THE INFORMERS (1963, Ken Annakin) Imperio de violencia
Son ya años y años intentando descubrir tesoros ocultos entre la producción del cine inglés inserto entre las décadas de los cuarenta y setenta del pasado siglo. Películas que en su momento fueron consumidas sin reparar en ellas, y que pronto ingresaron en el injusto zaguán del olvido. Propuestas de género que muchas décadas después se mantienen provistas de una irreprochable frescura. Y propuestas, además, que en al ámbito concreto del cine policiaco y criminal se suceden por docenas, de la mano de cineastas como Lance Comfort, Basil Dearden, Montgomery Tully, Sidney Hauers, John Lee Thompson, Wolf Rilla y tantos otros. Honestamente, considero que hace falta un estudio o recopilación de la ingente y valiosa producción realizada dentro de los compases de este género en Gran Bretaña, para poner en valor una de las corrientes más valiosas generadas en Europa sobre dicha vertiente.
Fruto de esta siempre placentera búsqueda, y espoleado por el consejo de un buen amigo, he aquí que me encuentro con otra joya ignorada. Probablemente la obra cumbre de un artesano apreciable pero disperso como Ken Annakin -recordemos su previa y estupenda ACROSS THE BRIGDE (Al otro lado del puente, 1957)-. Lo cierto es que THE INFORMERS (Imperio de violencia, 1963) es una obra deslumbrante, intensa, desasosegadora, nihilista, sórdida en algunos momentos hasta el límite de lo permisible. También, en otros, aparece casi delimitada como un producto anacrónico, inserto en plena eclosión del Swinging London, y que ofrece en sus imágenes una mirada desoladora sobre un Londres sombrío y alejado de cualquier atractivo. Todo ese cúmulo de rasgos, se encuentran envueltos además por una planificación intensa y entregada, que sabe además imbricar a la perfección una serie de subtramas inicialmente dispersas, hasta confluir en un tapiz delimitado por una insólita dureza, culminando bajo mi punto de vista una de las propuestas más valiosas del cine policiaco y criminal rodado en aquel país en la década de los sesenta.
Basado en una novela de Douglas Warner, y convertida en guion cinematográfico de la mano por el especialista del género Alun Falconer, la película se inicia mostrando el interés del superintendente Alec Beswick (el siempre descomunal Harry Andrews, uno de mis actores ingleses preferidos), porque sus súbditos intenten desentenderse en sus investigaciones del aporte de esos confidentes que sobrevuelan cualquier pesquisa de los agentes de la ley. Dicha petición se sucede en medio de una investigación relativa a la sucesión de atracos a bancos, en las que el inspector jefe John Edward Johnnoe (Nigel Patrick) alberga no pocas intuiciones, y que precisamente es fiel a las informaciones que le proporciona regularmente el hedonista Jim Ruskin (John Cowley). Este último tiene un hermano -Charlie Ruskin (el gran Colin Blakely)- que ha configurado una empresa de chatarrería en la que quiere que participe Jim, aunque este prefiere las facilidades que le proporciona su condición de soplón policial. Por ello, y alentado por Johnnoe, este proseguirá en su seguimiento a la red de atracadores, que en apariencia se dispone a partir del joven y arrogante Bertye Hoyle (un espléndido Derren Nesbitt), propietario de una red de burdeles que mantiene una extraña relación de dependencia con Maisie Barton (Margaret Whiting). Esta no dejará de someterse a los excesos de Bertye, temerosa de las repercusiones que podría ponerle en práctica con ese hijo al que mantiene oculto de su propia vida diaria. Al mismo tiempo, pronto sabremos que Hoyle en el fondo sigue las directrices que dictamina el oscuro Leon Sale (Frank Finlay), quien ha dispuesto otro asalto que finalizará con éxito y un botín de 130.000 libras. Serán todas ellas una serie de circunstancias que observará e intuirá con cercanía Jim, con tan mala suerte que será advertida su presencia por uno de los asaltantes, lo que en el último momento le costará su vida. El cruel asesinato de este hará renacer en su hermano un sentimiento de venganza que no podrá soslayar el inspector que lo había utilizado, y que al mismo tiempo se verá sometido a una argucia preparada por parte de los hombres de Hoyle, al objeto de hacerle parecer partícipe de un soborno por parte de los atracadores, lo cual hará que Beswick lo envíe a prisión provisional. La mujer del inspector intentará aunar la ayuda del dolorido Charlie, topándose con su negativa. Sin embargo, junto con el apoyo de su fiel ayudante, este planificará ejecutar la venganza con quienes mataron a su hermano, buscando al mismo tiempo información que les acerque al entorno de Bertye, para lo cual llevarán a cabo un astuto plan en el que contarán con la inapreciable ayuda de Maisie, a la que simularán el secuestro de su hijo.
