THE VANISHING VIRGINIAN (1942, Frank Borzage)
Aun cuando su figura, sigue sin sobrepasar definitivamente el umbral del lugar que le corresponde en la historia del cine, es decir, el de ser uno de los más grandes cineastas de todos los tiempos, no cabe duda que contemplar cualquier película firmada por Frank Borzage, nos traslada a la estela de una sensibilidad que le era tan propia, tan intransferible, adaptándose a diferentes formatos, estudios y condicionantes de producción, en una dilatada trayectoria, iniciada en pleno y aún no perfeccionado periodo silente, y extendida hasta finales de la década de los cincuenta. Lo malo de una filmografía tan extensa como la suya -cerca de 90 largometrajes-, es que resulta complejo abordar la misma con la suficiente precisión. Lo bueno, no obstante, es que cualquier oportunidad de descubrir un título suyo, incluso en aquellos encargos en apariencia tan alejados a su mundo, ratifican las costurar de un gran hombre de cine y, sobre todo, nos permite disfrutar de propuestas que no suelen fallar.
Este enunciado, punto por punto, se cumple a la perfección en THE VANISHING VIRGINIAN (1942), con la que Borzage filmó de nuevo al amparo de Metro Goldwyn Mayer, la adaptación cinematográfica de la novela biográfica que Rebeca Yancey Williams, escribió en 1940, evocando la figura de su abuelo, Robert Davis Yancey (1855-1931), durante numerosas legislaturas, fiscal de distrito en Lynchburg (Virginia). A partir del relato de este recorrido biográfico, esta película, se erige fundamentalmente, en una muestra más, de una de las corrientes más entrañables del cine de Hollywood; el Americana. Un contexto en el que, años después, la propia Metro propondría ejemplos tan magníficos, como los posteriores INTRUDER IN THE DUST (1949, Clarence Brown), o, sobre todo, el extraordinario STAR IN MY CROWN (1950), una de las cumbres del cine de Jacques Tourneur. Justo es reconocer que en estos primeros años cuarenta, era la 20th Century Fox, quien apostaría con mayor entusiasmo por este tipo de relatos, centrados en la vida costumbrista de la Norteamérica rural, especialmente de la mano de nombres como Henry King -quizá el cineasta que con mayor convicción abordó este subgénero-, o el mismísimo John Ford.
Ecos de los relatos firmados por uno y otro realizador, se encuentra en esta mirada bucólica, basada en el pequeño detalle, en vivencias cotidianas, bañada en una irresistible aura de calidez que, en última instancia, se erigirá como su cualidad más intrínseca. La película se inicia en 1916, describiéndonos la vida diaria de la familia protagonista, en una amplia vivienda ubicada en un contexto rural, en el que el colectivo encabezado por Robert (encarnado por un espléndido Frank Morgan) y su esposa Rosa (Spring Byington), apenas pueden con el constante torbellino que marcan sus cinco hijos. Hijos, cada uno de ellos enfrascado en sus propias dinámicas y anhelos, conformando un, por momentos, delirante caos familiar, en una casa, que tiene el comedor, donde tendría que estar la biblioteca. Será el marco para que nuestro protagonista, deambule eternamente despistado y cuestionado, lanzando inofensivas soflamas, e invocando cada dos por tres los derechos constitucionales que le asisten. Todo ello, conformará una crónica cotidiana, desucesos banales, a través de los cuales, se articulará una mirada sobre un modo de entender el mundo. En alguna crónica, se han llegado a invocar ciertas semejanzas con la posterior THE SUN SHINES BRIGHT (1953), de John Ford. Profundizando en este argumento, no cuesta ver en esta obra de Borzage, ciertos paralelismos que, bastantes años después, reutilizaría Ford en THE LAST HURRAH (El último hurra, 1958). Sin embargo, lo que en este último título, aparecía teñido de irrefrenable amargura, en THE VANINSHING VIRGINIAN queda envuelto en un hálito bucólico, pese a que en todo momento, la mirada más reflexiva de su esposa, nunca deje de intuir la posibilidad de que, en un futuro más o menos próximo, Robert sea derrotado en las urnas.
Pero mientras este augurio, se plantera en la película de manera tan inesperada como elíptica, el film de Borzage no dejará de apelar, con la aparente ligereza de un relato que se acerca con sensibilidad, a la entraña de sus personajes, a temas tan controvertidos, como la consolidación de los derechos de la mujer -esas hijas que se rebelan ante las imposiciones paternales cara a su futuro, o el planteamiento sufraguista, que comandará un antiguo amor del protagonista, al que envolverá en una tan incómoda como divertida situación-. Esa apuesta por lo cotidiano, por una visión optimista y relajada de la existencia, no impedirá que en el seno de THE VANISHING VIRGINIAN, se inserten cuestiones tan polémicas como el racismo -no olvidemos, que nos encontramos ante una producción de 1942- y que, si bien, el mismo no dejará de esbozarse con ese impecable sentido de la elipsis que incorpora Borzage al conjunto del relato, no dejará de brindarnos la impagable secuencia del juicio, en la que el fiscal se embadurnará el rostro de tinta china, logrando desdramatizar una vista que se preveía letal para el condenado de raza negra.
En cualquier caso, sin dejar de desatacar en la medida que merecen, esas pinceladas, no es menos cierto que lo mejor, lo más memorable del film de Borzage, reside en su personalísima y sincera concepción del melodrama, y la traslación de los sentimientos que, a través de sus imágenes, acercan al espectador el alma de sus personajes. Lo plasmará ese banjo cantado por el conjunto de la familia, en la puerta de la vivienda veraniega de la madre de Robert. En la fuerza de la secuencia, en la que el veterano criado negro, salva a los dos hijos pequeños del fiscal. En el momento arrebatador -quizá el más hermoso de la película-, en el que el fiscal descubre el cuerpo sin vida de este, recogiéndolo, y finalizando la secuencia, con el rostro trasfigurado de Robert (memorable Morgan). O, que duda cabe, en la contenida emotividad de su funeral, en el que el jurista es invitado a ofrecer su elegía.
Y en un relato, en el que se omiten de manera sorprendente, las últimas elecciones ganadas por Robert -faltando a la palabra dada a su esposa, de retirarse de la política-, antes habremos podido vivir la intensidad del paseo del veterano matrimonio, por esos árboles en los que, muchos años atrás, se comprometieron en matrimonio. Pero la derrota llegará, y en pantalla la misma se mostrará como si la misma no tuviera importancia. Sí que habremos podido comprobar con más detalle, los esfuerzos de su mujer, para que, temiendo con fundamento la llegada de este revés, el apego de su familia, reunida ya con sus hijas casadas y consolidadas como tales adultas, sirvan como atenuante al previsible hundimiento moral de nuestro protagonista. Este descenderá a desayunar con la alegría de siempre -probablemente, impostada-. Sin embargo, no se esperará que, al abrir la puerta para salir a la calle, sus gentes de siempre -caracterizadas por su avanzadas edad, un detalle bastante significativo-, le jaleen, e incluso animen para una próxima campaña. Ese era Frank Borzage. Capaz de mirar el mañana con optimismo, convencido por la fuerza del amor. Amor de una familia, de una esposa y de un pueblo, tal y como plantea esta estupenda y totalmente olvidada THE VANISHING VIRGINIAN.
Calificación: 3
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