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CINEMA DE PERRA GORDA

THE BLACKBIRD (1926, Tod Browning) Maldad encubierta

THE BLACKBIRD (1926, Tod Browning) Maldad encubierta

Aunque en determinados ambientes goza de una notable estima, no puedo compartir ese quizá desmedido aprecio existente en torno a BLACKBIRD (Maldad encubierta, 1926. Tod Browning), que se suele destacar entre las numerosas colaboraciones que en los años veinte mantuvieron el director Tod Browning y la gran estrella de lo “bizarro” que fue Lon Chaney. He tenido ocasión de contemplar hasta el momento cuatro de los diez títulos que formaron dicho tándem en la pantalla, y de ellos destacaría indudablemente la posterior THE UNKNOWN (Garras humanas, 1927), que sigue manteniéndose como una de las mejores obras de Browning.

Con ello no quiero afirmar que el resto de títulos en que participaron ambos carezcan de interés, pero creo que en su conjunto responden a un patrón de similares características. A saber; ambientación sórdida y a poder ser exótica, inicios atractivos, tono folletinesco, personajes y sentimientos muy exacerbados y labor de Chaney en personajes contrapuestos y, a poder ser, torturados.

A tales características responde, plano a plano, THE BLACKBIRD, que tiene uno de los inicios más memorables del cine de Browning. Tras presentar el entorno en que se desarrolla la historia –los barrios bajos del Londres de finales del siglo XIX-, nos ofrece una galería de rostros decrépitos y sufrientes que habitan en aquel entorno. Hombres y mujeres que son mostrados en primer plano, conformando una auténtica fauna humana que casi se puede interpretar como una opción moral por parte del realizador norteamericano. En esta ocasión prescindirá de entornos exóticos para centrarse en las personas, que en este caso son individuos de escasos recursos, seres azotados por la adversidad y toda una galería de rostros de lejana ascendencia dickensiana. Entre ellos convive el ladrón “Blackbird” (Chaney), que en realidad y para burlar el cerco policial posee una especie de hogar de beneficencia, comandado por su aparente “hermano bueno”. Este no es más que él mismo, adquiriendo físicamente la personalidad del benefactor llamado “The Bishop”, e interpretado lógicamente por el propio Chaney. Tras esta falsa apariencia, simulará sufrir una considerable malformación que le obligará a exhibir una ostentosa cojera.

Con el paso de los años, creo que la ingenuidad del planteamiento es la que, a mi juicio, limita las cualidades de esta película –esa poco creíble dualidad de personajes que en ningún momento advierten los que le rodean-. Pero estoy convencido que en su momento tal posibilidad surgió como sugerencia del propio Chaney, para permitirle una nueva demostración de sus inimitables cualidades histriónicas. En este caso se expresará en uno de sus dos personajes, bajo el que encarna un falso minusválido. Curiosamente, creo que resulta mucho más vigente su recreación del ladrón, que le permite describir un trabajo lleno de sutileza, y que se manifiesta especialmente en las secuencias desarrolladas en el salón. Allí contemplará admirado y posteriormente celoso a Fifi (Renée Adorée), a la que ha descubierto en una actuación. Sin embargo, esta queda prendada del elegante ladrón West End Bertie (Owen Moore). Contrariado por una fascinación no correspondida, Blackbird pondrá en práctica todas las artimañas posibles para hacer fracasar una relación que está a punto de llegar al matrimonio. Desde hacer llegar a la muchacha la condición de ladrón de su enamorado –este se rehabilitará posteriormente y devolverá todo lo que ha robado por amor a la joven-, hasta forzar la persecución de su rival amoroso por parte de la policía, pasando por crear falsos recelos a cada uno de los dos enamorados, haciendo uso de la falsa presencia del “hermano piadoso”. En este sentido, es curioso comprobar como Browning sorprende gratamente a la hora de plasmar el amor que se expresa entre Fifi y West End Bertie, mientras que por el contrario toda esta serie de argucias puestas en práctica por “Blackbird”, son excesivamente deudoras de los peores tics folletinescos.

Los últimos instantes de THE BLACKBIRD subliman sin embargo esa querencia folletinesca con tintes moralizantes, al sufrir el bandido en su cuerpo esas dolencias que siempre había fingido, y muriendo al ocultar el dolor que siente para que la policía no descubra en él al delincuente sin escrúpulos. Todo ello ante la mirada triste de su antigua amante, que ha descubierto casualmente la dualidad que se esconde en él. Una conclusión tan granguiñolesca como efectiva que, aunque permita una nueva exhibición de las facultades de Chaney, en buena medida describe las virtudes e ingenuidades de esta apreciable propuesta silente de Tod Browning.

Calificación: 2’5

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