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CINEMA DE PERRA GORDA

L’AFFAIRE NINA B. (1961, Robert Siodmak)

L’AFFAIRE NINA B. (1961, Robert Siodmak)

Si aún, después de varias décadas intentando rescatar del olvido la obra de numerosos cineastas de interés, no se ha concluido el definitivo análisis de la aportación  cinematográfica de Robert Siodmak, es hasta cierto punto comprensible que el último periodo de su obra, rodado en su retorno al viejo continente, siga permaneciendo prácticamente en el anonimato. No con ello quiero apelar al hecho de encontrarnos en ellos grandes títulos –quizá sea más fácil reconocer obras alimenticias, llenas de debilidades y servilismos, y probablemente indignas de acompañar los últimos estertores de una filmografía pródiga en títulos de interés. En cualquier caso, y señalando de entrada mi debilidad por uno de dichos exponentes –ESCAPE FROM EAST BERLIN (Túnel 28, 1962), generalmente desdeñado incluso por los propios seguidores del cine de Siodmak-, esta llamada a la recuperación de estas películas realizadas casi de forma serial, se centra ante todo en la posibilidad que podían brindar para efectuar una mirada global a la obra fílmica de su artífice. Dentro de ese contexto, poder visionar L’AFFAIRE NINA B. (1961) supone una oportunidad realmente grata, máxime cuando nos encontramos ante un extraño thriller, género en el que nuestro director desarrolló buena parte de sus títulos más valiosos. Esa circunstancia, es la que de entrada inducía a prever el disfrute de un relato que albergara en sus imágenes un cierto grado de sedimento forjado en títulos como THE KILLERS (Forajidos, 1946) o CRISS CROSS (El abrazo de la muerte, 1949), adaptando su configuración en el seno de una producción de estudio realizada bajo pabellón francés, aunque dominada por una configuración visual propia del cine alemán de aquellos primeros años sesenta. En cualquier caso, conviene señalar de antemano que en sus imágenes se huirá por completo de cualquier rasgo de referencia sobre las corrientes vanguardistas que rodeaban el cine de los países europeos. En su oposición, la película adquirirá esa textura seca y áspera propia del cine policíaco alemán de aquellos años –con el que tuvo que bregar Fritz Lang en su última obra –DIE 1000 AUGEN DES DR. MABUSE (Los crímenes del Dr. Mabuse, 1960)-, y que en buena medida fue el rasgo adoptado incluso por los títulos filmados por Harald Reinl, en películas basadas en novelas de Edgar Wallace y tantos otros escritores policíacos de cortos vuelos.

 

A partir de este contexto, preciso es reconocer que el film de Siodmak se inicia de manera bastante atractiva, planteando una irónica situación en el velatorio de un muerto –pronto sabremos que se trata del intrigante Berrera (Pierre Brasseur)-, ante cuyo cadáver desfilan numerosas fuerzas vivas que le han acompañado –y temido- hasta entonces. La voz en “off” de quien poco después conoceremos se trata de Holden (Walter Giller), su chofer, marcará irónicamente la temperatura de un previsible multitudinario homenaje de despedida, que en realidad no supone más que una suprema muestra de hipocresía hacia un fallecido que no contaba con ningún escrúpulo. La historia retrocederá en flash-back a un mes y medio atrás, momento en el que se produjo la contratación de Holden como chófer de Berrera. Será una apuesta personal del influyente empresario, que lo ha elegido tras salir este de la cárcel por haber matado al amante de su mujer, y caracterizarse por una personalidad discreta y taciturna. Es más, el magnate no duda en ofrecerle su confianza y su amistad, aunque muy pronto el recién instalado chófer conozca a la esposa de Berrera –Nina (Nadja Tiller)-, que se recuperará rápidamente de un intento de suicidio. Muy pronto se establecerá entre ellos una singular compenetración, a partir de la cual irán descubriendo los turbios manejos del magnate, que será detenido por la policía alemana en Berlín, llegándose a ordenar su encarcelación. En previsión de dicha circunstancia Berrera había dado instrucciones a Holden, quien finalmente se apoderará de una documentación que encausaría como criminales de guerra nazi, a una serie de poderoso banqueros y empresarios que han formulado la acusación conjunta para enjuiciar al poderoso empresario.

