Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

SHERLOCK HOLMES UND DAS HALSBAND DES TODES (1962, Terence Fisher) El collar de la muerte

SHERLOCK HOLMES UND DAS HALSBAND DES TODES (1962, Terence Fisher) El collar de la muerte

No creo que ningún aficionado haya tenido la mala suerte de iniciar su acercamiento a la filmografía y la obra del realizador británico Terence Fisher a través de SHERLOCK HOLMES UND DAS HALSBAND DES TODES (El collar de la muerte, 1962). Y hablo de mala suerte, en la medida que probablemente se trate de su peor película. Por fortuna, nos encontramos de forma paralela con uno de sus títulos menos conocidos, lo cual por una vez en la vida hace justicia a una filmografía que por derecho propio figura entre las cimas del cine fantástico y de misterio de todos los tiempos. En cualquier caso, y sin ser una título del todo despreciable, lo que sorprende –y para mal- en SHERLOCK HOLMES… es la despersonalización, atonía y desinterés con que Fisher acomete una película que se encuentra muy cercana a su periodo de efervescencia en Hammer Films, realizada a continuación de la estupenda y generalmente menospreciada THE PHANTOM OF THE OPERA (El fantasma de la ópera, 1962) y la simpática más no excesivamente destacable parodia THE HORROR OF IT ALL (1963) Entre ambas se sitúa este encargo a modo de coproducción entre Alemania, Francia e Inglaterra para Arthur Braumer –el hombre que pocos años antes logró que Fritz Lang revisitara el hermoso díptico DER TIGER VON SCHNAPUR (El tigre de Esnapur) / DAS INDISCHE GRABMAL (La tumba india)-, adaptando un relato de Sir Arthur Conan Doyle que permitiría a Fisher llevar de nuevo a la pantalla al conocido detective Sherlock Holmes, algunos años antes ya utilizado por medio de la brillante THE HOUND OF THE BASKERVILLES (El perro de Baskerville, 1959) –en donde el célebre investigador estaba encarnado por Peter Cushing-. Sin embargo, nos encontramos bastante lejos de los logros de aquella estupenda muestra de cine de misterio. En su contraposición, el título que nos ocupa deviene impersonal, carente de interés en su intriga, y en muy pocos momentos podemos adivinar que tras las cámaras se encontraba uno de los mejores cineastas británicos. Hechos como este, son los que en no pocas ocasiones permiten replantearse la importancia esencial de mantener un equipo técnico y creativo y un diseño de producción ya familiar, para crear el caldo de cultivo necesario a la hora de ofrecer productos en los que se lograra sobrepasar la intención inicial de ser destinado al consumo de públicos adolescentes, logrando a través de talento, inventiva y lógica cinematográfica, como es el caso, ofrecer una galería de títulos que se encuentran entre las mejores propuestas del cine de terror europeo.

 

A su lado, resulta triste asistir al desarrollo de esta mediocridad, en la que no sabe uno si mirar hacia otro lado al comprobar como no nos encontramos alejados de tantas y tantas películas firmadas por Harald Reinl basados en obras de Edgar Wallace, en donde la ambientación resulta limitada, muy limitada –apenas el alquiler de unos pocos coches de época y unos escasos figurantes-, la historia en ningún momento prende la atención del espectador, los intérpretes en líneas generales son lamentables –y no solo podemos hablar así de Senta Berger, que por fortuna sale poco-, y la banda sonora se erige dentro de su infamia, como el enemigo más poderoso del propio film, hasta el punto de romper con el relativo encanto que pudiera general alguna secuencia, introduciendo unas sintonías que, además de horribles, en modo alguno se integran con la película. Pero dentro de estas propias limitaciones, hay un elemento que definitivamente lleva al traste cualquier atisbo de interés en la película, y con ello me refiero a la nula química que se establece por un lado entre los personajes de Holmes y el dr. Watson, y de otro en la escasa oposición que se marca entre el quisquilloso detective y su eterno antagonista en el terreno del crimen, Moriarty. Si en ambos frentes, la película no lograr ofrecer un desarrollo de cierto interés y sus personajes puedan resultarnos atractivos, el fracaso lógicamente devendrá el adjetivo más pertinente de la función. Y en esta circunstancia creo que tienen no poca responsabilidad la ineptitud de los intérpretes encargados de representar al trío protagonista, en el que lamentablemente no podemos hacer excepción con un Christopher Lee excesivamente estólido e inadecuado que sorprende en esa constante frialdad, el hecho de estar dirigido por alguien que previamente había logrado de él no solo grandes interpretaciones sino, lo que es más difícil, modular el conjunto de su personalidad como actor cinematográfico.

 

En medio de un conjunto dominado por la impersonalidad y la rutina, es innegable que SHERLOCK HOLMES… mantiene algunos elementos de cierto interés. El más relevante de ellos es, sin duda, la concurrencia de una contrastada fotografía en blanco y negro que, unida a una planificación abundante en angulaciones de cámara, permite ofrecer cierto empaque visual a la función. En este sentido, la puntual recurrencia al cine de Welles tiene dos exponentes claros en la función. La primera de ellas se centra en ese encuentro nocturno entre Moriarty y Holmes, que en su formulación visual está directamente emparentado con la magistral secuencia de TOUCH OF EVIL (Sed de mal, 1957), en la que Joseph Calleia  intentaba lograr la confesión de las acciones del detective que encarnaba Welles. La regunda tiene un inequívoco regusto –en pobre- del célebre episodio de las alcantarillas en THE THIRD MAN (El tercer hombre, 1949. Carol Reed) siempre adjudicada –no se si con pertinencia-, a la inventiva aportada por Welles. Todo ello, junto a la presencia de planos inclinados y determinados instantes –las secuencias en las que se discurre por estancias ocultas, o el fragmento del detective en casa de su irreconciliable enemigo protagonizado por una urna de cristal que conserva una escultura egipcia, y que en su parte inferior alberga expectante una serpiente-, son momentos más o menos atractivos que al menos permiten salir del letargo del espectador, ante una película que, de no estar firmada por Terence Fisher –aunque los créditos indican como presumible correalizador a Frank Winterstein, presumible incorporación de cara a los sindicatos-, permanecería con justeza condenada al olvido, y definida como una de las propuestas más estériles entre las adaptaciones cinematográficas de un personaje muy frecuentado ante la pantalla.

 

Calificación: 1’5

0 comentarios