Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

SI VERSAILLES M’ÉTAIT CONTÉ (1954, Sacha Guitry) Si Versalles pudiese hablar

SI VERSAILLES M’ÉTAIT CONTÉ (1954, Sacha Guitry) Si Versalles pudiese hablar

Creo que en la personalidad de Sacha Guitry queda representada una de las figuras y referentes más necesitados de rehabilitación del cine y teatro europeo, además de situarlo personalmente entre los tres mejores realizadores con que contó la cinematografía francesa a lo largo de su historia –junto a Jacques Becker y Robert Bresson. Una vez más, una elección muy personal-. Hasta la fecha solo he podido contemplar siete de sus películas, lo cual me lleva a procurar el acercamiento a una obra cinematográfica en la que se aúna el ingenio, la sabia adaptación de las fórmulas del “cine-teatro”, y una constante inclinación a la revisitación de episodios cercanos a la historia francesa, brindando una segunda mirada revestida de ironía y escepticismo, que en su conjunto revela un profundo cuestionamiento a modos, normas y prejuicios, que tanto se prodigan en los entresijos del poder.

La figura de Guitry es tan valiosa como controvertida, y es probable que la acusación a la que fue sometido al finalizar la II Guerra Mundial de colaboracionista con los nazis, favoreciera una mengua en la valoración de sus enormes cualidades como actor, guionista y realizador cinematográfico. En su conjunto, pienso que todas estas facetas complementaban una personalidad sorprendente, que adelanta por un lado las vertientes manifestadas por nombres como Orson Welles, pero que personalmente inclinaría más en las figuras de Preston Sturges y Joseph. L. Mankiewicz. Es más, siempre he pensado que Mankiewicz tuvo que tenerle como una de sus referencias más relevantes a la hora de iniciar su andadura como director de cine. Con el francés compartió su gusto por los trompe d’oil, la originalidad en la utilización de argumentos y guiones aparentemente ligados con la vertiente teatral, la ironía de sus planteamientos, el recurso a la voz en off o la mirada reflejada en el pasado. En todo caso, pienso que la obra de Guitry es valiosa, fresca, sorprendente y personal en todo momento, y pese al esfuerzo de algunos –empezando por François Truffaut, que fue el primero en hacer pública una llamada sobre la obra del veterano y polifacético creador-, aún está pendiente de una revisión lo suficientemente profunda para dar a conocer los matices de una de las personalidades más singulares legadas por la cinematografía europea.

Con la referencia que me proporcionaba el visionado y disfrute de varios títulos excelentes –entre los que me gustaría destacar los magníficos LE COMEDIEN y LE DIABLE BOITEUX, ambas de 1948-, es el bagaje con el que me adentré en las imágenes de SI VERSAILLES M’ÉTAIT CONTÉ (Si Versalles pudiese hablar, 1954), que es el primer título de la obra de Guitry editado en DVD en España. Tras haberla contemplado, nadie puede negar la personalidad y capacidad de ingenio desplegado por su realizador, guionista e intérprete en la película. Es evidente que nos encontramos ante un título de relativo interés y que cuenta con algunos momentos magníficos. Sin embargo, creo que su conjunto acusa una cierta desproporción y el desgaste o la inadecuación de unas fórmulas de probado éxito hasta pocos años antes, que quizá en esta ocasión se aplicaron dentro de un entorno cinematográfico en el que ya no tenían el debido acomodo. Una vez más, Guitry –que aparece al inicio y al final de la función encarnando su propio personaje y ejerciendo de nuevo como demiurgo con sus constantes e irónicas referencias en off- nos anuncia –tras unos títulos de crédito tomados con el largo discurrir de la páginas de un álbum repleto de personajes históricos- la narración de la historia del palacio de Versalles, pretendiendo reflejar en él el espíritu de la grandeur de Francia. La película queda dividida en dos partes. La primera de ellas es más extensa y lograda, reflejando especialmente el reinado de Luis XIV. Por su parte, la segunda detalla aspectos del reinado de Luis XV y Luis XVI, adentrándose hasta el presente del periodo del rodaje del film. De demasiado extensa duración –cerca de dos horas y media- e irregular densidad, incido en la mayor eficacia de su mitad inicial –extendida en unos 85 minutos-, quizá por que sus contenidos se centran en un retrato sumamente irónico y divertido del periodo de esplendor del absolutismo de Luis XIV, y en buena parte debido a que el retrato del monarca ya envejecido corre a cargo del propio realizador, quien realiza una composición –habitual en él- ciertamente magnífica. A su alrededor se sucederán las contradicciones, secretos de alcoba, hipocresías, servidumbres, grandezas e injusticias, de un periodo de dominio absoluto de Francia, y del entorno de un monarca que no duda en tener un incontable número de amantes e hijos, que es capaz de compatibilizar el esplendor y el poder absoluto con unas acciones caracterizadas por la austeridad, que destaca en su visión de futuro –la construcción de Versailles para dejar huella de su paso por el cargo-, que es capaz de casarse en segundas nupcias sin mediar amor por medio, que finalmente verá con escepticismo el final del absolutismo, y al cual irónicamente enterrarán en la más absoluta intimidad –y totalmente descuartizado en su cuerpo-, para no soliviantar los ánimos de unos ciudadanos sojuzgados y hartos de vivir en la miseria.

