítica de su tiempo; que nos encontramos ante otro exponente de ese periodo dorado de la filmografía del gran realizador de 7th HEAVEN (El séptimo cielo, 1927). En definitiva, una prueba más de esa máxima del gran realizador norteamericano, que de manera especial en aquel periodo de su obra, proyectaba para la pantalla dramas provistos de una cadencia musical, en los cuales se dirimía el absoluto triunfo del amor –entendido este en su acepción más intensa-, dentro de contextos revestidos de enormes dificultades.

En esta ocasión, aquel aficionado que quiera atisbar lo que resta de THE RIVER, tendrá que ignorar una parte inicial del film –que divide su discurrir en las cuatro estaciones de un año-, centrada en el conflicto argumental que se plantea, y que supondrá el detonante del comportamiento posterior de la protagonista femenina –Rosalee (Mary Duncan)- y, sobre todo, la actividad que genera el impresionante decorado ideado por Borzage y hecho realidad por Harry Oliver en unos terrenos situados en las cercanías de Los Angeles. El metraje que podemos vislumbrar no nos permite asistir al nudo dramático que se ofrecerá en dicho episodio, que condicionará la personalidad misteriosa, huidiza y escéptica de la muchacha, siempre acompañada por un siniestro cuervo -recuerdo de su antiguo amor-, que se encuentra encarcelado.

El metraje que contemplamos, además de permitirnos contemplar ese sugerente marco físico de casas dispuesta en una ladera, dentro de una abigarrada composición arquitectónica, de la cual se despide el joven protagonista masculino –Allen John (Charles Farrell)-. En un momento determinado, el joven y atlético muchacho se sumergirá en un río, desafiándolo al acercarse desnudo a un torbellino, momento en el que Rosalee y él trabarán su primer contacto. A partir de ese momento, entre ambos se irá trabando una extraña atracción, ingenua en él, recelosa en ella, en el que con cierto alcance siniestro –esa perenne presencia del cuervo, la propia personalidad de la muchacha-, y no poco sentido del humor –esa partida de cartas que ambos desarrollarán, las constantes pérdidas de tren de Allen John-, irán forzando un latente erotismo en la relación entre ambos –la sumisión que el  ingenuo joven brindará a las peticiones de la muchacha de que corte leña y la sitúe donde ella desea, la manera con la que por vez primera toman contacto en sus cuerpos, al comprobar ella su altura situándose junto a Allen John de una manera altamente provocativa. Pese a la ausencia del proceso natural que nos brindaría la visón del material completo, lo que podemos contemplar de THE RIVER nos permite ratificar la maestría de Borzage para saber entretejer la fuerza de un sentimiento amoroso, emergido en el contexto y las circunstancias menos adecuadas para ello. El realizador introduce los recovecos del sentimiento más preciado, a través de esa cadencia casi musical que se basa en miradas, pequeños gestos, o instantes casi imperceptibles de llevar a cabo por otro realizador que no dispusiera de esa receta mágica que este sabía impregnar a su cine, en especial en este periodo tan dulce de su obra.

A través de todos esos matices, será imposible que no se produzca la catarsis, la prueba suprema del amor, que una vez más en el cine borzaguiano se encontrará ligada en el límite de la vida. Lo hará con la llegada del invierno, en medio de una tremenda nevada, en la que Allen John huirá despechado no sin antes haber demostrado a Rosalee que la amaba mucho más que su añorado Marsdon (al cual nunca veremos y que dio nombre a ese cuervo que este le regaló antes de ser encarcelado). Desfallecido entre la nevada, Allen será rescatado y llevado de nuevo junto a esa mujer que ya sabe que lo ama por encima de todas las cosas, y que solo implora al cielo que le salven. Y para ello no dudará, en un momento de enrome emotividad y sensualidad, en acostarse junto a él, inconsciente y desnudo como está, para proporcionarle el calor adecuado que pueda permitirle retornar a la vida. Allen lo hará poco a poco, en medio de breves visiones retrospectivas de ese pasado que ha fraguado su existencia. Sin embargo, para ellos, volverá de nuevo la primavera.

No soy capaz de intuir, en función de lo que podemos disfrutar de THE RIVER, si nos encontramos ante una de las cimas del cine de Frank Borzage, pero al menos ese metraje sí nos permite disfrutar y sentir la esencia de un relato que se sitúa a la altura de lo mejor de su cine, que en aquellos años era, sin duda alguna, una de las cimas de uno de los periodos más elevados del séptimo arte.

Calificación: 3’5

1 comentario

Feaito -

"The River" (1929) junto con "Lucky Star" (1929) son mis películas favoritas del periodo Silente de Frank Borzage, verdaderas obras maestras. Agregaría a modo de trilogía "City Girl" de Murnau, también con Charles Farrell y Mary Duncan.