 

A partir de dicha situación, los dos vértices de dicho triángulo –Holden y Nina- se verán abocados a intentar compaginar sus estrategias en medio de la tensa situación planteada, al tiempo que el desahogo mutuo de sus frustraciones les vaya acercando a nivel personal e incluso afectivo. Esta circunstancia no servirá de nada llegado el rápido encarcelamiento de Berrera, quien de nuevo emergerá como el demiurgo de la situación, logrando que sus enemigos – compañeros de consejo, se retracten de las denuncias que contra él habían presentado en los tribunales de justicia. Será sin embargo su última agonía, ya que en la celebración de fin de año y mientras Nina se desquita con un antiguo amante –encarnado por un jovencísimo e inexpresivo José Luís de Vilallonga-  con quien estuvo a punto a huir a New York, Berrera tendrá noticias de la ineficacia de la estrategia planteada, estando previsto su retorno a la prisión asumiendo las culpas que sus compañeros han decidido devolverle. Presa de un ataque de pánico, su corazón fallará de forma definitiva.

 

L’AFFAIRE DE NINA B. marca en sus imágenes, más allá de esa textura reconocible ya señalada, un planteamiento que para cualquier espectador más o menos avezado, podría definirse en una fórmula tardía de cine noir. Llegados a este punto, no cabe duda que el rol encarnado por Brasseur bien podría interpretarlo Orson Welles, el del fiel y desengañado Holden sería ideal para un Robert Mitchum, y el de Nina, podríamos atribuirlo a tantas y tantas femmes fatales que ofreció el cine USA de los años 40 y 50. Podríamos hablar incluso de una especie de traslación temática, que tendría el complemento de temáticas definidas por su sordidez –la presencia de unos documentos que recuerdan que prósperos hombres de negocios fueron en un pasado no muy lejano criminales de guerra nazi-, y con ello actualizando el planteamiento dramático del film. Un título que, por otra parte, se encuentra eficazmente narrado y en el que se dejan ver aquí y allá, detalles que reflejan si no un estilo específico, si unas maneras determinadas a la hora de utilizar la dirección artística de interiores, los exteriores nocturnos brumosos, o incluso desplazamientos de cámara revestidos de refinamiento. Es decir, que pese a su veteranía, Siodmak seguía manteniendo los mimbres que, en sus mejores momentos, le permitió ser considerado un cineasta de primera fila.

 

Lamentablemente, esta circunstancia no es suficiente para elevar el nivel de la película por encima de la frontera de la discreción. Y esa cortedad de miras y limitación de méritos, a mi modo de ver se centra en dos características complementarias. Por un lado destacar la gratuidad que plantean muchas de las acciones planteadas –por ejemplo, no resulta creíble que de buenas a primeras Berrera considere a Holden como su amigo, o la increíble peripecia que hace llegar a Holden la crucial documentación-. Son demasiadas, a este respecto, las acciones y giros de la narración que revelan una notable inconsistencia dramática. Y a ello, que duda cabe, hay que añadir la escasa densidad que plantea la galería de personajes dispuesta en la función, especialmente en el trío protagonista. Quizá algo tenga que ver en ello la estolidez demostrada por sus intérpretes, pero ello incluso afecta a la labor del por lo general excelente Pierre Brasseur, en esta ocasión perdido tras un personaje al que parece no saber dar la medida adecuada.

 

Se trata por tanto, de un balance bastante menguado en una película que se revelaba atractiva, pero que dentro de su discreción aún mantiene en sus imágenes destellos de buen cine y, sobre todo, los lejanos ecos de la personalidad de un director que, tiempo atrás, fue realmente grande.

 

Calificación: 2

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