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CINEMA DE PERRA GORDA

LE CORBEAU (1943, Henri-Georges Clouzot)

LE CORBEAU (1943, Henri-Georges Clouzot)

Contemplar LE CORBEAU (1943, Henri-Georges Clouzot) es una de las experiencias más desazonadoras que pueda tener cualquier espectador cinematográfico. Siendo como es una de las mejores películas francesas de dicha década, esa altísima valoración la asume por suponer una de las miradas más duras, secas y adustas que se pueda concebir de una sociedad como la que retrata –la Francia provinciana ocupada por el régimen nazi-. Realizada bajo la productora amparada por al nazismo Continental Film, su gestación desconcertó a tirios y a troyanos. No es de extrañar, se trataba de una visión de un alcance casi implacable que, en especial por esa mirada realizada con bisturí, no dejaba títere con cabeza. Es por ello que como consecuencia de la misma y de sus equívocas resonancias, a Clouzot se le imposibilitó volver a la dirección durante dos años, demostrando el paso del tiempo que su obra se erigía como la de uno de los mayores escépticos que proporcionó la cinematografía gala.

La cámara de LE CORBEAU se inicia mostrando el interior del cementerio de la pequeña localidad francesa de St. Robin. Será una elección paradigmática, sintiendo el silencio de los muertos y las tumbas para, a partir de la verja del recinto fúnebre, que se abre para ir recorriendo la cotidianeidad de una localidad rural, en la que en todo momento advertiremos la presencia de verjas –un elemento visual presente en la mayor parte de los planos del film, incluso en muchas de sus secuencias de interiores-. En pocos instantes asistiremos a la apática vida cotidiana de esta pequeña población. La escuela que aporta una única cierta nota de frescura –rodeada de verjas-, el pequeño hospital –también enrejado-, y de entre sus habitantes, la cámara se detendrá en la figura del dr. Rèmy Germain (Pierre Fresnais), quien no ha podido evitar el aborto de una joven, aunque sí haya salvado a esta. La forma de actuar y el look más elegante de Germain, nos permitirá intuir que se trata de un personaje disonante con el contexto rural. No por ello podemos decir que se erija en ese necesario punto de apoyo que todo espectador ha de encontrar en cualquier ficción cinematográfica.

Una de las singularidades que se producen en el film de Clouzot, es que su mirada sombría y desoladora no se detiene ante nada y ante nadie. Y eso hacerlo en unos tiempos en donde la libertad era la gran ausente en la sociedad francesa, no puede merecer más que el reconocimiento. Pero es que además, por sí misma, como auténtico relato de intriga, LE CORBEAU es un film apasionante.  El argumento planteado por Louis Chavance, transformado en guión por el propio Chavance junto al realizador –que años después se trasladaría al cine norteamericano de manos del gran Otto Preminger en la interesante THE 13th LETTER (Cartas envenenadas, 1951), muy pronto introduce la inquietud en el espectador, al acercarnos a la cama de un enfermo que muestra al doctor sus miedos, al estar confinado en la cama número 13 –desconoce que padece una enfermedad incurable y se encuentra prácticamente desahuciado-. La llegada de su madre, trayéndole su navaja de afeitar, aporta otro elemento inquietante a una película que se va nutriendo de pequeños apuntes, que muy pronto se convertirán en una interminable sucesión de misivas anónimas que, bajo la permanente firma de Le Corbeau, irán tejiendo una casi insoportable telaraña de acusaciones –ciertas o inciertas-, injurias, infamias, difamaciones y malos pensamientos. En definitiva, aparecerá como de la noche al día todo ese lado oscuro que cualquier colectividad alberga siempre detrás de la puerta de sus casas. Y lo hará en esta ocasión alterando la austera cotidianeidad de una colectividad fría y severa, e instalando en ella el fantasma de la sospecha –parece que Clouzot se adelantaba en bastantes años al Fritz Lang de WHILE THE CITY SLEEPS (Mientras Nueva York duerme, 1956)-. Uno de los elementos más fascinantes del título que nos ocupa, es la ausencia de agarraderas que proporciona al espectador el desarrollo del film. Antes lo destacaba, pero me resulta difícil poder evocar alguna otra película, en la que la galería de personajes y comportamientos expuestos alcance tal grado de mezquindad y ausencia de nobleza. Y es a partir de esa mirada frente a frente con lo más despreciable y –por desgracia- perceptible que existe en la condición humana, donde Clouzot logra trascender el lado de drama policíaco –un poco entremezclando los pasajes del posterior Jacques Tati de JOUR DE FÊTE (Día de fiesta, 1949), con el personaje español de Plinio-, retomando un argumento al parecer basado en un hecho real, y lograr con ello converger las costuras de una intriga que alcanza momentos apasionantes, con una indagación psicológica de enorme calado y, lo que es más importante, incomoda convivencia.

