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CINEMA DE PERRA GORDA

WATCH ON THE RHINE (1943, Herman Shumlin)

WATCH ON THE RHINE (1943, Herman Shumlin)

Si tuviera que elegir una cualidad especial para mantener en la memoria WATCH ON THE RHINE (1943, Herman Shumlin), esta sería sin duda la de suponer una oportunidad para que el excelente actor de origen húngaro Paul Lukas recibiera un insólito Oscar al mejor actor de aquel año. No voy a señalar con ello que me parezca el mejor trabajo de su carrera –al año siguiente recrearía un rol a mi juicio más valioso en la estupenda UNCERTAIN GLORY (1944) de Raoul Walsh- pero resulta siempre de destacar que esta ocasión permitiera la oportunidad para premiar a un intérprete excelente, cuyas características no entraban ni de lejos en los perfiles elegidos por la Academia de Hollywood –que, por ejemplo, dejó de lado la posibilidad de premiar a un intérprete de la talla de Claude Rains-. En cualquier caso, más allá de este elemento puntual, y pese a definirse claramente como un producto de “prestigio” –para lo cual no hay más que consultar la nómina de créditos presente en su ficha técnica-, sinceramente no puedo dejar de constatar mi cierta decepción ante una propuesta indudablemente bienintencionada y ocasionalmente atractiva, pero a la cual el marchamo progresista de su propuesta no debe llevarnos a dejar de lado las insuficiencias que acompañan la traslación a la pantalla de una obra de Lillian Hellman, que logró un notable éxito previo en Broadway.

 

WHATCH ON… se inicia de manera muy atractiva, con la llegada de los componentes de la familia Muller a la frontera norteamericana, partiendo de la de México. Con una planificación envolvente y provista de una notable cadencia, nos introducimos en la descripción somera pero contundente de un grupo familiar en el que la figura paternal ejerce con amable autoridad, intrigándonos en una historia que los rótulos de inicio nos comenta se trata de la odisea de un hombre anónimo que supo detectar a tiempo la barbarie nazi. Lamentablemente, muy pronto la función deviene por unos derroteros de los que jamás logrará zafarse. Me refiero por un lado al excesivo lastre teatral que la película manifiesta en la mayor parte del metraje, y por otro al ingenuo y discursivo planteamiento propagandístico que esgrime toda la proyección. No dudo que en su momento la obra de Hellman pudiera provocar un revulsivo en el seno de un entorno cultural newyorkino definido por un contexto de implicación en la causa antinazi –incluso en la película se hace mención a la lucha del bando republicano contra el antifascismo en nuestro país, lo que cerró totalmente las puertas a la película para su estreno en nuestro país; solo se ha emitido en contadas ocasiones en pantallas televisivas-. Sin embargo ¿es ello motivo suficiente para pasar por alto la grisura de su resultado? Y es que el film del director teatral Herman Shulman –que ofrecía con esta película su debut en la gran pantalla, iniciando una efímera trayectoria que tan solo ofreció otro título más-, lo que evidencia en la mayor parte de su discurrir es la escasa capacidad de este para con el medio cinematográfico. En más ocasiones de las deseadas la verborrea de sus personajes –en pocos de los cuales podemos detectar algo más que meros estereotipos- se torna excesiva. La película avanza a partir de conversaciones interminables, sintiendo a través de ellas esa sensación de asistir a lo que comúnmente se ha venido definiendo como “teatro filmado”. Si a ello unimos la permanente sensación de plúmbea ingenuidad que en todo momento destila el planteamiento dramático que sustenta la función –y al que ni la aportación como guionista de Dashiell Hammett logra traducir en atractivo ni tensión puramente cinematográfica-, o la deficiente descripción de algunos de sus personajes –con especial mención al esquemático villano que encarna George Couloris, aunque extensible a la pobre caracterización de los hijos del protagonista-, se puede entender mi cierta decepción al contemplar una película que posee un cierto estatus de culto. Por el contrario, creo que su vigencia queda bastante menguada, situándose en un lugar muy secundario dentro de la aportación del cine norteamericano dentro de esta combativa vertiente. Esa sensación de asistir a un producto polvoriento y caduco –como posteriormente podría ejemplificar la adaptación que George Stevens filmó a finales de los cincuenta con THE DIARY OF ANNE FRANK (El diario de Ana Frank, 1959. George Stevens)-, en buena medida representativo de la traslación a la pantalla de las inquietudes de la conocida dramaturga, son las que limitan –y mucho- el alcance de una propuesta que, a mi modo de ver, ha envejecido notablemente desde un punto de partida en su momento pretendidamente audaz, aunque en realidad no devenga más que un cúmulo de convenciones en torno a la vigencia de la lucha contra el fascismo, máxime cuando en aquellos tiempos serían muchos los exponentes cinematográficas de verdadera valía que emergerían de las majors de Hollywood en el contexto de estas mismas premisas.

 

Esta visión quizá denote una mirada ostentosamente negativa del film de Shulman. En este sentido, y aunque personalmente considere que nos encontramos ante un título desprovisto de interés, no sería justo omitir una serie de elementos que, al menos, logran que el conjunto revista cierta intensidad en algunos momentos, redondeando la discreción de su conjunto. En este sentido, que duda cabe que el principal interés del relato queda definido en la acertada modulación del personaje protagonista. Unido a la labor de Lukas, su Kurt Muller –un destacado representante en la lucha antifascista- resulta creíble en la lucidez y educación que despliega, la nobleza de sus ideales y también en la vulnerabilidad de su exteriorización física –los temblores de su mano cuando apunta con la pistola a Teck (el citado Couloris)-. Los momentos en los que el fundido en negro cierra momentos precedidos por breves afirmaciones de su protagonista, o el último monólogo, en el que expresa las dudas que le han llevado a asesinar a alguien en defensa de sus ideales son, indudablemente, instantes que no solo logran que WATCH ON… adquiera esa fuerza cinematográfica que ahogan tantas y tantas secuencias repletas de diálogos estáticos e inanes, sino que son momentos en los que atisbamos un sendero que, lamentablemente, no frecuenta en demasía. Es por ello, por lo que finalmente nos encontramos ante un título en el que las nobles intenciones no se corresponden, ni de lejos, con la eficacia de su resultado, menguada e insuficiente.

 

Calificación: 2

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