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CINEMA DE PERRA GORDA

A BELL FOR ADANO (1945, Henry King) La campana de la libertad

A BELL FOR ADANO (1945, Henry King) La campana de la libertad

Tras unos títulos de crédito descritos frente al plano de un viejo campanario en el que falta precisamente su campana, A BELL FOR ADANO (La campana de la libertad, 1945) se iniciará con una de las soluciones narrativas más arriesgadas y arrebatadores del cine de su director, Henry King. Una larguísima, casi extenuante, panorámica circular de 360º grados, logrará introducir al espectador en el argumento de la película. Esta estudiadísima elección narrativa se iniciará mostrando desde la lejanía el acercamiento de un jeep portando una avanzada del ejército norteamericano, que se dispone a ocupar pacíficamente una población italiana, hasta instaurar en ella un mínimo de normalidad tras ser liberada de las tropas fascistas. La panorámica no escatimará mostrar la ruina en la que han quedado sus viviendas –una pared que muestra un gran retrato de Musolini aparece también agrietada- y los rostros desgastados de sus lugareños, describiendo en conjunto un panorama desolador. El mando de los norteamericanos corresponderá al mayor Victor P. Joppolo (un notable John Hodiak, probablemente en el mejor papel de su carrera), al que ayudan el sargento Borth (William Bendix) y el capitán Pourvis (Harry Morgan). Muy pronto se apercibirán no solo de las clamorosas carencias que sufren sus habitantes, sino sobre todo de la peculiar personalidad de un pueblo que, aunque no quiera reconocerlo, se acostumbró al fascismo –los vicios heredados del saludo con el brazo en alto los delatará-, pero que desde el primer momento se adaptará a sus nuevas y provisionales autoridades, buscando ante todo la practicidad y retornar a una normalidad cotidiana en sus vidas.

 

A partir de dicho punto de partida, A BELL FOR... se erige en una crónica sobre la lucha colectiva de un pueblo en la recuperación de su autoestima –simbolizada en esa campana ausente de su vida diaria-, y también la tarea de un hombre justo –el mayor Joppolo-, quién quizá hasta entonces no ha tenido ninguna oportunidad en su vida de procurar el bien y la justicia a través de sus acciones. En definitiva, de resultar útil, y algo más que un simple componente del ejército norteamericano desplegado en la liberación italiana. Todo ello partirá de la novela de John Hersey, adaptada a guión de la mano de Norman Reilly Raine y el especialista de la 20th Century Fox, Lamar Trotti. Pero no solo este último procederá de la magnífica cantera del estudio de Zanuck en una película que se muestra tan cercana al drama que muestran sus instantes más dolorosos. A la valía del título que comentamos –que adelanto, me parece magnífico, aunque quizá no llegue a la altura de las cimas de su director-, contribuyen de forma poderosa la labor del operador de fotografía Joseph La Shelle, el fondo sonoro de Alfred Newman, el acierto a la hora de la elección de interiores y exteriores, o la combinación de un reparto entregado.

 

