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CINEMA DE PERRA GORDA

THE MATCHMAKER (1958, Joseph Anthony) La casamentera

THE MATCHMAKER (1958, Joseph Anthony) La casamentera

Hay dos razones que me hacían desear la contemplación de THE MATCHMAKER (La casamentera, 1958. Joseph Anthony) con bastante interés. La primera de ellas lo supone el considerarme –sin rubor alguno- uno de los pocos mortales que siempre ha disfrutado de la versión que de la obra de Thornton Wilder que da origen a esta película, realizó en clave musical Gene Kelly, con el título HELLO, DOLLY! (1969). La segunda, se remonta a un recuerdo de un lejanísimo pase televisivo en mi infancia –podríamos remontarnos a unos treinta y cinco años, nada menos-, del que me quedan aún ecos muy esporádicos, y que sirvió para ponerme en contacto con un estupendo y singularísimo intérprete de comedia, que años después alcanzó una cierta popularidad en la década siguiente, aunque su prestigio se cimentara en líneas generales en la escena de Broadway. Me estoy refiriendo a Robert Morse.

 

El paso de los años deja en segundo término estas referencias personales, pero cierto es que tenía bastante interés en visionar esta apuesta de la Paramount en el ámbito de la comedia, insertada en un periodo de especial riqueza para el estudio, insertando el proyecto en base a un referente teatral de éxito e incorporándolo además en este formato VistaVision, que permitió aportaciones en color de Frank Tashlin o en blanco y negro de realizadores tan notables como Anthony Mann –THE TIN STAR (Cazador de forajidos, 1957)- o incluso el Alfred Hitchcock de THE WRONG MAN (Falso culpable, 1956). Cierto es que en ese inspirado contexto también se insertaban aportaciones más menguadas en repercusión de realizadores de notoria ascendencia teatral, quizá hoy olvidadas con mayor o menor justificación, pero que con el paso del tiempo han revelado sus cuotas de interés. Dentro de esa galería, hay que insertar la aportación de nombres como los de Daniel Mann –siempre tan denostado al comparársele con Anthony e incluso Delbert, pero que en su filmografía alberga títulos de cierto interés-, y también Joseph Anthony, de andadura más limitada en la pantalla grande. Precisamente de este último es el título que nos ocupa, siendo probablemente el más perdurable de su escueta filmografía, en la medida que supo expresarse en un contexto que combinaba la teatralidad, el tratamiento de vodevil, la ambientación de época, una magnifica dirección de actores y, finalmente, una apuesta sobre la libertad del individuo, logrando en sus últimos instantes ofrecer incluso una cierta distanciación sobre la ficción escenificada.

 

De sobras es conocido el argumento que plantea THE MATCHMAKER, centrado en el carácter enredante y embaucador de la madura y al mismo tiempo elegante Dolly Levi (Shirley Booth). Si en la posterior versión musical de Kelly se formuló al objeto de ofrecer un vehículo estelar para la emergente Barbra Streisand, en esta ocasión previa la película queda como uno más de los casi consecutivos vehículos que en aquellos años se pusieron al servicio de la espléndida y hoy día totalmente olvidada Shirley Booth (1898 – 1992) –que incluso en 1952 logró el Oscar a la mejor actriz con su debut en la gran pantalla en COME BACK, LITTLE SHEBA (1952, Daniel Mann)-, en la que sería su última participación cinematográfica, aunque viviera hasta 1992. Lo cierto es que la Booth insufla de humanidad a su personaje, otorgándole una serie de rasgos –atención a los peculiarísimos matices de su voz-, capaz en su personaje de ofrecer con la misma naturalidad sus argucias e intrigas, como conmover al espectador con sus confesiones directas a este –algo que se manifestará claramente cuando, dentro de un carruaje y tras haber tenido una experiencia poco grata con Horace Vandergelderg (Paul Ford), en sus palabras advertirá que, pese a la apariencia contraria de la situación, será consciente que podrá casarse con él-. Lo brillante del film de Anthony, reside fundamentalmente en su discurrir a partir de un creciente sentido de la progresión. Y es que en su primer tramo puede parecer algo forzoso el recurso de hablar a la cámara de sus principales intérpretes, e incluso uno hasta eche de menos las agradables melodías y números musicales que introdujo Kelly en su adaptación de 1967. Sin embargo,  poco a poco el metraje va prendiendo en el espectador, y la película se va expresando a través de una adecuada dosificación de sus secuencias, un inteligente guión –obra del experto John Michael Halles-, la magnífica fotografía en blanco y negro –responsabilidad de Charles Lang- que no nos hace añorar un cromatismo que en esta cuestión resulta innecesario. Y junto a ello, THE MATCHMAKER destaca en la magnífica dirección de actores –del primero al último-, que en la interacción de su coralidad logran insuflar de vida propia el relato, trascendiendo esa inclinación hacia lances vodevilescos, y logrando en no pocos momentos una cierta poesía –pienso en el instante en el que Cornelius (Anthony Perkins) y Barnaby (Robert Morse) visten ataviados de mujer, cuando han escapado de la cena que han mantenido con Irene (Shirley McLaine), mientras el primero escribe una nota para esta declarándole su amor y pidiéndole disculpas por lo extraño de su comportamiento-. En esta ocasión, como podría suceder en aquellos años con títulos como SEPARATE TABLES (Mesas separadas, 1958. Delbert Mann), lo cierto es que se partió de elementos de primera fila, tratados quizá con ausencia de personalidad propia, pero explotando a fondo sus cualidades, lo que permite un resultado jovial, desenfadado, inteligente e incluso sutil, en torno a la libertad del individuo y su necesidad de la búsqueda de la felicidad. Será un contexto que, al margen de la humanidad que proporciona la citada Shirley Booth, nos permitirá contemplar una espléndida composición de comedia de un sorprendente Anthony Perkins, admirablemente secundado por ese Robert Morse que logra robar el plano cuando se encuentra en pantalla, comprobar la frescura de Shirley McLaine y la veterania de Paul Ford.

 

Todos ellos, en los minutos finales, y de una manera francamente arriesgada, desvelarán al espectador una distanciación de la obra representada, formulando al dirigirse a la pantalla una serie de afirmaciones apelando a la alegría de vivir, mientras la cámara se alejará en grúa del lugar donde se inició la acción, volviendo a ese grabado del Yonkers de finales del siglo XIX en el que se desarrolla la historia. Resulta interesante, a este respecto, poder comprobar como a la hora de formular el reparto de la versión musical de los sesenta, se tuvo muy en cuenta la tipología y características del magnífico reparto que domina y se enseñorea del título que nos ocupa. No podría inclinarme en la valía de una u otra versión en su vertiente interpretativa –en ambas me parece estupenda la elección-, aunque siempre habrá que reconocer que la Streisand aparecía demasiado joven para su rol protagonista. Dejemos en cualquier caso el recuerdo de la película dirigida por Joseph Anthony, como el ejemplo de un cine ejecutado con competencia, en el que se lograban transferir con ligereza las barreras del cine – teatro, y que mantiene una notable vigencia como exponente de un momento de especial inspiración de un estudio como la Paramount, al tiempo que emerge como un olvidado referente de un tipo de comedia que –probablemente- con la llegada de tintes renovadores para el género, condenaron a un injusto olvido.

 

Calificación: 3

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