NAPOLEON (1955, Sacha Guitry) Napoléon
Que el cine ha sido generoso con el tratamiento de la figura de Napoleón Bonaparte, no solo es una verdad incontestable, sino una opción llena de lógica. De pocos personajes en la historia de la Humanidad se han podido extraer tal cantidad de matices y reflexiones cara a su tratamiento dramático en la pantalla. Es así como desde la apuesta brindada por Abel Gance en pleno cine mudo, hasta la encarnación hollywoodiense del personaje a cargo de Marlon Brando, pasando por la narración de sus más célebres batallas, lo cierto es que el recorrido sobre la filmografía que ha generado el personaje daría pie a todo un grueso estudio. Y estoy seguro que en ese hipotético tratado, habría que consignar un apartado muy especial, para la que puede ser sea al mismo tiempo la visión más certera, escéptica, respetuosa y crítica, sobre la figura de Bonaparte. Era evidente que no se podía esperar otra cosa de NAPOLEON (1955), viniendo de la mano de una de las personalidades más apasionantes del cine francés –habría que extender ese carácter a un concepto más amplio dentro del ámbito de la intelectualidad gala- y, por ende, del cine europeo; Sacha Guitry. Cierto es que antes de contemplarla, albergaba cierto temor, en la medida que nos encontramos en el periodo final de su obra –Guitry murió un par de años después-, había visto hace algunos años su previa –y algo irregular- SI VERSAILLES M’ÉTAIT CONTÉ (Si Versalles pudiese hablar, 1954), en la que su brillo habitual se veía algo mermado, y mucho me temía que esa adscripción del francés a un determinado tipo de gran producción, provista de deslumbrantes repartos y lujoso cromatismo, fuera un cierto elemento que neutralizara el ingenio del cineasta, dramaturgo, actor, guionista. Había otro elemento que me predisponía en contra; la larga duración de la película, que se extendía a tres horas de duración.
Por fortuna, todos mis prejuicios se disiparon casi desde su primer instante que, es cierto, alberga algunas secuencias –no demasiadas- en las que el ritmo decae, pero que vuelve a mostrarnos a un Guitry en plena forma, deleitándonos con un relato en el que esas tres horas de duración se devoran como un suspiro, y en las que el cineasta, una vez más, vuelve a demostrar su casi inagotable ingenio y su más que notable dominio de la técnica cinematográfica. Pero además de ello, cultiva con magisterio el diálogo sarcástico y distante, logra un reparto deslumbrante en pequeños roles –atención al casi irreconocible Erich Von Strohëim encarnando a Beethoven- y, sobre todo, vuelve a incidir en las constantes que definieron toda su obra cinematográfica; su profundo conocimiento de los recovecos del comportamiento humano, puestos por lo general en práctica como catalizadores de mecanismos de poder. Es por ello que, quien espere ver en el NAPOLEON de Guitry una visión rigurosa o basada en los elementos de masas –aunque los ofrezca- o en la brillantez como se exponen las batallas –aunque estas aparezcan con claridad, debidas a la tarea del posterior realizador Eugene Loirie-, es preferible que desista del interés de contemplarla –y por ello no me extrañan algunos comentarios que desacreditan el film basados en una ausencia de rigor histórico o de falta de acción-. Claro está, que poco conocían la singular personalidad de este fascinante cineasta, capaz de atrapar un caudal de lucidez en sus películas, sin por ello tener que renunciar a la fantasía sobre los personajes históricos en los que trabajaba. La historiavfrancesa, supuso para Guitry un caldo de cultivo fascinante para su visión de intelectual distanciado, lúdico, bon vivant y, cada vez más, desencantado –a lo que no dudo contribuiría no poco tanto la comprometida situación que vivió al ser acusado de colaboracionista con los nazis en la invasión francesa de estos, o su propia decrepitud física.
NAPOLEON se inicia con la reunión de un grupo de cortesanos, encabezada por el influyente Tayllerant (un rol que Guitry ya había encarnado en la excelente LE DIABLE BOITEUX (1948). En la misma se anuncia la muerte de Bonaparte, elemento que dará pie a la narración del propio realizador / actor, con el particular matiz de hacerlo “como si hubieran pasado cien años” –un artificio narrativo que permite que la película nos relate incluso el destino final de los restos del emperador varias décadas después, a su retorno a Francia-. A partir de ese instante, la película será otra muestra brillante, chispeante, épica por momentos, crítica en otros, en torno a la figura que protagonizará la función. Una vez más, el realizador galo no se interesará por los aspectos más comúnmente conocidos y resaltados –aunque tampoco los desdeñe-. De nuevo adentrará su recorrido sobre la biografía de Bonaparte, que se iniciará a modo de postal adentrada en una estampa sobre sus primeros años de vida. A partir de ese instante, asistiremos a su singladura biográfica, pero siempre “a la manera” de Guitry, que aparece como si en su cine se brindara una mixtura del Lubitsch de las puertas cerradas, los ingeniosos guiones históricos de Preston Sturges –IF I WERE KING (Si yo fuera rey, 1938. Frank Lloyd)-, o la espléndida combinación de cine – teatro que brindaba el mejor cine de Mankiewicz. No es la primera vez que afirmo que sin la referencia de Guitry, quizá el realizador de ALL ABOUT EVE (Eva al desnudo, 1950) nunca hubiera alcanzado notoriedad como cineasta.