Con toda esa notable base, King logra articular un relato que combina la referencia histórica, el drama humano, pero también el pequeño detalle y la importancia de la colectividad, atendiendo sin embargo a numerosas historias personales, que contribuirán en su confluencia a lograr que ese cuadro colectivo alcance un alto grado de veracidad. Para ello asumirá una estructura a base de pequeños episodios, apelando a un cierto grado de cotidianeidad en las constantes incidencias que tendrá que resolver ese mayor en principio abrumado por el peso de la labor que va a adquirir, pero que poco a poco irá cogiendo el pulso a un conjunto de seres, a los que comprenderá en sus grandezas y también en sus miserias –ese pasado fascista de buena parte de ellos; algo que quedará remarcado en el hueco que existe en el ayuntamiento de un retrato que con seguridad reflejaba a Musolini-. A partir de esa base argumental, King desplegará toda su sabiduría narrativa, en una tarea en la que demostrará un alto grado de sensibilidad y al mismo tiempo de sencillez, logrando incluso no pocos instantes revestidos de cierto sentido del humor, centrados de manera especial en la definición del carácter extrovertido del italiano medio de la época –un aspecto en el que, justo es reconocerlo, algunos momentos revisten cierto matiz excesivamente caricaturesco, mientras que otros resultan efectivos-. A partir de la toma en el mando, el mayor trabará contacto con el párroco del lugar, atraerá en su labor a lugareños que poco antes colaboraron con el fascismo, llegará incluso a ser comprensivo con el alcalde depuesto de la población –al que salvará de un seguro linchamiento-. Lo que poco a poco irá percibiendo nuestro protagonista casi sobre la marcha, será la necesidad de atender las necesidades básicas de la población, y además de ese punto de partida, poco a poco irá empapándose de un modo de vida alejado al suyo, al tiempo que sintiendo que su existencia –hasta entonces presumiblemente gris-, ha encontrado en este destino un punto de inflexión. Es por ello que no dudará en desobedecer las indicaciones de su general superior de mantener ocupado el único camino que permite a los habitantes del pueblo traer sus víveres y mantener su cotidianeidad, de perdonar al veterano propietario de un carro, que se ha detenido en medio del camino al quedar sorprendido de ver como sonreían los niños, aunque uno fuera rico y otro pobre. Es más, lo que en un principio le resultará una petición inútil y pintoresca –el deseo de los lugareños de lograr una nueva campana que sustituyera la que fue sustraída por Musolini para ser fundida y convertida en un cañón-, poco a poco irá ocupando un lugar en sus intenciones, hasta lograr encontrar el camino adecuado para ello –en una simple conversación con unos compañeros de Marina-.

 

Más allá de la pertinencia de su progresión argumental, lo importante en el film de King reside en la mirada, entre comprensiva y en algún momento irónica, que despliega sobre un panorama devastador, al que solo la unión de su colectividad puede hacer salir de su propia desesperada situación. No por ello el realizador cargará las tintas en ese dramático contexto. Por el contrario, el talento del cineasta se manifiesta en seguir el sendero de una crónica cotidiana, en la que no faltará el elemento transformador de la asistencia del mayor a una misa del párroco; en la divertida manifestación espontánea de todas las mujeres del lugar, siguiendo a Joppolo y contemplar como este negocia con el arisco Tomasino, para ver si este logra convencer a todos sus compañeros para poder reanudar la pesca; en la incómoda situación en la que se sentirán el mayor y Purvis en casa de Tina, cuando son agasajados por la madre de esta con turrones, pero cuya presencia cortará momentáneamente las ganas de bailar que las dos parejas mantienen; o incluso en la dura reprimenda que este formulará al jefe de la policía local –ataviado con un ridículo uniforme-, cuando este pretende salirse de la cola del reparto del pan. Todo ello, conformará un sentimiento de cotidianeidad, que tendrá su prolongación en la tarea diaria de los compañeros que comanda el mayor, quienes no dudarán en ayudarle con diversas estratagemas al objeto de desviar unas órdenes que supondrían una auténtica paralización de la incipiente normalidad en la vida diaria de la población.

 

