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CINEMA DE PERRA GORDA

Joseph L. Mankiewicz

ESCAPE (1948, Joseph L. Mankiewicz)

ESCAPE (1948, Joseph L. Mankiewicz)

ESCAPE (1948) ha sido y sigue siendo, el film ignorado por excelencia en la filmografía de Joseph L. Mankiewicz. Durante décadas todos aquellos que hemos transitado la andadura del director de THE HONEY POT (Mujeres en Venecia, 1967), intentamos acceder a una producción que suponía, además, la segunda de las cuatro obras que dirigió con el protagonismo de Rex Harrison, quizá el intérprete que mejor conectó con la mirada cínica e incluso llena de misantropía que extendió en el conjunto de su obra. Se trata además del título que rodó en el seno de la 20th Century Fox tras su memorable THE GHOST AND MRS. MUIR (El fantasma y la Sra. Muir, 1947). Motivos sobrados para acercarnos a este film invisible durante largos años, del que muy pocos –ni siquiera sus propios artífices- se detenían demasiado a la hora de comentar sus características. Parecía que nos encontrábamos ante una película de la que nadie quería hablar. Casi un corpúsculo molesto en la obra de un realizador considerado intocable. Y no toda la obra de Mankiewicz alcanza esa alta estima que le atribuyen sus admiradores –entre los que me encuentro-. Son varios los títulos que ratificarían esa por otra parte lógica irregularidad, extensible a otros sobrestimados exponentes. Tras contemplar ESCAPE, es fácil comprender ese oscurantismo que ha recaído sobre la misma a lo largo del tiempo, hasta convertirla en una película casi invisible. Quizá lo sea ese claro aspecto de serie B, que podría resultar ‘indigno’ en la obra de un cineasta ya consolidado dentro de la nómina del estudio de Zanuck. Nos encontramos ante la que fue la primera película estadounidense rodada en territorio británico, y, en cierta medida, es ese un valor suplementario que con el paso del tiempo fue imitado –con mayor o menor fortuna- por muchas otras producciones posteriores.

En esta ocasión, muy pronto la iluminación sombría en blanco y negro, del posteriormente prestigioso Freedie Young, acompaña una amplia panorámica de la cámara hacia la izquierda, trasladándonos a la prisión en la que se encuentra encerrado Matt Denant (Rex Harrison, como siempre, impecable). La cita en torno a la imposibilidad del arrepentimiento que inicia el relato, proveniente de la obra teatral de John Walsworthy, adentra al primer plano del rostro de Denant, quien muy pronto nos introduce a uno de los clásicos flashbacks inherentes al mundo del cineasta, trasladándose al pasado más o menos reciente de este, en calidad de heroico piloto durante la II Guerra Mundial, y la situación vivida en defensa de una mujer cuando es acosada por un agente, al que matará de manera accidental. En apenas unos minutos viviremos con gran sentido de la síntesis, la carencia de sensibilidad que rodeará el caso, asumido casi como una pesadilla por el hasta entonces piloto, quien será condenado a tres años de trabajos forzados en la prisión de Dartmoor –emocionante el instante en el que la mujer a la que defendió, llorará desconsolada al comprobar dicha condena leyéndola en la prensa-. La película tornará al momento presente, sin perder en ningún momento ese aire sombrío, hasta plantearse en medio de la niebla casi nocturna en la que siguen desarrollando sus tareas los presos, la decisión de escapar de un recinto ubicado en medio de unos páramos que nunca han permitido la huída de nadie.

