SHE-WOLF OF LONDON (1946, Jean Yarbrough)
A pesar del nulo aprecio que tenía por las contadas películas que había visto firmadas por el destajista Jean Yarbrough, lo cierto es que conservaba unas relativas esperanzas con el visionado de SHE-WOLF OF LONDON (1946). Esperanzas no demasiado grandes, pero que en alguna secuencia vista por azahar, destacaba en una cierta ambientación y el hecho de una supuesta originalidad al narrar una variación femenina de la temática de la licantropía. En este sentido, vana ha sido esta intuición, puesto que pese a su escasísima duración –no llega a alcanzar una hora de duración-, deviene paulatinamente en un producto carente de interés, que pronto se desprende de sus previsibles elementos de interés, acompañado de un guión sin interés alguno y que, lo que es peor, se ofrece como una de tantas propuestas de ambientación rutinaria, notoriamente deudoras de tantos y tantos éxitos de la época, y deja bien a las claras –por si alguien lo dudaba-, el enorme desgaste que la Universal demostraba en la producción basada en mitos del terror, planteada y ejecutada entrados ya en la década de los cuarenta.
SHE-WOLF… se inicia con un plano en contrapicado de la torre de Londres -¿Alguien se ha parado a contar cuantas películas se han iniciado así?-, con un rótulo que nos lleva a un Londres ubicado cien años después de la célebre maldición de los hombres-lobo. Allí se entrecruzarán dos inspectores de Scotland Yard comentando los sucesos y rumores que circulan en un parque londinense, con la joven Phyllis Allenby (June Lockhart) y su prometido Barry (Don Porter). Ambos –que van a caballo- disputan una carrera para determinar cuando se casan, regresando ella a su mansión, que está dirigida por la rígida Mrs. Whintrop (Sara Haden). La veterana ama de llaves tiene también otra hija que está decidida a casarse con un joven de baja extracción social –del que se encuentra enamorado-, decisión que quiere impedir su madre. En medio de esta circunstancia se van sucediendo los crímenes, adquiriendo conciencia Phyllis de ser la culpable de estos, al pensar que es la depositaria de la maldición de los Allenby, que los vinculaba con la licantropía. Debido a esa sensación –que se acentúa al verse por las mañanas con las ropas llenas de barro y las manos ensangrentadas-, recae en una enorme depresión y deja de verse con su prometido, lo que incluso le lleva a este a verse con la hija de la Sra. Whintrop. Poco a poco el cerco se irá estrechando en torno a Phyllis, hasta que sufra el acoso del ama de llaves, que secretamente ha sido quien ha urdido todo el plan, asesinando a los paseantes nocturnos del parque, e intentando envenenar a la joven con el objeto de simular su suicidio y favorecer la relación de Barry con su hija, alcanzando con ello una envidiable posición social.
Es cierto que tomando como referencia otras películas de Yarbrough caracterizadas por su acartonamiento, los primeros minutos de SHE-WOLF… tienen incluso una cierta destreza en sus movimientos de cámara, y el diseño de producción de la película es interesante –estoy seguro que el mismo se aprovechó de otra película precedente, lo cual en sí mismo no es nada negativo-. Sin embargo, todo deviene rutinario. La ambientación nocturna del parque londinense se reduce a un decorado reiterado y simulado con nieblas, los personajes no tiene ningún interés, el inspector regordete de Scotland Yard resulta odioso en su aparentes sentido del humor, y uno celebra que sea asesinado. El posible y mediano interés de sus inicios, pronto va revelando el carácter de película serial sin interés, del que se pueden retomar influencias que van desde el tourneriano CAT PEOPLE (La mujer pantera, 1942) hasta SUSPICION (Sospecha, 1941) de Hitchcock –reiterando el picado de la malvada ama de llaves portando un vaso de leche ¿les recuerda algo?-. En todo ello, la película únicamente enmascara su aparente condición de título de terror, para inclinarse hacia un relato de suspense victoriano. Una vertiente que permitió productos de interés, que lograban elevarse sobre dichos condicionantes. Lamentablemente, no es el caso de esta espúrea producción de la Universal, sin perfiles psicológicos de interés, con estereotipos engominados y mal interpretados, y con un remedo de guión que hace avanzar la historia sin rumbo alguno, pendientes de giros “sorprendentes” –ese final más o menos esperado, el recurso a la filmación de algunos planos inclinados, como todo el conjunto, sin fuerza alguna-, y que tan solo merece ser reseñado a nivel arqueológico para certificar la lamentable decadencia de la producción de cine de terror de un estudio como la Universal, que convendría resituar en la auténtica realidad de su valía –muy inferior en su conjunto a la de la R.K.O. en aquellos años-. Realmente, me sorprende que se intente “recuperar” productos como este, desprovistos de interés, y nadie haya reparado como ese mismo estudio produjo en 1947 una de las cimas del género en aquella década; la fascinante y olvidada THE LOST MOMENT (Viviendo el pasado, 1947. Martin Gabel), con la que comparte condición de serie B, pero de la que le separa el abismo que hay entre lo malo y lo casi milagroso.
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