THE GHOST AND MRS. MUIR (1947, Joseph L. Mankiewicz) El fantasma y la Sra. Muir
En el terreno del disfrute y la apreciación cinematográfica, hay que reconocer que el peso del recuerdo en ocasiones ejerce como freno a la revisión ante el temor de una posible decepción. Esa era para mí la posibilidad que se me planteaba al contemplar de nuevo THE GHOST AND MRS. MUIR (El fantasma y la Sra. Muir, 1947. Joseph L. Mankiewicz). Descubrí la misma en un lejano ciclo televisivo que TV2 dedicó a su realizador en 1986. Afortunadamente, este nuevo acercamiento solo ha servido para ratificarme en mi admiración hacia una película que considero –junto a THE HONEY POT (Mujeres en Venecia, 1967), también protagonizada por Rex Harrison-, la obra cumbre de Makiewicz –de la que solo me resta por ver ESCAPE (1948), curiosamente también interpretada por Harrison-.
Al parecer, Mankiewicz no tenía –al igual que sus otras películas iniciales filmadas para la Fox- demasiado aprecio por THE GHOST.... Una cuestión que solo habría que retener en la medida que fue un hombre de cine cuyas opiniones en la materia fueron frecuentemente poco afortunadas. Pese a este recelo por su propio artífice, la película emerge como una bellísima historia de amor en un relato entremezclado a partes iguales de tintes sobrenaturales y aire de comedia amable e irónica.
Nos encontramos a inicios del Siglo XX. Lucy Muir (Gene Tierney) decide abandonar, un año después de quedar viuda, el hogar de su familia política y decidirá vivir su vida junto a su pequeña hija Anne (Natalie Wood) y su fiel sirvienta Martha (Edna Best). De recursos limitados, Lucy logrará sin embargo prendarse de una vieja casa que está ubicada junto al mar, en la que pronto descubrirá la presencia de un fantasma; el del Capitán Gregg (Rex Harrison), diseñador y primer morador del edificio. Este se mostrará sorprendido y muy pronto admirado de la sensibilidad y capacidad de decisión de la viuda. De forma sutil se establecerá entre ambos una estrecha vinculación, que en ella se manifiesta al encontrar en el espectro a esa personalidad vital y atractiva que no fue su difunto marido Edwin. Por su parte, para el Capitán Gregg el contacto con Lucy supondrá una forma de revitalizar una existencia en el pasado llena de sentido de la aventura.
Esta armonía entre ambos llevará a Gregg a ayudar a Lucy cuando los recursos económicos de la joven prácticamente desaparezcan. Para ello le dictará la escritura de un libro que relata sus memorias como hombre de mar, que lograrán ser publicadas y alcanzar la estabilidad financiera de la viuda. Pero esa aventura editorial es la que llevará a la protagonista a conocer a Miles (George Sanders), un irónico y atildado escritor de relatos infantiles, sucumbiendo ante la indudable habilidad seductora de este. El fantasma de Gregg se mostrará incluso celoso, pero muy pronto comprenderá que lo mejor para su amada es dejarla que se relaciones con los mortales, una posibilidad que él no puede ofrecerle jamás. Por ello, decide desaparecer de su vida e incluso hacer olvidar su presencia en los recuerdos de Lucy. Pese a esta noble actitud, muy pronto Lucy descubrirá la verdadera catadura de Miles, decidiendo por ello vivir una vida tranquila y en soledad. Cuando su hija crezca y llegue a independizarse, en un encuentro con su madre logrará devolverle el recuerdo de Gregg. Pasarán los años y la vejez de Lucy se hará palpable. Se encuentra vieja y cansada y reposa en su butaca. La leche que porta en la mano se cae y su mano quedará inmóvil. Será el momento del retorno con el gran amor de su vida...
Previamente al inconfundible planteamiento que envolverá el desarrollo de su trayectoria como realizador muy pocos años después, en esta ocasión Mankiewicz se plegó a las excelencias de un espléndido guión de Philip Dunne –basado en una novela de R. A. Dick-, y a lograr extraer lo mejor de unos materiales de partida magníficos como la presencia de Gene Tierney y Rex Harrison, la maravillosa banda sonora de Bernard Herrmann, que alcanza en bastantes momentos un enorme protagonismo a la hora de realzar determinadas secuencias, o la fotografía de Charles Lang, que sabe plasmarse con una gran belleza a la hora de ofrecer los exteriores de la casa que centra la acción y lo suficientemente siniestra e inquietante en sus sombras amenazadoras cuando las secuencias se plasman mediante la iconografía del cine de terror –y en la excelente manera que se tiene de ir mostrando la presencia del fantasma, mediante un magnífico juego de envolventes panorámicas-. Y es que THE GHOST... se integra dentro de ese conjunto de comedias cercanas en su espíritu a Lubitsch –THE SHOP AROUND THE CORNER (El bazar de las sorpresas, 1940), CLUNY BROWN (El pecado de Cluny Brown, 1946)- y al mismo tiempo representativa de un conjunto de producciones que. en tiempos cercanos a la II Guerra Mundial y con sus traumas aún vigentes en la sociedad norteamericanas, apostaban por una visión amable de la muerte.
