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CINEMA DE PERRA GORDA

LUNA DE MIEL (1958, Michael Powell) Luna de miel

LUNA DE MIEL (1958, Michael Powell) Luna de miel

Hacía bastante tiempo que tenía ganar de contemplar LUNA DE MIEL (1959), la película que el británico Michael Powell rodó en nuestro país, en coproducción con Cesareo González, y con el protagonismo del bailarín Antonio. Un proyecto en el que se contó con el guión del polifacético Luís Escobar –una de las escasas figuras que desde su abierta homosexualidad, pudo disfrutar de su actividad artística, incluso con personalidades extranjeras, en pleno contexto franquista-. Esa confluencia de exotismo, la mirada que podía ofrecer a un país lleno de contrastes, y dominado por un régimen autoritario, que en aquel entonces no había abierto su veda a la influencia turística. Cierto es que Powell –con o sin su compañero Emeric Pressburger-, siempre prefirieron en su cine exteriorizarse a través de dinámicas de atrevimiento artístico, en la confluencia de una singular demostración del Film d’Art que ya había brindado muestras clásicas, como THE RED SHOWES (Las zapatillas, rojas, 1948) o THE HOFFMAN TALES (Los cuentos de Hoffman, 1951).  Sin embargo, cualquier mediano conocedor de la obra de ambos, descubrirá el inequívoco compromiso antitotalitario que brindarán numerosos de sus títulos, algunos de los cuales se rodaron en plena II Guerra Mundial.

Cierto es que el título que nos ocupa, siempre ha parecido suponer una auténtica “patata caliente” a la hora de situarlo en la filmografía de Powell. El historiador Ian Christie apenas le dedica unas líneas, no muy estimulantes, en su interesante estudio sobre los dos cineastas. Y hasta cierto punto es comprensible ese desapego, a un título que en España se podría confundir con facilidad como una muestra más de ese cine folklórico que se adueñó de nuestras pantallas durante décadas, y en Inglaterra no se estrenó hasta 1962, eliminando metraje, sobre todo en algunos de los ballets, que suponen en esencia la conclusión de la débil pero no desdeñable andadura dramática del largometraje. Y es que, de entrada, LUNA DE MIEL narra los primeros pasos y la relativa consolidación de un matrimonio falto de alma. Es el formado por el granjero australiano Kit Kelly (el estólido Anthony Steel), recién unido con Anna (Ludmila Tchérina), que muy pronto descubriremos es una bailarina de prestigio, que ha tenido que retirarse de su vocación para vivir su futuro junto a Kit. Casi desde el primer momento, intuiremos que algo no funciona bien en una pareja dominada por la convención, sobre todo por la atonía de un marido ¡que bebe Pepsi Cola!, incapaz de ofrecer a su esposa, la pasión que esta reclama en su interior –y que la Tchérina sabe plasmar en su interpretación-. Es algo que se intuirá en un principio, a través de ese recorrido por diferentes lugares de la España rural, que a través de la cámara de Powell, en sus brillantes y en esta ocasión terrosos colores, nos transmiten un trasfondo de bellos y telúricos pasajes, pero en la que no se desaprovecha la oportunidad para mostrar el retraso de unos habitantes, que con habilidad muestra estáticos ante la presencia de la cámara, dentro de un enfoque casi documental. No será la única ocasión en la que Powell ofrecerá detalles más o menos críticos con esa España franquista. En la primera secuencia de baile en la que participa Antonio, en una casa de campo con patio, veremos al fondo discurrir un “moderno” camión, en contraste con la estampa pintoresca que estamos contemplando. En el instante en el que la cámara en pantalla ancha, encuadra a la izquierda la entrada al estudio de Antonio, veremos en el vértice opuesto un rótulo con el yugo de la falange, anunciando delante de un solar unas próximas viviendas de protección oficial. Más adelante, dentro de un gran plano general de la Gran Vía madrileña, veremos en segundo término como se cruza un cura con una antigua sotana. Finalmente, en una afirmación irónica de Kit ante una presencia de Antonio, exclamará “¡Este es un país libre!”. El que Powell estuviera fascinado por la personalidad española –lo que le ocasionó problemas en esta producción, ya que no pudo contar con colaboradores que deseaba, como Joan Miró-, además de permitirnos la presencia de un cameo de Edgar Neville en un almuerzo de sociedad, demuestra que el cineasta inglés no se encontraba ajeno a la realidad social del país que visitaba y rastreaba.