Sin embargo, este logrará llevar a cabo su fuga, iniciando una especie de parábola que le hará vivir en carne propia las actitudes de toda una galería humana, descrita con bastante escepticismo por la cámara de Mankiewicz, y surgida de la pluma del sagaz Philip Dunne. Seres que van desde la mezquindad del compañero de taller de Matt –encarnado por un joven Cyril Cusack-, la rudeza del agente de policía sobre cuya muerte recaerá el epicentro del relato, la crueldad y frialdad que se observa en los tribunales de justicia, la chismosa responsable de una taberna, que no duda en escuchar la conversación que Denant mantiene por teléfono, el terrateniente que llegará a montar una batida a la hora de ofrecer la busca y captura del presunto delincuente, o incluso el vendedor de vehículos, cuya presunta honorabilidad llegará a ponerse a prueba de juicio por nuestro protagonista en el traslado que ambos acometerán. Es más, incluso en unos seres caracterizados por sus miserias más o menos declaradas, el inspector encargado de su captura –Harris (William Hartnell)-, aparecerá con un grado de cordura ausente en el entorno humano que irá descubriendo. En última instancia, el único apoyo que reciba será el de la joven Dora Winton (Peggy Cummings), quien pronto empatizará con el prófugo, no solo creyendo sus palabras, sino iniciando con él una extraña relación, que le llevará a romper con su prometido –al que nunca veremos-. Mantendrá incluso el apoyo de su hermana Grace (Jill Esmond), una mujer más curtida, admiradora en secreto del arrojo de su hermana, que quizá en su juventud ella no pudo albergar.

Escape resalta en el magnífico uso de los páramos exteriores que son captados con un magnífico sentido de lo sombrío –algo que aventuraría de manera rotunda Jacques Tourneur en CIRCLE OF DANGER (1951)-. Su ajustada duración permite que esta adquiera un considerable ritmo, y si bien uno echa de menos una mayor presencia del pathos, no es menos cierto que ese encuentro casi final del fugitivo a la capilla de la localidad, por más de reflejar no pocos tópicos en las manifestaciones del sacerdote, suponen el necesario contrapunto de serenidad y esperanza, para un hombre al que prácticamente no le queda ninguna salida válida, más que la que le puede proporcionar la joven Dora, capaz de esperar esos tres años para encontrar en él ese amor que desde el primer momento ha vislumbrado. Objeto de algunos cortes en el momento de su edición, ESCAPE es la prueba evidente de un relato que habla en voz baja, pero en su modestia no solo no merecía el ninguneo al que ha sido sometido durante tantos años, sino que debería situarse en un lugar encomiable dentro de una filmografía en la que no desentona en absoluto.

Calificación: 3

[TV] CAROL FOR ANOTHER CHRISTMAS (1964, Joseph L. Mankiewicz)

[TV] CAROL FOR ANOTHER CHRISTMAS (1964, Joseph L. Mankiewicz)

1964 supone para la sociedad norteamericana una auténtico referente convulso. La cercanía del asesinato de Kennedy, la creciente escalada de la “Guerra Fría” o los conflictos con Cuba, son elementos que configuran un contexto dominando en su superficie por el progreso de su población, pero entre cuyas rendijas se cuela el temor a una conflagración de consecuencias mundiales. Es una tendencia que en la gran pantalla ya se había hecho evidente desde incluso un par de años atrás, ofreciéndose títulos –buena parte de ellos emanados por los cineastas de la “generación de la televisión”, que van desde SEVEN DAYS IN MAY (Siete días de mayo, 1964) u la previa THE MANCHURIAN CANDIDATE (El mensajero del miedo, 1962), ambas firmadas por John Frankenheimer, FAIL-SAFE (Punto límite, 1964. Sidney Lumet). THE BEDFORD INCIDENT (Estado de alarma, 1965. James B. Harris) y la versión satírica brindada por Stanley Kubrick en la excelente DR. STRANGELOVE OR: HOW I LEARNED TO STOP WORRYING AND LOVE THE BOMB (¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú, 1964. Stanley Kubrick).

 

En medio de ese contexto de tensión sociopolítica internacional, y con la previa repercusión alcanzada en el tratamiento de ficciones basadas en futuras y temibles consecuencias del mismo, es cuando sorprende la presencia de la producción televisiva titulada CAROL FOR ANOTHER CHRISTMAS (1964), auspiciada y dirigida por Joseph L. Mankiewicz, probablemente exhausto después del monstruoso rodaje de CLEOPATRA (1963), tras el cual no retomó los rodajes cinematográficos hasta cuatro años después, con THE HONEY POT (Mujeres en Venecia, 1967) –bajo mi punto de vista una de sus dos obras maestras-. La producción televisiva –al amparo de la financiación de la Xerox Corporation-, fue destinada a una serie creada en la promoción de la ONU. Es decir, que sus intenciones se han de configurar dentro de un objetivo concreto que, justo es reconocerlo, resulta tan loable en su planteamiento, como en no pocas ocasiones discursivo en su definitiva configuración visual. Pero no adelantemos apreciaciones.

