THE LONG DUEL (1967, Ken Annakin) La leyenda de un valiente
En la segunda mitad de la década de los sesenta, se va consolidando en el marco del cine de aventuras coloniales un ámbito desencantado y crítico, encaminado a potenciar una mirada desmitificadora en torno al colonialismo, fundamentalmente británico. Títulos conocidos -y valiosos- como ZULU (Zulú, 1965. Cyril Endfield), KARTHOUM (Kartum, 1966. Basil Dearden), se prolongan con otros como THE CHARGE OF THE LIGHT BRIGADE (La última carga, 1968. Tony Richardson), este menos logrado. Pues bien, a dicho ámbito cabe unir, entre otras, THE LONG DUEL (La leyenda de un valiente, 1967), rodada en buena parte de sus exteriores en tierras andaluzas, y muestra del ocasional buen pulso mantenido por el británico Ken Annakin. Alguien a quien se tuvo en el furgón de cola del artesanado inglés, con propuestas de escaso calado, pero quien pocos años ante había dado vida un ‘criminal’ de tanta dureza como THE INFORMERS (Imperio de violencia, 1963), la atractiva adaptación de Graham Greene ACROSS THE RIVER (Al otro lado del puente, 1957) o el interesante drama pasional en tierras africanas NOR THE MOON BY NIGHT (1958, El valle de las mil colinas). Annakin, aunque inmerso en un contexto cinematográfico, visual e incluso argumental, que condiciona para lo bueno y lo menos bueno su resultado, lo cierto es que proporciona un relato que tiene en la pintura de sus principales personajes y su apuesta por el intimismo, su principal atractivo.
La película se sitúa en el ámbito de la dominación británica de la India, en el entorno de la tribu Bhanta, ubicada en las cercanías del Himalaya. Se trata de un contexto tan bohemio como pacífico, solo encaminado a la caza para poder subsistir, y que tiene como líder al carismático Sultán (Yul Brynner). Acusados de un robo de ganado, los componentes de la tribu son detenidos y apresados por orden del nada comprensivo mando militar Stafford (Harry Andrews). En su oposición se encuentra el pacífico antropólogo, convertido en mando militar, Young (Trevor Howard). Este se mostrará partidario de dejar que dichas tribus se mantengan en libertad al entender con pleno convencimiento que jamás se podrían aclimatar al entender el progreso y la civilización según emanan de los cánones ingleses. A partir de dicho encierro, la figura del líder de la tribu, siempre celoso de mantener el pacifismo, pero obligado a seguir el sendero de una andadura basada en la lucha -y que perderá a su esposa y el hijo que esta portaba en su vientre-, irá adquiriendo un creciente protagonismo entre los lugareños de la zona. Es más, incluso articulará un plan que permitirá la liberación de sus compañeros presos que custodian los británicos. Lo logrará, con bajas en ambos bandos, pero sin lograr la liberación de mujeres y niños.
Por ello, el gobernador inglés se distanciará de los abruptos modos de Stafford, en realidad el artífice de la tensa situación, y recuperará a Young, que se disponía a abandonar la India, para intentar la captura del líder de la tribu. Este, sagaz observador de las costumbres indígenas, y secretamente incluso muy cercano en espíritu a quien desea capturar, articulará un plan dominado por el traslado de las mujeres y niños de la tribu en tren, y buscando con ello que Sultan aparezca para rescatarlo. Con lo que no contará es con que Stafford, su opositor en el mando, tiene preparado otro plan con una ametralladora escondida que, como será de esperar, provocará una masacre. La trágica situación solo permitirá una conclusión; la eliminación o entrega del guerrero.
Caracterizada a través de una realización dominada por un adecuado uso de exteriores, y una agradecida huida de servilismos visuales muy en boga en aquel tiempo -apenas se detectan zooms y reencuadres en teleobjetivo, en líneas generales utilizados con pertinencia-, en su oposición destaca con fuerza la oposición de caracteres -Yong-Stafford, Young-Sultan y Young-Jane, la joven hija de Stafford, encarnada por una jovencísima Charlotte Rampling. THE LONG DUEL no se esquiva en algunos de sus pasajes de incurrir en ciertos excesos folkloristas de ambientación. En algunos momentos la banda sonora de John Scott adolece de cierta tendencia chirriante, y es cierto que la película asume cierta textura proclive en el cine de época de aquel momento, por más que la fotografía en color de Jack Hyldiart proporcione un plus de veracidad.
Sin embargo, y asumiendo todos estos inconvenientes, que impiden que la película alcance mayores cuotas de interés, lo cierto es que el film de Annakin logra emerger del conjunto de convenciones en las que podría incurrir, en primer lugar por su fluidez narrativa y, a mi modo de ver, la capacidad que alberga su discurrir narrativo, al intercalar los episodios caracterizados por su acción exterior, con otros en los que domina esa oposición de caracteres. Reconozco que me interesa más la película en esta segunda vertiente. No obstante, ello no impide que impacten de manera poderosa episodios tan poderosos -y trágicos- como el asalto entre las fuerzas de Sultán y los hombres del ejército británico en la ofensiva desde el ferrocarril, en la que la actuación de la ametralladora oculta proporcionará un aura terriblemente trágica -que en algunos aspectos prefigura involuntariamente la célebre catarsis de la posterior WILD BUNCH (Grupo salvaje, 1968. Sam Peckimpah)-, o el no menos violento combate que configurará la conclusión del relato.
En cualquier caso, lo señalaba ya. Es en la contraposición de personalidades donde se destila lo mejor, lo más perdurable de esta apreciable película. No estará entre ello la subtrama establecida entre Trevor Howard y la Rampling -en buena medida provocada por el décalage de edades existente entre ambos intérpretes. En su oposición, destacarán tres excelentes secuencias, dos de ellas marcadas en la extraña relación establecida entre el militar-antropólogo y el líder de la tribu. Una de ellas será el encuentro que se establecerá entre ambos en un terreno árido delimitado entre rocas, donde pese a que ambos dirimirán los rasgos que les oponen, de manera involuntaria se hará patente lo que interiormente los une -un tigre será eliminado por Sultan cuando estaba a punto de atacar a su antagonista, salvándole la vida; tiempo atrás, Young evitó que se matara a este cuando estaba orando en un templo hindú- La segunda lo ofrecerá el encuentro postrero de ambos personajes, cuando el caudillo de la tribu se encuentra moribundo. Su oponente asumirá la custodia de su hijo, mientras que como gesto postrero de dignidad le dejará el arma que le permitirá a Sultán quitarse la vida, antes de ser apresado por los suyos,
THE LONG DUEL culminará de manera admirable. En una secuencia de aura trágica, tras el sonido del disparo que acabará -en off- con la vida del líder tribal, un travelling lateral nos mostrará una serie de miradas, sin diálogos, y, con ellos, un cierto rasgo de humanización -incluso se percibirá en el hasta entonces inflexible Stafford- permitiendo un cierto rasgo de esperanza, en un relato donde la común brillantez del conjunto de su cast resultará determinante.
Calificación: 2’5