Y eso será, en definitiva, el mensaje central de esa crónica sensible y dolorosa, divertida y cotidiana, en una película envuelta en los mejores ropajes del cine de la Fox, en la que King sabe hablar en voz baja, pero además hacerlo con las mejores armas cinematográficas que poseía. Aquellas que desde mucho tiempo atrás le proporcionaron esa visión propia del mundo. Será algo que se manifestará en la importancia que a lo largo del metraje se concederá a la canción Lily Marleen –en todo momento ligada a la singular relación que se establecerá entre el mayor y la joven Tina (una Gene Tierney a la que su pelo rubio –su personaje se lo ha teñido para mostrar con ello un cierto rasgo de rebeldía- no oculta un ápice de su belleza y sensibilidad). Será el fondo sonoro que les permitirá una larga secuencia con ambos en primer plano en el que confesarán sus sentimientos más íntimos, y que también propiciará ese momento emotivo en el que un ciego cantará la canción pidiendo limosna frente a la fachada del edificio consistorial, moviendo la conciencia de Joppolo al escucharlo desde la ventana. Pero unido a este elemento concreto, la sabiduría de King logrará expresar con extraordinario sentido visual el instante en el que Tina descubra –de boca del propio mayor-, que este está casado –de pronto entre ellos se interpondrá la sombra del propio militar-, e incluso aportará soluciones visuales encaminadas a evitar en la medida de lo posible, los meandros sensibleros a los que podría conducir el relato. En este sentido, dos son las secuencias –casi consecutivas-, que rubrican las intenciones de su realizador. La primera estriba en la manera con la que muestra el retorno de los voluntarios de la localidad que han sido liberados, encontrándose con sus esposas en plena plaza del pueblo. Evitando cualquier tentación gratificante, King optará por mostrar un picado en plano general, acentuando en planos más cercanos el desconcierto de esas parejas que no se logran encontrar, antes que centrarse en cualquier imagen gratificadora. Entre ese encuentro lleno de dramatismo, muy poco después Tina conocerá que su novio ha muerto en la contienda. Ello propiciará otra secuencia modulada con extraordinaria sensibilidad, en la que un compañero de este –Nicolo (una breve intervención de Richard Conte)- le explicará en presencia del mayor la trágica y estúpida desaparición de este.

 

Pero dentro de un conjunto bien articulado en la sucesión de pequeños episodios, unos cotidianos, otros más dominados por la frialdad de la labor militar, y algunos presididos por su alcance dramático, aún quedará un lugar para la esperanza en unos minutos finales agridulces, en donde a la satisfacción de haber cumplido con lo que la conciencia le demandaba, Joppolo sufrirá sus sustitución en la misión. Recibirá la noticia de manos de su fiel Borth –que se llegará a emborrachar para digerir la mala nueva-, quien no se la anunciará hasta que el improvisado gobernante reciba el homenaje de las maltrechas fuerzas vivas de la población, quienes le dedicarán una fiesta y, sobre todo, colgarán un cuadro suyo que permanecerá expuesto en el futuro del edificio –curiosamente cubriendo aunque dejando la huella, del que anteriormente ocupaba el de Musolini-. El momento de ese sencillo homenaje estará modulado por la emoción contenida –potenciada por el acierto de filmarlo con una luz tenue-, dejando paso tras unas pequeñas palabras al silencio conmovido del mayor, que será respetado por esos vecinos que se han convertido en sus amigos. Será el final de un episodio de su vida, una experiencia que permitirá que el resto de su existencia cobre otro cariz –durante el metraje habrá detalles que atestigüen el descontento de este con la andadura vital que había llevado hasta entonces, en la que quizá incluya unas relaciones con su esposa quizá no todo lo entusiastas de lo deseable-, pero que culminará con el abandono de Adano por parte del mayor en plena madrugada –King evitará una secuencia de despedida colectiva, que sin duda hubiera ofrecido un carácter más emotivo a la conclusión del relato-. Por el contrario, se limitará a comprobar como esa campana que horas antes ha logrado ser instalada, resuena por vez primera en la noche de Adano. Será su particular triunfo, pese a que tenga que abandonar esa localidad que, sin él pretenderlo, ha dado sentido a su vida, y al mismo tiempo ha permitido que sus gentes quieran a alguien que les ha demostrado su entrega sin pedir nada a cambio.

 

No cabe duda que Henry King se encontraba en un momento dulce de su obra en el periodo en que rodó A BELL FOR ADANO ¿Es que hubo algún periodo en la misma que no estuviera definido por esa constante inspiración y entrega? Lo cierto es que, sin llegar a alcanzar ese logro absoluto que esos matices caricaturescos de los personajes locales despliegan en no pocas ocasiones, logró un conjunto magnífico, logrando combinar la cercanía del relato de una realidad inmediata en el tiempo, sin que por ello su propuesta dejara de mostrar una absoluta perdurabilidad en la esencia de lo que muestra. Una prueba más de la modernidad de los clásicos.

 

Calificación: 3’5

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