 

CAROL FOR... mantiene de partida un equipo técnico y artístico de verdadero lujo. No es de extrañar, dada la personalidad de su realizador. Junto a un cast repleto de prestigiosos intérpretes, advertimos desde el primer momento la presencia como guionista de Rod Serling, mientras que podemos atisbar los intentos del ya consagrado Henry Mancini por prolongar una línea dramática en su registro como compositor, que ya había puesto de manifiesto en sus orígenes musicales con TOUCH OF EVIL (Sed de mal, 1957. Orson Welles), y más cercanamente en EXPERIMENT IN TERROR (Chantaje contra una mujer, 1962. Blake Edwards). Todo se pondrá al servicio de una curiosa actualización del célebre relato de Dickens A Christmas Carol, traslado al periodo de rodaje, y centrado en la figura de un adusto y acaudalado hombre de negocios –Daniel Grudge (un eminente Sterling Hayden)-, que vivirá la nochebuena recordando amargado la muerte –veinte años atrás- de su hijo en una acción bélica en la última contienda mundial. Una conversación que mantendrá con su apacible sobrino Fred (Ben Gazzara), pondrá de manifiesto una posición intolerante y reacia a cualquier percepción del mundo basada en el diálogo y el entendimiento. Grudge y su sobrino se despedirán no sin brindar por ese hijo ausente, dejando al magnate solo en su mansión. Será el inicio de una aventura inimaginable para él, en el que tendrá sendos viajes a unas navidades pasadas, otras presentes y unas futuras de tintes apocalípticos, que no solo aterrarán a nuestro protagonista, sino que por último le implicarán a un nuevo amanecer en el que sus planteamientos vitales se modifiquen por completo.

 

Bajo mi punto de vista, lo mejor de la propuesta realizada por Mankiewicz se manifiesta en sus quince minutos iniciales. Desde la atractiva manera con la que se introduce el marco de la acción, pasando de unos grabados a imagen real –y prefigurando con ello el inicio de la posterior SLEUTH (La huella, 1972)-, hasta el inteligente juego de cámara desarrollado en el interior de la mansión, incluyendo en ese fragmento los primeros atisbos de la nostalgia y rabia del protagonista ante la ausencia de su hijo muerto, ligeros apuntes que inducen a una presencia sobrenatural –esa música que suena sin estar el tocadiscos en funcionamiento-, o el diálogo que mantienen el protagonista con su sobrino, en el que una inteligente planificación casi nos adelantan el Cecil Fox (Rex Harrison) y William McFly (Clift Robertson) del ya citado THE HONEY POT. Son instantes revestidos de una impecable prestancia cinematográfica, desgranados en inteligentes diálogos, e interpretados de manera magnífica. La modulación que adquiere ese posterior brindis conjunto ante el retrato del soldado fallecido dos décadas atrás, supone una inflexión intimista que proporcionará al relato un componente humanista, que muy poco después oscilará por derroteros cercanos al fantastique. Por un instante, Mankiewicz parece trasladarnos a senderos marcados en su admirable y ya lejana THE GHOST AND MRS. MUIR (El fantasma y la Sra. Muir, 1947) –su otra obra maestra-, insertando a su atribulado protagonista escenarios en los que contemplará la relatividad de esos símbolos que defienden esos soldados que mueren en las guerras, a la habitual e invisible presencia de ese multitudinario colectivo de gentes necesitadas o, por último, a la latente presencia de un cercano apocalipsis que elimine de la faz de la tierra la raza humana.

