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CINEMA DE PERRA GORDA

LE ROMAN D’UN TRICHEUR (1936, Sacha Guitry)

LE ROMAN D’UN TRICHEUR (1936, Sacha Guitry)

¿Podría suponer Sacha Guitry un precedente de la capacidad de fabulación visual desarrollada años después por Orson Welles? Quizá sea una boutade de improbable aplicación. Sin embargo, contemplando los primeros minutos de LE ROMAN D’UN TRICHEUR (1936), uno no deja de advertir los modos con los que su director y guionista asume el propio hecho cinematográfico. Como un auténtico juego, desarrollando ya en los propios títulos de crédito esa capacidad para ironizar por las propias convenciones marcadas por un arte que ya contaba con varias décadas de existencia y evolución. Nos encontramos con uno de los primeros exponentes que forjaron la filmografía del polifacético y –para mi- genial, autor, comediógrafo y cineasta francés, y ya en ella podemos atisbar su peculiaridad como narrador, su visión irónica hasta grados extremos de la existencia y, sobre todo, desmintiendo plano a plano ese aforismo que durante décadas condenó su cine como simple “teatro filmado”. Craso error, ante una formulación tan original en una obra única, que podrá ser admirada en un mayor o menor grado, pero a la que nadie puede rechazar en su acusada personalidad. Guitry fue uno de los primeros y más valiosos auteurs que mantuvo el cine francés, y en esta película –una original muestra de alta comedia-, lo demuestra, aunque cierto es que lo ofrezca de manera diferente a la puesta en práctica en posteriores exponentes de una filmografía para la que aún restaban numerosas muestras.

Ya lo señalaba al principio, al comprobar como los primeros minutos de LE ROMAN… describen la visualización de las personas que van a intervenir en el film, remarcando la reconocida egolatría del propio artífice del relato, cuya voz en off anuncia irónicamente la aparición de todos ellos. Sin embargo, la película se inicia de un modo revelador, la mostración ordenada de las cartas de una baraja ubicadas boca abajo, muestran el título de la película, como atisbando el mensaje final que su contemplación nos brinda; que la propia existencia es un juego que ha de ser degustado disfrutando su efímera condición. Ello será algo que nuestro protagonista vivirá de primera mano siendo pequeño, librándose de una muerte segura al evitar ingerir unas setas venenosas que ha recolectado su abuelo, al estar castigado por su padre. La manera con la que se muestra dicha situación trágica, ya nos avanza lo que promete esta divertida película, cuyo sentido del sarcasmo viene acompañado a sus singulares formas narrativas. De repente, la mesa en la que se encuentra toda la familia, pasa repentinamente a aparecer vacía, restando solo el pequeño díscolo. Es ya en estos momentos, cuando Guitry apostará por una formulación narrativa en la que en absoluto podemos hablar de teatro filmado, pero sí de una narración que sigue debiendo mucho al cine mudo –algo en sí nada reprobable, más bien al contrario-, y que se encuentra irónicamente reforzada por los constantes comentarios con los que Guitry sustituye a los propios diálogos. Tan solo en los intermedios de esos episodios que jalonan su vida desde la infancia, se nos mostrará al protagonista, veterano, arruinado y en la mesa de un café, redactando esas “Memorias de un tramposo” que han servido para rememorar su andadura existencial y que, en los últimos momentos de la misma, servirán para reencontrarse con un viejo amor –un gesto de nobleza al devolverle un reloj servirá para reiniciar una vieja relación y, quizá con ello, devolver la vitalidad a un viejo experimentado de la vida, que tuvo el amor como catalizador de su afilada visión de la existencia, no dudó en colaborar con mujeres ladronas de guante blanco, y que cuando mantuvo una auténtica relación, no le funcionaba esa extraña química que mantenía con una mujer cómplice, con la que amasó una fortuna en los casinos de Montecarlo. Será precisamente esa ciudad o, más en concreto, Mónaco, el país que Guitry fustigará sin piedad a través de sus comentarios e incluso situaciones dignas del más desaforado slapstick –el instante en el que al adquirir la nacionalidad monaguesca se le entrega el instrumento para ejercer como empleado de casinos, es tan divertido como resulta hilarante la descripción que se ofrece de un país de opereta, que se divide en la zona de sus habitantes; Mónaco y la de juegos; Montecarlo-. En este aspecto el francés deviene mucho más mordaz que el propio Lubitsch, siendo una muestra más de esa capacidad de Guitry para jugar con el lenguaje cinematográfico, utilizando el avance y retroceso de la misma situación a modo de moviola, y discurriendo esa evolución y crecimiento de su protagonista como un auténtico recetario de esa capacidad e inventiva que nuestro protagonista demostraba en uno de sus primeros títulos. Cierto es que LE ROMAN D’UN TRICHEUR no resulta su título más elaborado, pero si supone una apuesta valiente, que se atreve a resultar disolvente en los diálogos que acompañan al trágico desfile de los ataúdes que contienen los cadáveres de los componentes de su familia, y demuestra la extraordinaria capacidad para la lucidez de ese bon vivant que siempre fue nuestro protagonista. Cierto es que, en medio de ese constante despliegue de inventiva, lo principal que queda tras el visionado de la película, es esa apuesta del disfrute pleno de la existencia, asumiendo la misma como un auténtico juego. Lo importante en este caso, es que este hombre a quien se acusó de rodar teatro filmado, aplicaba en 1936 unas formas cinematográficas eminentemente visuales, con una clara nostalgia por el cine silente, y poniendo en práctica un sentido de la dramaturgia, del cual su caudal de ironía sigue manteniendo una considerable vigencia. Cierto es que en posteriores exponentes de su obra esta capacidad para sorprender al espectador –y que estoy seguro tomaba como pruebas de superación personal, me remito al casi inmediato LES PERLES DE LA COURONNE (Las perlas de la corona, 1937)-, tendrían exponentes aún más conseguidos, incluso cercanos al logro casi absoluto. No por ello hemos de olvidar el conjunto de cualidades que ofrece esta brillante, fresca e irónica propuesta, en la que la ironía y el sarcasmo devienen moneda corriente.

Calificación: 3

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