Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

SAADIA (1953, Albert Lewin)

SAADIA (1953, Albert Lewin)

Apenas contemplada con el paso del tiempo, oculta desde el momento de su estreno entre la marabunta de títulos de temática exótica que inundaron las pantallas cinematográficas en la década de los cincuenta, despreciada incluso por algunos especialistas de relieve que han podido acceder a ella –como Bertrand Tavernier y Jean-Pierre Coursodon-, lo cierto es que la oportunidad de visionar SAADIA (1953) –y no en las condiciones que sería deseable-, quinto de los seis largometrajes que a lo largo de su dilatada experiencia cinematográfica firmó como realizador Albert Lewin, supone el reencuentro con una de las personalidades más singulares que brindó el Hollywood clásico. Ligado a la Metro Goldwyn Mayer en su condición de productor y activo partícipe de la plástica emanada en algunos de los títulos más relevantes del estudio del león, de manera paralela Lewin intentó expresar unas profundas inquietudes estéticas e incluso existenciales, a través de un conjunto de títulos que se alejaban por completo de cualquier canon establecido en el cine en que estas fueron insertados, y que en su vertiente cronológica se efectuaron entre 1942 –año en que rueda la excelente THE MOON OF SIXPIENCE (Soberbia)- y 1957, en donde dio vida su último film, el prácticamente ignorado THE LIVING IDOL, que toma como base el tema de la reencarnación, y que pese a las negativas referencias de los citados Tavernier y Coursodon, me encantaría poder ver en alguna ocasión. Sería la oportunidad de asistir a una mirada completa por esos seis títulos que, pese a su distancia de temas, ambientes, atmósferas e incluso objetivos, definen unos perfiles delimitados a la perfección, de una figura que desarrolló toda su vida ligado al cine, provisto de una vasta cultura general, y que cuando de forma esporádica se enfrentaba al terreno de la realización, lo hacía asumiendo proyectos que le interesaban e implicaban de manera muy personal. Ni que decir tiene que ello no debería llevar aparejado de manera obligada una valoración positiva de sus resultados, pero lo cierto es que en la obra de Lewin por fortuna hay que hablar de talento, riesgo, personalidad y, sobre todo, la oportunidad de acceder en todas y cada una de sus películas –al menos en las cinco que he tenido oportunidad de contemplar- en un mundo muy especial. Un marco en el que el fantastique, la búsqueda de lo más profundo de la existencia, el contraste entre mundos y una rara e inclasificable sensualidad, dieron como fruto títulos en ocasiones excelentes, y en el peor de los casos siempre marcados por un notable interés.

 

Todos estos términos se pueden aplicar, punto por punto a la fascinante SAADIA –realizada un par de años después de su más reconocida PANDORA AND THE FLIYING DUTCHMAN (Pandora y el holandés errante, 1951)-, que desde el primer momento sabe soslayar los tópicos que adornaron buena parte de este ya señalado y extenso subgénero de cine de aventuras exótico, situándose por el contrario en un terreno que podríamos delimitar en propuestas tan extrañas y reconocidas –aunque no tanto- como pudieron ejemplificar el tandem Michael Powell & Emeric Pressburger de forma previa en BLACK NARCISSUS (Narciso negro, 1947) o, bastantes años después. el inolvidable Fritz Lang de su díptico DER TIGER VON ESCHNAPUR / DAS INDSICHE GRABMAL (El tigre de Esnapur / La tumba india, 1959). Son todos ellos, títulos marcados por una tonalidad casi enfermiza, que encuentran en marcos y contextos extraños y atrayentes el referente oportuno para desarrollar su compleja red de relaciones personales y conflictos colectivos. Es algo que se manifestará ya desde el primer fotograma de esta interesantísima película, con ese travelling de retroceso que, unido a la voz en off que describe el marco de la acción, nos habla de la pacífica confluencia de tradición y progreso existente en una zona de Marruecos comandada por el Caid Si Lahssen (Cornel Wilde), desarrollando su labor junto al protectorado francés, que en el aspecto médico se encuentra representado en la figura del doctor Henrik (Mel Ferrer). Este desde el primer momento intentará demostrar a los lugareños las posibilidades de la medicina, desterrando con ellos siglos y siglos de oscurantismo y creencias materializadas en la magia negra. Será una lucha que tendrá un elemento de inflexión en la repentina presencia de Saadia (Rita Gaam), joven que padece una infección en un primer momento incurable, pero que en realidad se encuentra bajo el influjo de la malvada Fátima (Wanda Rotha). Esta será la máxima representante de ese oscurantismo de raíces mágicas que la nueva ciencia desea desterrar, con el apoyo de la máxima autoridad de la zona, desde el primer momento comprensiva con la positiva influencia que Occidente puede traer a un pueblo aún dominado por atavismos irrenunciables.

