THE EARTH DIES SCREAMING (1964, Terence Fisher)
Ignorada por completo incluso entre los más acérrimos seguidores del cine de su realizador, he de confesar que THE EARTH DIES SCREAMING (1964) -sin poder ser ubicada entre la cima de una obra de un nivel altísimo-, ha supuesto para mí una considerable sorpresa. Sorpresa por diferentes motivos. Uno de ellos -y no el menor-, por suponer una especie de "eslabón perdido" entre diferentes tendencias y títulos que cualquier espectador avezado en la ciencia-ficción cinematográfica podría reconocer de inmediato. Otro sería su entronque con la más sólida y noble adscripción al género dentro de Inglaterra -a mi modo de ver quizá menos numerosa pero sí más valiosa en su conjunto, que la desarrollada en el cine norteamericano-. Ni que decir tiene que supone un extraño paréntesis del realizador -adscrito en esos momentos a un contrato para la Lippert Films, para la que también filmó la simpática aunque para el propio realizador tan odiada THE HORROR OF IT ALL (1963)-, dentro de su legendaria andadura en Hammer Films. Cierto es que en años precedentes ya había experimentado con esta vertiente del fantastique -con propuestas tan estimulantes como FOUR SIDED TRIANGLE (1953)-, pero no era previsible que Fisher, que ya entonces había dado muestra de ser el adalid de la renovación que el terror cinematográfico registró a través de sus mitos más reconocidos, se inclinara con una propuesta de estas características. Curiosamente, tampoco sería esta la última, retornando a la S/F poco después, con dos títulos estimables pero de menos calado que el que nos ocupa, que personalmente no dudo -pese a sus pequeñas debilidades-, en incluir entre exponentes tan atractivos como la trilogía Quatermass, THE DAMNED (Estos son los condenados, 1963) de Joseph Losey, o el dúo que marca VILLAGE OF THE DAMNED (1960, Wold Rilla) y la posterior y a mi juicio más interesante secuela CHILDREN OF THE DAMNED (1964, Anton M. Leader).
Con todos ellos comparte esa atmósfera sombría, la descripción generalizada de una Inglaterra rural y anclada en el pasado, en unas tradiciones que no obvian su cultura, su racionalismo, sus lluvias, sus neblinas y también, por que no decirlo, su rutina existencial. Al contrario que el cine USA, la ciencia-ficción británica no recurría a la paranoia comunista para definir en ella su amenaza. Era más abstracta, más cercana y, quizá por ello, más creíble. A todo ese concepto, se adscribe plano por plano esta modestísima producción que apenas sobrepasa la hora de duración, desarrollada en apenas tres escenarios, con un equipo que no alcanza la decena de actores, y cuya acción en realidad es mínima. Pero he ahí la grandeza del cine y, sobre todo, las capacidades de un Terence Fisher, que supo no solo lograr de este limitado -aunque aprovechable- punto de partida, un conjunto francamente interesante, sino que de forma paradójica no solo logró superar -no era demasiado fácil hacerlo por otra parte-, referencias USA como la endeble y moralista PANIC IN YEAR ZERO (Pánico infinito, 1962. Ray Milland), si no anticipar imágenes y situaciones que veríamos planteadas más adelante en títulos como el igualmente menospreciado THE LAST MAN ON EARTH (1964, Sidney Salkow & Ubaldo Ragona) o incluso en la hipervalorada THE NIGHT OF THE LIVING DEAD (La noche de los muertos vivientes, 1968) -que con el paso del tiempo se nota que a la hora de llevarla a cabo, George A. Romero lo único que demostró es ser un voraz consumidor de este tipo de propuestas, que allanaron mucho lo que finalmente llevó a la pantalla sin grandes alharacas aunque aún inaudita repercusión.