Lo cierto es que todos los personajes que pueblan la fauna -nunca mejor utilizada la expresión- humana de LE CORBEAU, representan una de las miradas más desoladoras que se pueda haber efectuado en el cine europeo de los años cuarenta. Desde ese doctor –ateo para más señas- de aparente distanciación con la población a la que atiende, pero que en todo momento demuestra esa afectada superioridad que en el fondo esconde una serie de situaciones de su pasado que no desea revelar-, esa mujer bella aunque amargada por la leve cojera, y que no logra que el doctor se acerque a ella, el matrimonio formado por Laura (Micheline Francey) y Michel Forzet (Pierre Larquey), ella de menor edad y siempre cercana a Germain, mientras que su esposo –médico de enfermedades de la mente y ya de destacable edad, se ofrece como investigador de la creciente invasión de escritos… En realidad, Clouzot no da puntada sin hilo. Ninguna de sus situaciones y secuencias dejan de aportar algo más a ese conjunto casi abominable, a esa ceremonia permanente de la revelación –e incluso invención- de las mezquindades a que puede llegar un colectivo humano, sometido a una situación límite –como queda bastante claro con esa ya citada recurrencia a rejas y elementos aislantes que proliferan en todo momento-, pero también con la actitud represiva y excluyente de la actuación de los diferentes estamentos y entidades componentes de las fuerzas vivas de la ciudad –gobierno municipal o prefectura, el hospital, el colegio, la iglesia-.

En realidad, LE CORBEAU podría plantearse como una visión dura y sin concesiones, de lo que años después plantearían en tono de comedia tantos cineastas italianos, e incluso nuestro compatriota Luís García Berlanga. Pero plasmar este argumento con tal negrura en su semblante, y hacerlo además en un periodo en donde más podía ejercer como revulsivo este alegato en contra del control, la ausencia de libertades, la delación y incluso el derecho a la intimidad resulta cuanto menos valiente. Pero más allá de estas requisitorias, queda en la retina del espectador el discurrir de momentos inolvidables, como el episodio que describe el suntuoso e hipócrita sepelio del enfermo suicidado –uno de los mejores fragmentos del cine francés de aquellos años-, del que emergerá una carta del interior de la propia corona que deposita la antipática enfermera, quien a partir de la coincidencia será sometida casi a linchamiento; el propio oficio religioso, en el que el presbítero clama a partir de la aparente seguridad existente al pensar que ya se ha logrado dar con el culpable de la invasión de envenenados escritos, cayendo desde la cúpula interior del templo otra de las terribles misivas o, finalmente, los minutos finales, en los que la definitiva resolución de la intriga, acogerá matices inquietantes en grado extremo, hasta culminar con una venganza, que en esta ocasión emerge casi como un ritual, asumida con total naturalidad casi como una liberación. Pero dentro de esa amalgama de aspectos que pueden hacer girar la identidad del autor de las cartas que han dinamitado la cotidianeidad de St. Robin –que no es, por otra parte, el objetivo central de una película cuyos objetivos discurren muy por encima de dicha inmediata realidad-, hay un instante excepcional a mitad de metraje. Un simple plano – contraplano medio, protagonizado por Germain y otro de los personajes centrales, y que culmina con la mirada inquietante del segundo de ellos –que no revelaré, en atención a los posibles espectadores-, fundiendo en negro con dicha mirada, donde podremos atisbar esa naturaleza del mal absoluto, innecesario pero atrayente, expresado en el rostro de ese personaje que, por un momento, ha mostrado en su faz, la cara oculta del mismo. Uno más del enorme caudal de sugerencias y matices malsanos –ésa niña que se guarda de inmediato una carta recibida por el doctor y que le ha caído por la ventana, negando haberla visto cuando este baja de su residencia-, en un título tan admirable como incómodo de ser contemplado, sin sentir la extraña sensación de contemplar una obra prácticamente sin fisuras, y que quizá por ello, dice más de nosotros mismos, de lo que nosotros estamos dispuestos a admitir. Se trata, que duda cabe, de una de las cimas del cine del siempre inquietante Henri-Georges Clouzot,

Calificación: 4

1 comentario

David -

Obra Maestra indudablemente.
Recientemente hemos tenido la oportunidad de ver una película que bebe en la fuente que creo Le Corbeau.
Se trata, ni más ni menos, de la laureada "Das weisse Band" de Haneke con la que comparte no pocos elementos y atmósferas.