En realidad, más allá de la complejidad y densidad de su propuesta argumental, THE INFORMERS es una propuesta que habla sobre la causa y el efecto. Todos los hechos que suceden. Todas las interrelaciones de sus personajes están dominadas por esta premisa, que hace girar, evolucionar, proporcionar giros dramáticos, y situaciones hasta ese momento inesperadas, a un argumento revestido en todo momento por una sórdida atmósfera, y un aura nihilista y desesperanzado, que no puede soslayar ese grado de esperanza que insinúan sus últimos instantes, incapaces de borrar el impacto de esa ceremonia del horror cotidiano que propone esta excelente película de Annakin. Lo ofrece, de entrada, su muy lograda atmósfera, que en ningún momento se despeja de su clara voluntad de apostar por una mirada sombría e inquietante, por supuesto centrada en los bajos fondos del Soho londinense, en clubs, delincuentes y seres de turbia moralidad. Pero en la que no faltará ese contrapunto marcado en el supuesto ámbito de la Ley, que se describirá en sus imágenes con la presencia del arribista y atildado Smythe (Allan Cuthbertson), siempre al servicio del mayor Beswick, al objeto de lograr captar su atención sobre la de Johnnoe. Todo ello conformará una dolorosa galería humana, en la que destacará sin embargo el empeño del inspector por confirmar sus intuiciones, el de su esposa por intentar defender la honorabilidad rota de este, o incluso la nobleza envuelta en rudeza de Charlie, aunque sea para vengar la memoria de su hermano.
A partir de esas premisas, y a través de una puesta en escena dominada por largos planos en la que su querencia expresionista será muy notable, y ayudada por la vigorosa y contrastada iluminación en blanco y negro de Reginald Wyer, lo cierto es que THE INFORMERS aparece como un relato que se va encaminando, paso a paso, hacia un magma casi irrespirable. Y ese recorrido estará trufado de momentos inolvidables; el dolor del breve momento del reencuentro de Charlie al contemplar el cadáver de su hermano. El propio y percutante instante del asesinato de este. La angustia que vivirá el asesinado, secuestrado, y en los minutos previos a su sórdida ejecución. El dolor que nos transmiten las secuencias intimistas entre el infame Bertye y la sumisa Maisie (extraordinaria Margaret Whiting), donde apreciaremos las aristas de una tóxica relación de dependencia entre ambos. La película alberga, por otra parte, dos extraordinarios episodios de raíz hitchcockiana, y opuestos en su configuración. Uno de ellos será la plasmación del irrespirable registro en plena casa de Johnnoe -antes hemos contemplado otro en el que su ubica ese fajo de billetes que lo incriminará falsamente en un soborno-, en que una opresiva planificación potenciará el contraste de sentimientos y puntos de vista inmersos en cada uno de sus personajes y en donde los espectadores mantenemos la tensión -y el deseo- de que ese fajo de billetes no aparezca. De planteamiento completamente opuesto será el angustioso pasaje en el que el inspector y otros dos personajes se encuentran encerrados en un lóbrego sótano y necesitan escapar de allí imperiosamente. Para ello, este se situará en el quicio de la puerta, intentando de manera desesperada -filmado con tanta cercanía como fuerza cinematográfica- alcanzar la llave que abrirá la puerta, mientras un inoportuno gato se interfiere en la tarea.
En cualquier caso, y probablemente como no podría ser de otra manera, en una propuesta tan dominada por el nihilismo, THE INFORMERS concluye con dos atroces episodios de violencia. El primero, tan catárquico y liberador como dominado por una extrema sordidez, plasmará la pelea de los hombres de Charlie contra la propia sede de Bertye. Una lucha caracterizada por el máximo alejamiento de la épica, y por una brutalidad casi primitiva -en realidad por momentos podemos imaginar que se trata de una pelea de primates-, en la que los odios acumulados a lo largo del metraje previo se exponen con una aterradora cotidianeidad, sin paños calientes, y al mismo tiempo con una simpleza espeluznante, hasta confluir en la plasmación de los deseos de venganza de Charlie, feliz en sus instantes postreros de que esta se cumpla. Ha sido de destacar hasta ese momento, la autenticidad y rudeza de su extensa galería de roles secundarios episódicos, que por momento aparecen casi como una actualización de esa fauna humana de los bajos fondos de la literatura de Dickens, y que emparenta esta película con otra joya previa del género, como es la igualmente ignorada TIGER IN THE SMOKE (1956, Roy Ward Baker). Finalmente, y casi rizando el rizo de la crueldad, contemplaremos el enfrentamiento final entre el embravecido inspector y el demiurgo Sale, en una lucha cual modernos Van Helsing y Drácula, dominada una vez más por tanta precisión narrativa, como sentido de la irreductibilidad moral. Tras ello, casi de inmediato volverá la normalidad cotidiana para un complacido Johnnie. Sin embargo, aunque parezca lo contrario, ya nada será igual. Es el dilema que, sotto voce propone esta extraordinaria película, camuflada bajo su aparente condición de propuesta criminal destinada a una ligera carrera comercial, nos propone una de las miradas más desencantadas de la sociedad de su tiempo.
Calificación: 4
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