 

De entrada poco cabe reprochar a la traslación efectuada por Serling de este clásico navideño. La actualización del referente literario y su integración en otro contexto diferente por completo, revelan a un guionista competente. Sin embargo, no puedo ocultar que en numerosos momentos calado discursivo de la propuesta llega a enervar. En bastantes ocasiones –sobre todo centrados en los personajes que encarnan los fantasmas de las navidades pasadas (de manera muy especial), presentes, y futuras (por más que Robert Shaw ofrezca de su retrato una labor llena de intensidad)-, el discurso y la intención nos remite a la impresión de encontrarnos ante cualquier episodio alargado de la serie que llevara a Serling a la fama televisiva –The Twlight Zone-, combinado por la influencia de algunos referentes cinematográficos citados al comienzo de estas líneas –entre lo que no sería ocioso señalar la presencia en el reparto del mencionado Hayden e incluso Peter Sellers (que compone un rol excesivamente bufonesco), recién salidos del rodaje del mencionado DR. STRANGELOVE...

 

Todas estas circunstancias limitan, y no poco, el alcance de una propuesta que, a mi modo de ver, esgrime fragmentos dominados por una veta intimista –el episodio que nos traslada al desolado y ruinoso hospital con niños quemados por la bomba atómica; la reacción que ofrece al mismo la excelente Eve Marie Saint-, o incluso la sutileza con la que se plantea en la pantalla esa modificación final en la concepción de la existencia por parte de Grudge tras su fantástica y catárquica triple experiencia. En ellas domina el mejor Mankiewicz, que estoy convencido se tomó el encargo de plasmar esta adaptación televisiva como un pequeño oasis profesional. La docilidad con la que introduce esas influencias tan cercanas antes señaladas, o el condicionamiento discursivo presente en todo momento sin que su componente estrictamente narrativo refuerce tal inclinación, no impide que nos encontremos ante un resultado curioso, desigual, pero en algunos fragmentos realmente atractivo, al tiempo que permita completar la mirada global ante uno de los cineastas más interesante surgidos en el cine norteamericano de su generación de posguerra.

 

Calificación: 2’5

THE GHOST AND MRS. MUIR (1947, Joseph L. Mankiewicz) El fantasma y la Sra. Muir

THE GHOST AND MRS. MUIR (1947, Joseph L. Mankiewicz) El fantasma y la Sra. Muir

En el terreno del disfrute y la apreciación cinematográfica, hay que reconocer que el peso del recuerdo en ocasiones ejerce como freno a la revisión ante el temor de una posible decepción. Esa era para mí la posibilidad que se me planteaba al contemplar de nuevo THE GHOST AND MRS. MUIR (El fantasma y la Sra. Muir, 1947. Joseph L. Mankiewicz). Descubrí la misma en un lejano ciclo televisivo que TV2 dedicó a su realizador en 1986. Afortunadamente, este nuevo acercamiento solo ha servido para ratificarme en mi admiración hacia una película que considero –junto a THE HONEY POT (Mujeres en Venecia, 1967), también protagonizada por Rex Harrison-, la obra cumbre de Makiewicz –de la que solo me resta por ver ESCAPE (1948), curiosamente también interpretada por Harrison-.

Al parecer, Mankiewicz no tenía –al igual que sus otras películas iniciales filmadas para la Fox- demasiado aprecio por THE GHOST.... Una cuestión que solo habría que retener en la medida que fue un hombre de cine cuyas opiniones en la materia fueron frecuentemente poco afortunadas. Pese a este recelo por su propio artífice, la película emerge como una bellísima historia de amor en un relato entremezclado a partes iguales de tintes sobrenaturales y aire de comedia amable e irónica.

Nos encontramos a inicios del Siglo XX. Lucy Muir (Gene Tierney) decide abandonar, un año después de quedar viuda, el hogar de su familia política y decidirá vivir su vida junto a su pequeña hija Anne (Natalie Wood) y su fiel sirvienta Martha (Edna Best). De recursos limitados, Lucy logrará sin embargo prendarse de una vieja casa que está ubicada junto al mar, en la que pronto descubrirá la presencia de un fantasma; el del Capitán Gregg (Rex Harrison), diseñador y primer morador del edificio. Este se mostrará sorprendido y muy pronto admirado de la sensibilidad y capacidad de decisión de la viuda. De forma sutil se establecerá entre ambos una estrecha vinculación, que en ella se manifiesta al encontrar en el espectro a esa personalidad vital y atractiva que no fue su difunto marido Edwin. Por su parte, para el Capitán Gregg el contacto con Lucy supondrá una forma de revitalizar una existencia en el pasado llena de sentido de la aventura.