En cualquier caso, no son estas las intenciones de los responsables de la película, que a primera instancia se centra en uno de los diversos esfuerzos realizados desde España para promocionar la figura del bailarín Antonio, tan notable profesional de la danza como nefasto actor. En la película pronto se establecerá como oponente sensual y apasionado, a la atonía que en todo momento desprende Kit, provocando asimismo la fascinación de Anna, con la que comparten sobre todo la querencia por el baile y la danza. Será un elemento que muy pronto provocará la animadversión del esposo, abandonando ambos Madrid, y visitando el cuadro de El Greco, “El entierro del Conde de Orgáz”. Ante la sobrecogedora pintura, el matrimonio meditará, en una posición mística que no dudo Powell asumió de los Cary Grant y Deborah Kerr en AN AFFAIR TO REMEMBER (Tu y yo, 1957) de Leo McCarey. Será el inicio de una determinada inflexión, que se prolongará con esa breve, hermosa e impactante visita a la Mezquita de Córdoba, en la que el propio Powell aparecerá como guía. Será a partir de ese momento, cuando la premisa argumental quedará en un segundo término. En su oposición, viviremos de forma creciente ese extraño triángulo, en el que Anna y Antonio se verán unidos por la fuerza artística de la danza, mientras que el esposo de la primera será incapaz de asumir la sensibilidad y pasión que embarga a la antigua bailarina.

Será el terreno abonado en el que nuestro director echará el resto, en tres grandes ballets que, en realidad, son la justificación de la película, y que deberían situarse por derecho propio entre lo más hermoso jamás legado por el cineasta. El primero de ellos se filmará en la Alhambra de Granada, describiendo con deslumbrante sensibilidad el acercamiento y la sensualidad que se establecerá entre los dos bailarines, con una planificación y coreografía exquisita, elevando la fuerza de unos sentimientos que Powell transmite de manera única. Será el inicio de un crescendo, que se prolongará con las dos fantasías musicales que se sucederán, siempre bordeando el límite de lo surreal. En la frontera del fantastique, con el uso de una escenografía y una iluminación en ocasiones sobrecogedora, jugando con las perspectivas de unos decorados deliberadamente irreales, en primer lugar centrado en la fabulosa recreación del ballet de “El Amor Brujo” de Falla, en donde destacará la presencia como desencarnado del veterano Léonide Massine. Toda una sinfonía de pasión, creatividad y conjunción artística, en la que no se sabrá que admirar más, y que concluirá con el instante más admirable del relato. Al acabar la recreación, una turbada Anna tirará emocionada sus flores a Antonio, quien se las devolverá, recogiendo las flores su marido. De nuevo la cámara volverá al rostro de la protagonista, fundiendo con la evocación de la pasión entre ambos que manifiesta la imagen fundida de las fuentes de la Alhambra.

La turbación que anida en el interior de Anna, derivará la película hasta su vertiente más extrema. Los esposos dejarán Granada y viajarán hacia una ficticia e irreal Teruel, donde se insertará otro pasmoso ballet filmado, con música de Mikis Theodorakis, en el que se escenificará la leyenda de los “Amantes de Teruel”. Para ello, se mostrarán referencias a anteriores instantes de la célebre BLACK NARCISSUS (Narciso negro, 1947. Powell y Pressburger) –ese siniestro precipicio que aparece como catarsis de la protagonista-, al tiempo que la escenificación de alcance medieval retome un aura pictórica heredada del cuadro de El Greco antes visitado. Lástima de esa apresurada conclusión que impide resolver el conflicto planteado entre un matrimonio que seguirá pareciéndonos escasamente convincente. Y lástima también del servilismo final en tono de comedia en torno al imposible Antonio, rompiendo la intensidad que se ha alcanzado minutos antes. En cualquier caso, son elementos objetables a una película que merece mucha mejor prensa de la que tiene –estimo que en su mayor parte por desconocimiento o por haber contemplado su metraje amputado-, y que ni de lejos podemos situar en un lugar oscuro de la filmografía de un cineasta grande –con o sin su eterno compañero Emeric Presburger-. Esos rótulos de despedida en apariencia amables, esconden una intensa experiencia no solo de la singularidad española –tópicos incluidos- sino una mirada quizá no todo lo honda que cabría proponer, en torno a la crisis de un matrimonio sin alma, sin obviar en su imagen, no solo la fuerza expresiva de sus formas cinematográficas, sino oportunos apuntes en torno al retraso y falta de libertades, de esa sociedad que sotto vocce, era descrita.

Calificación: 3

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