INTERPOL / PICKUP ALLEY (1957, John Gilling) Policia internacional
Pocos años antes de que con su adscripción en las filas de Hammer Films, John Gilling adquiriera cierto nombre dentro del cine fantástico británico producido en la década de los sesenta, este ya se había fogueado dentro de los confines del cine de géneros que el cine de las islas venía produciendo, con resultados tan discretos como variables, trasladando una sensación de traslación de las constantes de la tardía serie B norteamericana. En este caso, INTERPOL (Policía internacional, 1957) es una producción de la división inglesa de la Columbia, encubriendo bajo su alcance de títulos desarrollado en diferentes marcos internacionales, no solo esa condición de película de bajo presupuesto, sino ante todo la pobreza que emana de su propuesta argumental, en la que se inserta una esquemática apología de la actuación de la Interpol, aunque justo es reconocer que la misma, debido a su propia insignificancia, no lega a resultar especialmente molesta. En realidad, el nudo argumental de INTERPOL se centra en la búsqueda por parte del individualista agente antidrogas Charles Sturges (Víctor Mature), de los culpables del asesinato de su hermana, una mujer dependiente de la droga que había decidido colaborar con las fuerzas del orden newyorkinas. La secuencia pregenérico en realidad describirá el instante de su asesinato –por entrangulamiento-, de manos de Frank McNally (Trevor Howard) –en una secuencia eficaz aunque no por ello bastante previsible-.
Dicho crimen será el que encienda el deseo de Sturgis de atrapar a los dos responsables del tráfico de drogas en la ciudad, con ramificaciones en diferentes países, y que comparte McNally junto al siniestro Salko (Alec Mango). La chica que sirve a los deseos del primero es Gina Broger (Anita Ekberg), quien en una tensa situación en primera instancia será la supuesta autora del asesinato de Salko –ya que este desea abusar de ella-, por lo que huirá de la persecución policial y se someterá a las instrucciones de su supuesto protector.
A partir de esta sencilla premisa, con la presencia de un fondo sonoro en ocasiones estridente, y un diseño de personajes bastante estereotipado –y deficientemente interpretado-, INTERPOL se erige como una crónica tan discreta como eficaz, tan previsible como en ocasiones atractiva, en la que importa muy poco dotar de credibilidad a la fauna humana que puebla sus fotogramas, pero en cambio deviene sumamente atractivo a la hora de describir esos episodios desarrollados en ciudades como Roma o Atenas, localizaciones ambas sobre las que Giling establece persecuciones y secuencias percutantes, prolongando la corriente iniciada tras la conclusión de la II Guerra Mundial, de utilizar ámbitos más o menos “exóticos”, buscados entre lugares dotados con cierta fotogenia en el viejo continente. Decenas de títulos se han venido realizando desde entonces tomando como base dicha premisa, en una tendencia que Gilling utiliza con suficiente fuera, en este policíaco que si por algo destaca a nivel temático, es por tomar como auténtico mcguffin el entorno de las drogas –algo no muy habitual en aquel tiempo-, y que solo pudo tener su presencia en el mundo del cine, a partir de la arriesgada –y exitosa, a todos los niveles- THE MAN WITH THE GOLDEN (El hombre del brazo de oro, 1955), firmada por el brillante y astuto –en la elección de sus argumentos- Otto Preminger. Bien es cierto que en el título que nos ocupa dicha elección temática no tiene una especial significación –podría haber sido otro el elemento de delincuencia utilizado, sin que el conjunto del film hubiera variado-, por más que en algunos instantes se haga amago de mostrar el lado oscuro de la misma –los preludios de pincharse las dosis-.
Más allá de esos aspectos que en realidad tienen poca incidencia en el conjunto del relato, lo cierto es que si por algo puede destacarse INTERPOL –que en la copia editada en DVD aparece con el título británico de PICKUP ALLEY- es por la capacidad esencialmente cinematográfica que demuestra Gilling, a la hora de conferir vida propia a una premisa argumental bastante endeble, dotándola de entidad a través de ese aprovechamiento a las secuencias de exteriores que se insertan en el metraje, que de alguna manera vienen a anticipar ese alcance cosmopolita que sería marca de fábrica de una de las apuestas cinematográficas auspiciadas por uno de los productores del film, Albert R. Broccoli –el otro es el posterior especialista de cine de catástrofes, Irving Allen-; el agente secreto 007. A partir de dichas premisas, resulta de especial interés el episodio desarrollado en las catacumbas de Roma, o las secuencias y persecuciones que acontecen en el casco antiguo de Atenas. Fragmentos en los que Gilling sabe insuflar de una especial impronta e intensidad, aprovechando la decadencia de los exteriores elegidos a los que se incluso llegará a aplicar la inserción de planos inclinados, siguiendo en el sendero del Carol Reed de THE THIRD MAN (El tercer hombre, 1948). Lo cierto es que pese a esa envejecida presencia de énfasis en determinados momentos, a la carencia de entidad de sus personajes, a las deficiencias en la labor de los actores –Mature, Ekberg, e incluso un poco adecuado Trevor Howard interpretando al villano del film-, la contemplación de INTERPOL evidencia la destreza de Gilling tras la cámara, y, sobre todo, su capacidad para la síntesis y la creación de atmósferas inquietantes e incluso enfermizas, que serían con posterioridad quizá su mayor elemento de estilo.
Calificación: 2
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