THEYRE A WEIRD MOB (1966. Michael Powell)
Aunque he de reconocer que no me cuento entre su creciente número de fervorosos, cierto es que se puede calificar el cine de Michael Powell de todo menos de poco personal. Una singularidad que se manifiesta especialmente en la vertiente visual de sus películas –nunca olvidemos la aportación de Emeric Pressburger- en la mayor parte de su trayectoria-. Ese arrojo, tratamiento del color y en ocasiones casi fantasmagórica composición y tratamiento de la imagen es el que ha permitido que su obra logre un gran prestigio. Personalmente creo que quizá esa indudable cualidad y ese rasgo de “rareza”, no estuvo siempre acompañada de propuestas dramáticas dignas de esta inquietud. Esto le sucedió incluso a otros directores más valiosos como Max Ophuls –por citar un nombre que igualmente se caracterizó por su personalidad-, pero creo que en el caso de Powell tuvo un peso mucho más evidente del que se reconoce.
Buena parte de este enunciado lo podemos comprobar en la que fue una de sus últimas realizaciones –ya firmadas en solitario-. Se trata de THEY’RE A WEIRD MOB (1966), una extraña comedia rodada en Australia y cuya historia narra elementos como la integración de la inmigración, la extrañeza de vivir en una tierra ajena a los orígenes de la persona, y por otra parte describiendo una mirada irónica a los usos y costumbres de una sociedad urbana –la de Sidney-, completamente abocada al modo de vida occidental. Todo ello pese a estar ubicada geográficamente en el otro extremo del mundo –y este detalle se muestra irónicamente por Powell al encuadrar la ciudad totalmente vuelta del revés-.
Allí llegará Nino Culotta (Walter Chiari) procedente de su Italia natal, ayudado por su primo –que ha dejado sin pagar a los que formaban parte de una revista allí editada-. Nino se verá prácticamente sin dinero y tendrá que ponerse a trabajar como albañil, profesión en la que logrará establecerse y ser apreciado por sus compañeros. Llegará incluso a vivir en la casa de un matrimonio amigo, mientras solapada y sinceramente intenta relacionarse con la hija del dueño del edificio en donde se enclavaba la sede de la revista –Kay Kelly (Clare Dunne)-, que se ha quedado sin cobrar por prestar sus instalaciones. Poco a poco, el italiano irá integrándose en las costumbres de su nuevo entorno –son destacados los “tropezones” verbales en los que incide inicialmente-, y finalmente logrará formalizar la relación, comprometiéndose en matrimonio, logrando hacer más femenina la hasta entonces fría personalidad de Kay, y llegando a comprar un terreno para edificar en él la vivienda en la que se desarrolle el futuro de su vida.
En sus primeros minutos, con la presencia de una irónica voz en off, la recurrencia narrativa al zoom, el luminoso cromatismo que brinda la fotografía del “hammeriano” Arthur Grant y, fundamentalmente, la imagen que transmiten los usos y modos, nos remiten forzosamente a esta comedia sixties y pop que tan generalizada estaba en el cine británico. Pero poco después, y ya cuando se plantean las desventuras laborales de Nino, la propia configuración de las secuencias nos trasladan al universo de Jacques Tatí y su personaje de Hulot. Pero es que en la película se introducen diferentes elementos, como pueden ser la presencia y el recelo que provoca la presencia de la emigración en los ciudadanos locales –el viejo australiano borracho que en la barcaza desacredita a los italianos- y varios más que quizá no se armonizan en el conjunto de un relato en el que coexisten secuencias, instantes y detalles realmente brillantes, pero que a mi juicio quedan dispersos –se llegan a esbozar algunos curiosos instantes en ralenti (la lucha de Nino en sus primeros pasos como albañil) o el sueño distorsionado que este tiene- en un conjunto agradable, divertido en ocasiones, entrañables las menos. En cualquier caso, una vez más el talento visual de Powell se pierde en cierta forma al servir un material bastante inconexo –la historia, centrada en los devaneos profesionales de Nino, repentinamente se dedica a otras vertientes y pierde densidad-. Pese a todos estos reparos, se trata de una singularidad dentro de la comedia de aquellos años, con suficientes elementos para ser tenida en cuanta, sobre todo por ser una de las obras menos conocidas de su realizador.
Calificación: 2’5
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