THE EARTH DIES... se inicia de modo magnífico. Ya antes de los propios títulos de crédito, ayudados por el áspero blanco y negro fotográfico de Arthur Lavis, asistimos a una serie de accidentes en los cuales seres humanos inmersos en diversas situaciones, fallecen de forma repentina. Uno de ellos hace descarrillar un tren, otro provoca el estallido de un avión. El caos se ha adueñado de la campiña británica ¿Puede que sea en todo el mundo?. La cámara describirá una panorámica ascendente hacia el cielo -mientras se insertan los sencillos títulos de crédito-, girando más adelante hacia la izquierda siempre manteniendo la mirada hacia lo más alto -no es la primera ocasión que Fisher utilizará en su obra esa figura retórica-. La sensación de soledad y desolación, subrayado por la ausencia de sonidos habituales, y con el solo acompañamiento de esos cadáveres que se diseminan por aquellos parajes rurales, logran de inmediato trasladar al espectador una atmósfera de desasosiego, en la que el hecho de desarrollarse en exteriores, no contribuye en modo alguno a minimizar su impacto. Muy poco después aparecerá un coche militar tripulado por el piloto norteamericano Jeff Nolan (Willard Parker), el primer ser vivo que contemplaremos, y que muy pronto se erigirá como el cabecilla de un escasísimo colectivo humano formado por un falso matrimonio, otra veterana pareja –cuya esposa morirá por la extraña radiación emitida por uno de los supuestos alienígenas que poblarán la función-, y otro joven matrimonio cuya esposa se encuentra punto de dar a luz. Una escueta galería humana, quizá –preciso es reconocerlo- necesitada de una mayor matización en su trazado psicológico, pero que permite una suficiente base argumental para que Fisher pueda a través de ellos desplegar su talento narrativo, desarrollando la acción en apenas tres escenarios –el exterior en donde se inicia su argumento, el interior de una vivienda, donde los personajes mostrarán sus distintas actitudes y, por último, un hangar militar, en donde se describirán algunas de sus secuencias. En definitiva, la prueba perfecta de que en muchas ocasiones la ausencia de grandes presupuestos, un equipo técnico escueto, un cast reducido y apenas conocido –con la ausencia del más reputado Dennis Price-, no supone limitación alguna para desarrollar un relato inquietante, brillante combinación de S/F con el drama psicológico, que además ofrece una mirada bastante cruel sobre la condición humana. La aparición de esas miserias, egoísmos, la capacidad de supervivencia y ese lado oscuro y cruel inherente en nuestra propia configuración –un tema por otro lado explotado sobradamente en la obra fisheriana-, tiene en esta ocasión una extraña textura, una insólita configuración, que por momentos nos evoca el Edgar G. Ulmer de THE MAN FROM PLANET X (1951) –la configuración de los extraños ¿alienígenas? que pueblan la función-, en otros poseen un alcance inquietante y necrofílico –esos muertos que vuelven a la vida con las retinas de sus ojos totalmente en blanco-, y en determinados fragmentos se inclina por la adscripción del suspense. Será algo que sucederá en los minutos finales, en los que se descubre la matriz de la fuerza energética que genera la vida de esos seres-, mientras estos se disponen a fulminar a las dos únicas mujeres y el recién nacido que quedan con vida –un instante que me recordó lejanamente la posterior y magnífica conclusión de QUATERMASS AND THE PIT (¿Qué sucedió entonces?, 1967. Roy Ward Baker)-.
Hay ocasiones en las que el paso de los años proporciona a ciertas películas un valor suplementario. A tenor de lo anteriormente señalado, THE EARTH DIES SCREAMING es una de ellas, pero esa circunstancia no impide que, siendo considerada en sí misma, podamos destacarla como una muestra interesante –y apenas comentada- del género. Es más, esa consideración debería serle aplicada incluso siendo analizada solo por su consistencia dramática. Véase un ejemplo citado al azar, cuando en los primeros instantes del encuentro de Nolan y Peggy (Virginia Field), el primero descubre por parte de ella que en realidad no está casada con Quinn (Price). En ese momento la cámara describe un leve movimiento de acercamiento hacia ellos dos, destacando la relación que entre ambos se ha establecido a partir de ese momento. Es por ello que conviene dejar de lado el cierto maniqueísmo que preside el personaje de Price –por otro lado interpretado de forma impecable-, lo cargante que resulta el joven casado –Mel (David Spenser)-, y quedarse con la extraordinaria fuerza y, al mismo tiempo, la asombrosa sencillez que presiden los primeros minutos de esta atractiva película, que en modo alguno debe quedar oscurecida a la hora de analizar la obra de Fisher y, por el contrario, pueden retenerse con facilidad entre los fragmentos más impactantes que dicho género brindó a la cinematografía inglesa en aquella década.
Calificación: 3
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