Esta armonía entre ambos llevará a Gregg a ayudar a Lucy cuando los recursos económicos de la joven prácticamente desaparezcan. Para ello le dictará la escritura de un libro que relata sus memorias como hombre de mar, que lograrán ser publicadas y alcanzar la estabilidad financiera de la viuda. Pero esa aventura editorial es la que llevará a la protagonista a conocer a Miles (George Sanders), un irónico y atildado escritor de relatos infantiles, sucumbiendo ante la indudable habilidad seductora de este. El fantasma de Gregg se mostrará incluso celoso, pero muy pronto comprenderá que lo mejor para su amada es dejarla que se relaciones con los mortales, una posibilidad que él no puede ofrecerle jamás. Por ello, decide desaparecer de su vida e incluso hacer olvidar su presencia en los recuerdos de Lucy. Pese a esta noble actitud, muy pronto Lucy descubrirá la verdadera catadura de Miles, decidiendo por ello vivir una vida tranquila y en soledad. Cuando su hija crezca y llegue a independizarse, en un encuentro con su madre logrará devolverle el recuerdo de Gregg. Pasarán los años y la vejez de Lucy se hará palpable. Se encuentra vieja y cansada y reposa en su butaca. La leche que porta en la mano se cae y su mano quedará inmóvil. Será el momento del retorno con el gran amor de su vida...

Previamente al inconfundible planteamiento que envolverá el desarrollo de su trayectoria como realizador muy pocos años después, en esta ocasión Mankiewicz se plegó a las excelencias de un espléndido guión de Philip Dunne –basado en una novela de R. A. Dick-, y a lograr extraer lo mejor de unos materiales de partida magníficos como la presencia de Gene Tierney y Rex Harrison, la maravillosa banda sonora de Bernard Herrmann, que alcanza en bastantes momentos un enorme protagonismo a la hora de realzar determinadas secuencias, o la fotografía de Charles Lang, que sabe plasmarse con una gran belleza a la hora de ofrecer los exteriores de la casa que centra la acción y lo suficientemente siniestra e inquietante en sus sombras amenazadoras cuando las secuencias se plasman mediante la iconografía del cine de terror –y en la excelente manera que se tiene de ir mostrando la presencia del fantasma, mediante un magnífico juego de envolventes panorámicas-. Y es que THE GHOST... se integra dentro de ese conjunto de comedias cercanas en su espíritu a Lubitsch –THE SHOP AROUND THE CORNER (El bazar de las sorpresas, 1940), CLUNY BROWN (El pecado de Cluny Brown, 1946)- y al mismo tiempo representativa de un conjunto de producciones que. en tiempos cercanos a la II Guerra Mundial y con sus traumas aún vigentes en la sociedad norteamericanas, apostaban por una visión amable de la muerte.

Pero el milagro de esta admirable película de Mankiewicz reside en su logradísima combinación de sutileza y romanticismo, en la espléndida identificación que establece con sus actores protagonistas -de los que logra una intensidad y química realmente admirable-, en la movilidad de una cámara que sabe permanecer o desplazarse en todo momento al lugar adecuado, o la manera que tiene de expresarnos el paso del tiempo –esa madera clavada en la playa en la que Anne inscribe su nombre, que va deteriorándose al transcurrir los años-. Quizá nunca en el cine de este realizador se dejó de lado planteamientos más o menos intelectuales o reflexivos –otra cosa sería determinar el grado de acierto de esta inflexión en sus diferentes películas; reconozco de antemano mi notable aprecio por el conjunto de sus obras-, y se implicó a fondo, con humildad y entrega en una propuesta que parecía sentir muy cerca, por más que en realidad se aleje de sus obsesiones posteriores. Y lo hace inicialmente con un planteamiento de comedia irónica –la separación de Lucy de su familia política-, y poco después aplicando de forma experta las convenciones del cine de terror –la presencia amenazadora de las tormentas, la oscuridad que se cierne en la casa, las voces del fantasma, ese retrato de Gregg que tiene amenazadoramente iluminado sus rostro en un habitación totalmente oscura-. Pero ya antes de ello hemos podido admirar la ligereza de ese vestido de luto de la protagonista, con ese velo trasero cuyo vuelo parece revelarse en la vitalidad de quien lo ocupa.