Por su parte, el fragmento posterior optará por una serie de pinceladas sobre el reinado de Luís XV –encarnado por Jean Marais-, extendiéndose algo más en su sucesor –Luís XVI-, en su relación con María Antonieta y el advenimiento de la Revolución Francesa, hasta ofrecer unas breves fragmentos sobre la evolución del palacio hasta el presente del rodaje. Precisamente ese carácter disperso y desequilibrado, supone la causa del menor interés del largo episodio, que finaliza con una secuencia que inicialmente roza lo grandilocuente, pero a la que la convicción con la que está rodada, deviene en un momento brillante; el descendimiento por la escaleras exteriores del palacio, del hipotético ejército de las distintas generaciones que forjaron las historia de Francia desde su edificación, trescientos años atrás. Es en este sentido, donde la primera y más extensa mitad, deviene un producto mucho más conjuntado –podría haber sido perfectamente estrenada como una película individual-, más reveladora del estilo de su realizador, ingeniosa y homogénea. En cualquier caso, y ello se aprecia en su conjunto, SI VERSAILLES… acusa una cierta irregularidad. Quizá se tratara una falta de familiaridad de Guitry con los nuevos modos con los que la industria francesa se acometía en su evolución cinematográfica. Y en ello la anuencia de famosos actores en papeles de corta presencia –Gerard Phillipe, Claudette Colbert-, no contribuye a la solidez del producto. Las secuencias de exteriores están rodadas con desgana y escasez de figurantes. Se detecta un desequilibrio que logra eludirse con las habituales invectivas irónicas introducidas por el realizador y guionista, bien a nivel de diálogo, la prolongación de un plano o un giro de cámara oportuno –esa panorámica a los bancos de la iglesia vacíos en la homilía combativa del predicador-. Aún conservaba Guitry parte de esa capacidad escénica y cinematográfica, pero lo cierto es que el conjunto se resiente de ese cierto decalage entre ambiciones y resultados, que en mi opinión eran muestras de un cierto agotamiento como realizador, unido a ciertas dificultades de producción –no comprobadas-.

En todo caso, con todas estas salvedades, y pese al lastre de una desmesurada duración, lo cierto es que SI VERSAILLES… sigue proporcionando elementos de regocijo y demostración de la valía de Guitry como hombre de cine. Cito solo dos al respecto; el primero sería la sincera confesión que –ya anciano- mantiene Luis XIV con su segunda esposa, en la que el le revela su ausencia de amor hacia ella, aludiendo al desgaste que proporciona el matrimonio. El segundo, llega en sus ecos hasta el propio cine mudo. Me estoy refiriendo a la composición del plano en el que el cardenal es destituido por orden de Luis XVI. Su largo primer plano y la iluminación del mismo, nos remite por su intensidad a los mejores instantes del cine silente.

Calificación: 2’5

0 comentarios