THE PLANTER'S WIFE (1952, Ken Annakin) Malasia
Dos serpientes discurren de forma paralela en medio de la selva de malasia. Será este el primer plano físico de THE PLANTER’S WIFE (Malasia, 1952) una nada desdeñable combinación de film de aventuras y drama centrado en la crisis de la pareja que forman Jim (Jack Hawkins) y Liz Frazer (Claudette Colbert). Ambos viven en el interior de una plantación de caucho que sobrelleva con entrega el esposo, hasta el punto de que dicha circunstancia ha propiciado un alejamiento de su esposa, que al día siguiente de iniciarse el film tiene previsto viajar con su hijo, el pequeño Mat (Jeremy Spenser) hasta Londres. El inesperado acercamiento entre ambos, y la vivencia del ataque de unos nativos que desean la independencia del territorio, ejercerán como inesperada catarsis para el desahuciado matrimonio, quien finalmente resistirá la ofensiva de los rebeldes viendo renacida su mutua atracción, aunque coincidiendo en el deseo de que el hijo de ambos se eduque en tierras inglesas.
Inesperado adelanto y combinación de títulos como VIAGGIO IN ITALIA (Te querré siempre, 1954. Roberto Rossellini) y THE NAKED JUNGLE (Cuando ruge la marabunta, 1954. Byron Haskin), THE PLANTER’S WIFE supone una de las muestra del sincero atractivo que el siempre modesto Ken Annakin proporcionó al cine que firmó en sus primeros años. Como sucediera en tantos y tantos artesanos de aquellos años, las películas de Annakin se caracterizaron no solo por su relativo interés, sino de manera especial por la intensidad dramática que evidenciaban. Puede ser que suponga una apreciación más o menos discutible, dado que la posibilidad de acceder a las mismas ha sido parcial. Sin embargo, esta circunstancia puede evidenciarse de manera clara en esta combinación de film colonial ambientado en el periodo de su realización, melodrama conyugal, y también en la mirada que se brinda en la inesperada madurez que vivirá Mat.
Con la atmósfera consustancial a las producciones británicas de la época, el film de Annakin se caracteriza en primer lugar por la fuerza que proporciona el desarrollo de la base dramática del film. Caracterizada por la ausencia de fondo sonoro en la mayor parte del metraje, desde el primer momento percibiremos la impronta que la cámara manifiesta a la hora de “penetrar” en la psicología de sus personajes. En muy pocos minutos, el espectador percibe la indiferencia que se profesa mutuamente el matrimonio Frazer –esas dos serpientes que metafóricamente han iniciado el film-. Siguiendo la actividad diaria de Jim, pronto comprobaremos que para él su vida se resume en el seguimiento de las tareas de la plantación. Lo contemplaremos inspeccionando sus árboles criados durante largos años, de donde extrae las canalizaciones de caucho, y al mismo tiempo demostrará su profundo conocimiento de la idiosincrasia de los nativos de la zona, que se están viendo afectados por las presiones de los revolucionarios. Al chantaje que se van siendo sometidos por parte de estos –pidiéndoles que les entreguen comida-, se unirán las amenazas hasta entonces latentes –con especial mención al tremendo instante en el que descubre una granada escondida en uno de los pequeños de la zona-. Por su parte, comprobaremos la frustración vivida por Liz, quien está dispuesta a marcharse, pero en el fondo desea que su esposo despierte a esa crisis que les atenaza como matrimonio. Será algo que confiese a Hugh Dobson (Anthony Steel), amigo de ambos y oficial destacado del ejército británico, con quien esta se desahogará, ya que es de las pocas personas que realmente comprenden la situación vivida.
THE PLANTER’S WIFE combina con bastante pertinencia los vértices de esa compleja historia que, si bien no lega a aprovechar las posibilidades que plantea en su conjunto, lo cierto es que se deja ver con algo más que agrado, revelando una vez más esas capacidades que el cine inglés demostraba incluso en sus simples productos de consumo interno. Proviso de una excelente interpretación, es especial de los dos protagonistas –acentuando la rudeza del esposo y la delicadeza de Liz-, la película sabe potenciar una planificación que extrae en no pocos momentos la mayor intensidad posible de los diferentes matices que se extienden en su conjunto. Diluyendo el elemento de crisis matrimonial con el que se inicia el relato, según nos adentramos en el estallido que conformará la rebelión de los nativos, la película poco a poco nos introducirá en el que quizá resulte su aspecto finalmente más memorable; la plasmación de ese rápido proceso de madurez que a raíz de todos los acontecimientos vividos, afectarán a Mat, el hijo de los Frazier. Puede que sea una simple curiosidad, o quizá no, pero lo cierto es que Jack Hawkins acababa de salir del rodaje de la admirable MANDY (1952, Alexander Mackendrick), inicio de la célebre trilogía que el realizador de Boston dedicó a la falsa inocencia del mundo infantil. Como si fuera un trasunto de aquel ámbito, las secuencias más valiosas del film de Annakin son las que se proyectan desde el punto de vista del pequeño. Instantes como aquel en el que Mat juguetea con el arma que se encuentra ubicada en una trinchera de la vivienda de los Frazer o, sobre todo, el terrorífico episodio que le enfrentará con una cobra que aparece en su cuarto de baño, hasta que su amigo nativo lleve hasta allí a su mapache, para acabar con el ofidio. Es en esa subtrama centrada en Mat y su pequeño amigo, donde la película adquiere su mayor grado de interés, aunque no sería justo dejar de omitir la intensidad que adquiere el asedio de los revolucionarios a la mansión de los Frazer –al inicio del film se ha mostrado la periodicidad del ataque de estos a diversas plantaciones-, en donde no dudaría en destacar ese admirable travelling frontal que en la noche superará la alambrada que protege la hacienda, girando hacia la izquierda mientras contemplamos los rostros agazapados y escondidos, prestos al ataque, de un comando de nativos, que con su astucia han legado al límite previo del mismo. Magnífico episodio de acción, aventurado además por la existencia de ese túnel excavado bajo la hacienda, para poder huir en caso de urgencia, o en definitiva, contrarrestar a sus atacantes.
Será, como antes señalaba, una catarsis que servirá para que Liz actúe de forma decidida defendiendo físicamente a su esposo y todo lo que él representa, viviendo ambos y sus ayudantes una situación límite de la que saldrán reforzados, no solo en el deseo de los dos de proseguir su vida en las tierras en las que han vivido desde siempre, sino en recuperar ese amor que se encontraba hasta entonces en crisis. Antes lo señalaba. En ciertos momentos se percibe la sensación de imposibilidad de aprovechar todos los mimbres dramáticos que ofrece el guión –la escasa entidad que se brinda a los matices psicológicos de aquellos personajes que encarnan a los rebeldes-, que de haberse encontrado presentes, quizá hubieran permitido un resultado magnífico. Sin embargo, aun reconocimiento dicha limitación, no es menos cierto que THE PLANTER’S WIFE brinda numerosos motivos de interés. Aspectos perfectamente tratados por la cámara de Annakin, como ese angustioso instante en el que Liz es perseguida por uno de los revolucionarios armado con un machete dispuesto a asesinarla, no teniendo otra opción la aterrorizada sra. Frazer que disparar contra este en auténtica y desesperada defensa propia.
Calificación: 2’5
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