Y con esa misma sutileza, se establece el contacto y la posterior vinculación entre Lucy y el fantasma del Capitán Gregg. Agudos diálogos, las lágrimas de la viuda y su notable valentía ante su nuevo compañero, desarmarán a este. Serán por ello inseparables compañeros, en una de las más singulares y hermosas historias de amor que ha mostrado jamás la pantalla. Y esta se manifestará especialmente en ese espléndido uso del espacio escénico y el juego de ausencias y presencias del espectro, en su perfecta compenetración en la pantalla para que sus movimientos adquieran la suficiente espontaneidad de los correspondientes de Lucy –y en el que el retrato y el catalejo de este ejercerán en muchos momentos como sustitutos-, y para unos diálogos en los que, en ocasiones, una simple palabra o una mirada furtiva, hablan de forma más relevante sobre la realidad de los sentimientos que afloran en ambos.

THE GHOST... –que por cierto fue retomada en su argumento años después para dar vida a una remota serie televisiva-, es una auténtica obra maestra de emotividad, ligereza, romanticismo y entrega cinematográfica. Y hay que valorar para ello momentos en apariencia tan simples, pero en el fondo tan complejos, como esa visita de Lucy a la casa de Miles, donde sorprendentemente se encontrará con su esposa –ella desconocía que fuese casado-. No contentos con esa decepción, las breves palabras de Lucy muy pronto servirán para hacer comprender –con una simple mirada-, a su esposa, que esta ha sido también engañada por este embaucador.

Y los minutos finales constituyen una auténtica demostración de elegancia, capacidad ensoñadora y cariño por unos personajes. Ante el crepitar del mar va transcurriendo el tiempo envuelto por la bellísima melodía de Herrmann y esa inscripción del nombre de Anne aparece progresivamente deteriorado por el paso de los años. Y en ella se encuentra la espera inconsciente de Lucy, hasta que el ocaso de su vida signifique para ella el definitivo amanecer de su amor. De forma admirable, totalmente romántica y con una enorme emotividad, Lucy abandonará su cuerpo para ser recibida por el hombre de su vida y abandonar juntos las limitaciones de un amor que hasta entonces no podía ser pleno. Con ello, el cine norteamericano logró una de las más hermosas historias románticas de la década de los cuarenta, y una película sencillamente maravillosa, a la que el paso de los años no ha hecho más que consolidar el estar envuelta en un auténtico estado de gracia.

Calificación: 5

 

PEOPLE WILL TALK (1951, Joseph L. Mankiewicz) [Murmullos en la ciudad]

PEOPLE WILL TALK (1951, Joseph L. Mankiewicz) [Murmullos en la ciudad]

Es algo bien lógico que en la obra de todo realizador de mayor o menor nivel se alternen obras de variable calado. En cualquier caso, sorprende un poco que en la trayectoria de Joseph L. Mankiewicz pueda ubicarse una película finalmente de tan corto alcance como PEOPLE WILL TALK (1951), tras la mítica EVA AL DESNUDO (All About Eve, 1950) y precediendo a la estupenda OPERACIÓN CICERÓN (Five Fingers, 1952). Sorprendentemente jamás fue estrenada comercialmente en España, teniendo que esperar décadas hasta sus pases televisivos bajo el poco apropiado título de MURMULLOS EN LA CIUDAD.

Nadie duda tras contemplar su resultado que Mankiewicz realizó la misma como una especie de expiación sobre el entorno de la Caza de Brujas que en aquellos años asolaba Hollywood. Sus objetivos es más que evidente que se centran en una visión crítica de esa persecución contra las libertades que dañó irremisiblemente el mundo de la imagen y la cultura norteamericana. Es más, Mankiewicz introduce en la larga secuencia final del proceso contra el médico protagonista una nada velada referencia al episodio que él mismo vivió en la Asociación de Directores que presidía, y en el que participó en su contra el furibundo Cecil B. De Mille, terciando finalmente el papel mediador de John Ford –absolutamente respetado por los distintos realizadores-.