Pero lo que nos interesa en esta ocasión, es comprobar como un hombre ya envejecido como Guitry –que de nuevo confirma ser uno de los mejores actores de todos los tiempos; atención a esa inconfundible voz e inflexiones, imposibles de apreciar con un doblaje-, sabía no solo emerger de un proyecto que en manos menos diestras habría estado abocado al fracaso más absoluto. Por el contrario, se encontraba en un momento óptimo, llevando a cabo el segundo eslabón de esa trilogía sobre su visión sotto voce de la historia moderna francesa –iniciada con el antes citado SI VERSAILLES… y prolongada con la inmediatamente posterior SI PARIS NOUS ÉTAIT CONTÉ (1956). Y dentro de ese recorrido casi exhaustivo sobre una andadura vital que transforma y adapta a su manera, sin por ello saber transmitir quizá como ningún otro cineasta su importancia, su auténtica personalidad, sus contradicciones y su grandeza ante el pueblo francés, lo cierto es que este se expresa como un auténtico placer para paladares exquisitos. Un placer que tiene su base en unos diálogos de venenosa efectividad –confieso haberme carcajeado en no pocas ocasiones ante alguno de ellos-, pero en los que también coexiste –y es algo en lo que cada vez hay que incidir con mayor convencimiento-, una inteligentísima plasmación de cine – teatro, bajo la cual hay que reconocer en la figura de su artífice a un auténtico “autor” en la acepción más “cahierística” posible. Bajo la estructuración de estampas –es algo innegable-, se expone una narrativa precisa, consciente, aguda e inspirada en la mayor parte de su trazado. No le importaba a Guitry “epatar” con planos de gran complejidad –aunque cuando la ocasión lo requiriera los plasmara-. Realmente, él se sentía cerca de sus personajes, en líneas generales para ironizar sobre sus comportamientos, pero también para mostrarles su cariño –ver la visión que se ofrece de Josefina en los últimos instantes que mantiene con Napoleón ante de separarse de él-. Y, aunque solo sea como ejemplos extraídos al azar que sirvan como ilustración de esta aparente contradicción, citemos esa larguísima panorámica que recorre la inmensa capa que se está confeccionando al poco después proclamado emperador –un movimiento de cámara dotado de una demoledora capacidad crítica sobre la megalomanía del protagonista-, lo que no impedirá que más adelante inserte ese plano que muestra a nuestro protagonista durmiendo en el descanso de una batalla, pertrechado tras los tambores de sus soldados, retrotrayendonos incluso ecos fordianos.
Pero así era el cine de este francés olvidado, genial e irrepetible, capaz de obviar en el recorrido vital de Napoleón la referencia a su desafortunada invasión española –una simple frase de Tayllerant despacha tal episodio-, e incluso de mostrar con cruel ingenio las negociaciones que en Elba sufrió el reconocimiento de su propio cadáver. Fueron todo ello muestras del ingenio desorbitante de un intelectual que en su vertiente puramente fílmica, siempre recibo con placer. Pese a algunas pequeñas objeciones, NAPOLEON solo ha supuesto para mí ratificar ese enunciado.
Calificación: 3’5
3 comentarios
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Juan Carlos Vizcaíno -
Me encanta saber de tí, y me encanta sobre todo saber que no soy el único loco en el mundo en valorar que Sacha Guitry fue uno de los grandes - grandes del cine francés. La pena es que hasta la fecha -y estoy hablando de una década-, solo haya podido disfrutar de ocho, entre los poco más treinta films que componen su filmografía. A saber: LAS PERLAS DE LA CORONA, LA POISON, LE COMEDIEN, LE DIABLE BOTEUX, DEBURAU, REMONTONS LES CHAMPS-ELYSÉES, SI VERSALLES PUDIERA HABLAS y la mencionada NAPOLEÓN. De ellas, destaco LE COMEDIEN y LE DIABLE BOTEUX... pero ¡Cuanto me gustaría poder ir acercándome al resto de su filmografía! Descubrir el resto de la misma es uno de los placeres ente los que tendré que ir encomendandome en el futuro. Si tuvieras algun otro de sus títulos -con subtítulos en castellano-, me encantaría que te pusieras en contacto conmigo e hiciéramos un intercambio, jejeje. Seguro que dispongo de cosas que te podrían interesar.
Un abrazo, amigo
Roberto Amaba -
De las que he visto, para mi es la mejor película hecha sobre Napoleón. Y una de las mejores de Guitry, lo cual es mucho decir.
Con esa falsa ligereza histórica, deja clara la desorientación francesa una vez concluida la Revolución -¡no sabían qué hacer!- y de la cual no han salido, ni pinta que tienen. Cada poco se entregan a una especie de mesías para que los salve. Yo creo que, sinceramente, echan de menos la figura de un rey. Con él sí sabrían qué hacer, estoy seguro jajaja.
Todo desde el humor y la sátira, Guitry sabía que, además, nada había más doloroso para los franceses que mostrar esa situación así, sin dramas.
Un saludo.