 

El film de Lewin parte de apetitosos créditos, que de alguna manera revelan el aprecio que su figura generaba entre destacados profesionales del mundo artístico. Es así como aún partiendo de una producción de la M.G.M., se destaca en ella una participación británica expresada en la presencia de actores tan brillantes como Cyril Cusack –por otra parte magnífico en su interpretación-, o el operador de fotografía Christopher Challis –años después responsable de la fotografía de la inolvidable TWO FOR THE ROAD (Dos en la carretera, 1967. Stanley Donen)-, junto a profesionales procedentes de otras nacionalidades como el actor francés Michel Simon o el músico Bronislau Kaper. Lo cierto es que esa conjunción de talentos de dispares procedencias se articulan con una rara armonía, integrándolo en un relato en el que se entremezclará un sustrato de sexualidad reprimida –manifestado en el extraño triángulo existente entre los tres personajes protagonistas, pero que tendrá una insólita ramificación lésbica en la extraña relación existente entre Fatima y Saadia-, al que cabrá unir un trasfondo de contraste entre mundos y civilizaciones, apelando por último a esa necesaria convivencia entre mundos de divergente personalidad.

 

Pero por encima de todo, si algo destaca en SAADIA es esa clara apuesta del realizador –también artífice del guión, adaptando una novela de Francis D’Autheville, y en la que se obvia cualquier tentación de referencia crítica o aprobatoria a la cuestión colonialista-, es su decidida apuesta a la creencia por fuerzas que algunos podrían calificar de sobrenaturales, o en otros momentos de la acción pueden definirse como una especie de panteísmo en el que la fuerza colectiva de la mente pueda decidir el devenir de las cosas –algo que quedará ejemplificado en esas oraciones colectivas que en la parte final de la película podrían servir para favorecer la curación del Caid a través de la petición de sus gentes-. Esa apuesta por un sentido telúrico y feerie del relato, unido a las espectaculares composiciones visuales –atención a esos irreales nocturnos rojizos en los que la amenaza aparece con la presencia de la luna llena-, conforman un conjunto siempre atractivo en el que la presencia de episodios –el rescate de las vacunas contra la peste que recuperará Saadia, el asedio que sufrirán tanto el Caid como el doctor y todos cuantos los acompañan en plena sierra, la lucha final para que Fátima logre revertir sus maléficos hechizos-, quedará unida a un atractivo planteamiento de esa relación triangular, en el que tendrá una notable importancia la presencia de motivos plásticos y estéticos que ejercerán como oportuno soporte y exteriorización a los sentimientos internos de sus personajes. Es algo que manifestará el descubrimiento por parte de Khadir (Cusack) de una galería en la que Si Lahssen mantiene diversos retratos de la protagonista –percibiendo con ello su oculta fascinación por la joven-. O el instante confesional en el que Henrik es encuadrado en primer plano tomando como referencia una pequeña reja. Son detalles, motivos y pinceladas, que definen la irreductible y admirable condición de refinado esteta que acompañó la no muy extensa singladura como director de Albert Lewin, que quedará marcada en ese plano final de la antigua muñeca que en su momento sirvió a Fátima para tener sojuzgada a Saadia –y que en definitiva aporta una pincelada de inquietante perfil a dicha conclusión-.

 

Pero hay un elemento que me gustaría destacar en esta película que va creciendo en su fascinación combinada de modestia. Además de resaltar la sensualidad emanada por esa Rita Gam, en aquellos tiempos esposa del posterior realizador cinematográfico Sidney Lumet, no sería justo omitir el óptimo partido que Lewin obtiene de dos intérpretes tan cuestionables –o, por lo menos, irregulares- como Cornel Wilde y, de manera muy especial, Mel Ferrer. Ambos se ajustan como un guante a sus papeles, hasta el punto de atreverme a señalar que quizá nos encontremos ante el mejor trabajo cinematográfico del primero de ellos. Cierto es que ambos han participado en títulos más valiosos –sobre todo en el caso de Wilde-, pero esa contención y serenidad que manifiesta el primero en su retrato de un Caid mesurado y atormentado en su interior por una pasión que no desea ver exteriorizada, y la resignación que caracteriza el retrato de ese doctor que desea exorcizar los fantasmas de su pasado a través de su labor científica, revelan no solo el acierto de Lewin a la hora de conformar un cast que podría hacer presagiar lo peor, sino que por fortuna se erige en un valioso aliado al cómputo de virtudes de un título tan ignorado como merecedor por derecho propio de ser salvaguardado del olvido.

 

Calificación. 3’5

0 comentarios