Pero el milagro de esta admirable película de Mankiewicz reside en su logradísima combinación de sutileza y romanticismo, en la espléndida identificación que establece con sus actores protagonistas -de los que logra una intensidad y química realmente admirable-, en la movilidad de una cámara que sabe permanecer o desplazarse en todo momento al lugar adecuado, o la manera que tiene de expresarnos el paso del tiempo –esa madera clavada en la playa en la que Anne inscribe su nombre, que va deteriorándose al transcurrir los años-. Quizá nunca en el cine de este realizador se dejó de lado planteamientos más o menos intelectuales o reflexivos –otra cosa sería determinar el grado de acierto de esta inflexión en sus diferentes películas; reconozco de antemano mi notable aprecio por el conjunto de sus obras-, y se implicó a fondo, con humildad y entrega en una propuesta que parecía sentir muy cerca, por más que en realidad se aleje de sus obsesiones posteriores. Y lo hace inicialmente con un planteamiento de comedia irónica –la separación de Lucy de su familia política-, y poco después aplicando de forma experta las convenciones del cine de terror –la presencia amenazadora de las tormentas, la oscuridad que se cierne en la casa, las voces del fantasma, ese retrato de Gregg que tiene amenazadoramente iluminado sus rostro en un habitación totalmente oscura-. Pero ya antes de ello hemos podido admirar la ligereza de ese vestido de luto de la protagonista, con ese velo trasero cuyo vuelo parece revelarse en la vitalidad de quien lo ocupa.
Y con esa misma sutileza, se establece el contacto y la posterior vinculación entre Lucy y el fantasma del Capitán Gregg. Agudos diálogos, las lágrimas de la viuda y su notable valentía ante su nuevo compañero, desarmarán a este. Serán por ello inseparables compañeros, en una de las más singulares y hermosas historias de amor que ha mostrado jamás la pantalla. Y esta se manifestará especialmente en ese espléndido uso del espacio escénico y el juego de ausencias y presencias del espectro, en su perfecta compenetración en la pantalla para que sus movimientos adquieran la suficiente espontaneidad de los correspondientes de Lucy –y en el que el retrato y el catalejo de este ejercerán en muchos momentos como sustitutos-, y para unos diálogos en los que, en ocasiones, una simple palabra o una mirada furtiva, hablan de forma más relevante sobre la realidad de los sentimientos que afloran en ambos.
THE GHOST... –que por cierto fue retomada en su argumento años después para dar vida a una remota serie televisiva-, es una auténtica obra maestra de emotividad, ligereza, romanticismo y entrega cinematográfica. Y hay que valorar para ello momentos en apariencia tan simples, pero en el fondo tan complejos, como esa visita de Lucy a la casa de Miles, donde sorprendentemente se encontrará con su esposa –ella desconocía que fuese casado-. No contentos con esa decepción, las breves palabras de Lucy muy pronto servirán para hacer comprender –con una simple mirada-, a su esposa, que esta ha sido también engañada por este embaucador.
Y los minutos finales constituyen una auténtica demostración de elegancia, capacidad ensoñadora y cariño por unos personajes. Ante el crepitar del mar va transcurriendo el tiempo envuelto por la bellísima melodía de Herrmann y esa inscripción del nombre de Anne aparece progresivamente deteriorado por el paso de los años. Y en ella se encuentra la espera inconsciente de Lucy, hasta que el ocaso de su vida signifique para ella el definitivo amanecer de su amor. De forma admirable, totalmente romántica y con una enorme emotividad, Lucy abandonará su cuerpo para ser recibida por el hombre de su vida y abandonar juntos las limitaciones de un amor que hasta entonces no podía ser pleno. Con ello, el cine norteamericano logró una de las más hermosas historias románticas de la década de los cuarenta, y una película sencillamente maravillosa, a la que el paso de los años no ha hecho más que consolidar el estar envuelta en un auténtico estado de gracia.
Calificación: 5
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