Todo es muy loable y queda muy progresista e interesante en apariencia. Pero las películas no son valiosas en función de su contenido ideológico, sino a partir de las virtudes de una puesta en escena que sepa trascender sus contenidos y elementos dispuestos. Y en este sentido hay que reconocer que PEOPLE WILL TALK no deja de ser un argumento de corto alcance plasmado con aplicación pero rutina a la pantalla por Mankiewicz. La película se inicia con unos rótulos apelando a la necesidad de que en el campo de la medicina existan personajes tan singulares como Noah Praetorius (Cary Grant). Rápidamente conoceremos que se trata de un doctor dotado de una sorprendentes dotes psicológicas que le han permitido lograr espectaculares resultados –incluso dirige una clínica en donde trata a sus pacientes con una singular cercanía-, lo que provoca la envidia de colegas como el Dr. Eldwell (Hume Cronyn). Este inicia una investigación sobre su pasado y el de un veterano ayudante –el introvertido Shunderson (Finlay Currie)-. Al mismo tiempo, Preatoruis se enamora rápidamente de una de sus ocasionales pacientes, embarazada de un pretendiente fallecido en el combate –Deborah Higgins (Jeanne Crain)-, con la que se casa poco después. Al tiempo que se inicia su nueva vida familiar las denuncias de Eldwell propician que en la facultad se inicie una vista contra Praetoruis y su fiel ayudante.

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Las limitaciones de la película provienen fundamentalmente del escaso interés de la obra teatral que le sirve de base –escrita por Curt Goetz-, a lo que habría que añadir el hecho de la imposibilidad de Mankiewicz para dar el tono adecuado a su adaptación. Bajo mi punto de vista hubiera sido mucho más saludable un planteamiento de comedia –incluso la labor de Cary Grant se ausenta de ese gramo de locura que hubiera proporcionado mayor interés al film-. El film además apuesta por un tono de melodrama sentimental en lo referente al personaje que interpreta con convicción Jeanne Crain; la relación con su padre y sus contrapuestos sentimientos con su repentino enamorado.

PEOPLE WILL TALK se puede dividir en tres partes. Una primera que sirve como descripción de los métodos de trabajo del doctor, el entorno que le rodea y su rápida relación con Deborah. La segunda de ellas abordaría la parte más doméstica tras la boda de ambos –en off- y sus pequeños conflictos sentimentales aderezados por la presencia de la amenaza en las pesquisas de Eldwell. Finalmente, su fragmento final contempla el proceso universitario contra Praetorius y la resolución de los apuntes oscuros que rodeaban su relación con el ya veterano ayudante. A mi juicio, lo único realmente interesante a nivel cinematográfico se encuentra en su parte final, donde la planificación cobra más ritmo –la utilización de esos bustos escultóricos como fondos a los planos en que se encuadran las intervenciones de la vista, el picado que encuadra a un derrotado Eldwell abandonando el exterior del claustro universitario- en la que no falta un soterrado sentido del humor que en el resto del film se ha dosificado con cuentagotas.

Sin embargo, PEOPLE WILL TALK es bastante convencional y apagada, su discurso aparentemente progresista es de una banalidad casi sonrojante y además su principal personaje carece del brillo de otros protagonistas de Mankiewicz. Sin embargo, no por ello algunos de sus personajes complementarios están bien descritos e interpretados, como es el caso del padre de Deborah –Arthur (Sidney Blackmer)-, el estrafalario profesor Parker –divertidisimo Walter Slezak- y, por encima de todo, la espléndida encarnación –que roza lo conmovedor en algunos momentos- que Finlay Currie consigue del enigmático Shunderson, el murciélago, cuya presencia física y humanidad oculta –estupendo el detalle de su amistad con el perro de los Higgins- logra la atención del público en todos aquellos momentos que ocupa la pantalla.

Calificación: 2