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CINEMA DE PERRA GORDA

TRIO (1950. Ken Annkain y Harold French) Torbellino de la vida

TRIO (1950. Ken Annkain y Harold French) Torbellino de la vida

Probablemente, junto al cine italiano, es el británico es el que más ha recurrido en su cine a la fórmula de la película “de episodios”. Una faceta que quizá tuvo una mayor inclinación en relatos de tintes fantásticos –y que manifestó en la producción de la poco recordable productora “Amicus” su referente más representativo, aunque sin duda el más prestigioso de sus exponentes fuera DEAD OF NIGHT (Al morir la noche, 1945. Cavalcanti, Hamer, Crichton y Dearden)-, pero que se expresó en vertientes de otros géneros especialmente en las décadas de los años cuarenta y cincuenta. Una de esas poco recordadas apuestas cinematográficas es TRIO (Torbellino de la vida, 1950. Ken Annkain y Harold French), ejecutada bajo el influjo de tres relatos cortos del popular escritor William Somerset Maugham. Unas historias aparentemente sencillas y banales, caracterizadas por su descripción como apólogos morales, y que son presentadas por el propio escritor de forma muy concisa, proporcionando con el paso de los años un valor suplementario a esta, finalmente, curiosa y apreciable producción de la tan poco conocida productora Darnborough.

Las dos primeras de estas historias son las realizadas por el entonces casi principiante Ken Annakin –de andadura ciertamente poco distinguida-, caracterizadas por su escasa duración, aunque cualidades opuestas. La que abre la función es la titulada The verger –el sacristán-, y relata el giro que en la vida de un sencillo y ya veterano sacristán –Albert Foreman (James Hayter)-, cobra el hecho de tener que abandonar su profesión después de 17 años ejerciéndola, por el hecho de no saber leer ni escribir –el nuevo vicario lo considera inaceptable-. Haciendo de su contrariedad virtud, tiene la idea de casarse con su casera y abrir un estanco que le proporcionará pingues beneficios y con el paso de los años le permitirá abrir una cadena, guiándose por su instinto e intuición. Algo que finalmente le llevará a encontrarse con quienes le despidieron de su antigua y humilde ocupación, demostrándoles que en la vida lo que realmente importa es la experiencia. Destaca en este episodio –además de una excelente interpretación, que es norma común en toda la película-, y la ligereza de su ritmo. Su conjunto está narrado con una agilidad que prende desde el primer momento, y permite que su desarrollo argumental –que abarca diez años en el tiempo-, transcurra con celeridad e interés.

Todo lo contrario que sucede en el siguiente fragmento –el titulado Mr. Know-All; el sabelotodo-, que se caracteriza por un deliberado aire plomizo. Describe el encuentro que diversos personajes tienen con Mr. Kelada (Nigel Patrick), un representante de joyería caracterizado por su extrema pesadez, y del que todos huyen como de la peste. Sin embargo, y contra esa calificación, finalmente –y tras un precioso plano encuadrado frente a un gran espejo-, este curioso personaje demuestra que entre sus virtudes se encuentra el saber salvar a una bella mujer de una enojosa situación que pondría a prueba la fidelidad con su prometido. Mucho más brillante en sus minutos finales, lo cierto es que su desarrollo no adquiere el atractivo de la historia precedente.

Por último, Sanitorium -el sanatorio-, es el segmento más extenso de cuantos forman parte de esta película, y la única firmada por Harold French, adquiriendo unos deliberados tintes autobiográficos sobre la figura del propio escritor. Mr. Aschenden (Roland Culver) es un hombre que acude a un sanatorio existente en Escocia para curarse, como el resto de los pacientes del recinto, de la tuberculosis. Allí conocerá un auténtico microcosmos de personajes y situaciones, en donde se expresará tanto la conocida querencia de Maugham para describir ambientes hipócritas –las dos ancianas que critican todo lo que allí sucede, y especialmente las andanzas del oficial que ha llegado hasta las instalaciones, precedido de su fama de donjuán-, pero también la andadura de dos parejas en cuya relación se describe un margen de esperanza para la convivencia. Una de ellas es la tensa situación que se viene ofreciendo en un matrimonio cuyo esposo está internado y su esposa viene a visitarle cada mes, sufriendo ella el resentimiento y egoísmo del marido. Por otra parte se desarrolla la inusual relación amorosa entre la joven Evie (Jean Simmons) y el ya señalado mayor Templeton (un sensible Michael Rennie), iniciando un sentimiento que unirá a la pareja y contra la que no podrá la cercanía de la muerte del segundo o las dificultades en vivir una vida normal de la primera. Será un contexto que finalmente asumirá el matrimonio antes señalado, para aferrarse en el amor que pese a todo se profesan.

El largo fragmento destaca por su aire descriptivo, sus leves pinceladas telúricas –un poco a la medida de algunas de las películas del tandem Powell & Pressburger-, y la sensibilidad de su desarrollo. Algo a lo que nos tenían muy acostumbrados en el cine británico, y que dramaturgos en su momento tan exitosos como posteriormente e injustamente olvidados como el propio Maugham o Terence Rattigan, supieron expresar por medio de obras bien escritas, y con conflictos y personajes espléndidamente planteados. En algún momento por cierto, este último fragmento me recordó también el planteamiento y desarrollo de una obra de Rattigan –SEPARATE TABLES (Mesas separadas)- tan bien llevado a la pantalla en 1958 por Delbert Mann. No se puede decir en este caso que lleguemos a un título de su nivel, pero lo cierto es que TRIO ofrece en su conjunto una propuesta ejecutada con tanta profesionalidad, como un cierto grado de inteligencia y sensibilidad.

Calificación: 2’5

 

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