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CINEMA DE PERRA GORDA

BACKFIRE (1950, Vincent Sherman)

BACKFIRE (1950, Vincent Sherman)

Las primeras imágenes de BACKFIRE (1950, Vincent Sherman), podrían hacer pensar que su realizador quería revalidar el éxito que había logrado apenas un año antes en Inglaterra con THE HASTY HEARTH (Alma en tinieblas, 1949), en donde trataba el caso de un enfermo incurable –encarnado por Richard Todd-, en medio de la colectividad de un barracón de enfermos situado en Birmania. En esta ocasión nos encontramos en un hospital de veteranos en 1948, donde está internado -recuperándose tras varias operaciones- el joven Bob Corey (Gordon McRae). Este se encuentra en todo momento alentado por su amigo Steve Connolly (Edmond O’Brian) y la fiel enfermera Julie (Virginia Mayo). Es más, cuando en aquel tiempo se estrenaba THE MEN (Hombres, 1950. Fred Zinnemann), resulta previsible pensar que asistimos a los primeros pasos de una corriente que tuvo su prolongación en años sucesivos. Sin embargo, muy pronto el film de Sherman abandona esta configuración, para insertarse en unos senderos numinosos, con la repentina e inquietante presencia en plena nochebuena de una mujer ente el lecho de Bob –que ha sufrido previamente una pesadilla, y al cual se ha inyectado un calmante-, advirtiéndole que Steve se encuentra herido de gravedad en su columna vertebral. El encuentro –revestido de cierto alcance tenebrista-, pronto será asumido por nuestro protagonista como el fruto de un sueño indeseado –aunque hay un detalle que se olvida en una película cuidada en los elementos de intriga, la anotación que esta mujer le realiza y deja en plena cama-. De repente, a su salida del hospital, sin tener noticias de Steve, este será reclamado por la policía, quien le informará de la acusación de asesinato que recae sobre este.

A partir de esos momentos, BACKFIRE se convertirá en el clásico ejemplo de un policíaco correcto, en ocasiones estimable incluso, pero en el que en todo momento se percibe la ausencia del necesario contexto turbio para convertirse en un auténtico noir. Y no es que le falten adscripciones para ello, en la medida que la película se articula en una reiterada sucesión de flash-backs, a través de lo cual girará la investigación paralela auspiciada por Corey, convertido en inesperado e indeseado detective –con esa agradable inexpresividad que mostraba McRae, evidente miscasting en estos lares-. En ese recorrido, poco a poco iremos descubriendo el laberinto en el que se introdujo su veterano compañero -del que cada vez es más consciente de su inocencia-, al tiempo que resultan más sorprendentes los recovecos que nuestro protagonista irá percibiendo, incluso en ocasiones poniendo en riesgo su propia vida, contemplando como a su alrededor se van sucediendo una serie de misteriosos asesinatos. En un momento determinado, tendrá que dar cuenta de sus progresos a unos agentes policiales que no verán con agrado la intromisión del impasible Bob, al que no dudará en ayudar incluso Julie, viviendo ambos una serie de situaciones de índole detectivesca, encaminadas ante todo a la búsqueda de Connelly, al tiempo que logren en sus pesquisas demostrar la inocencia de este, sin dejar de lado descubrir al auténtico culpable de la misteriosa sucesión de crímenes perpetrada.

El film de Sherman se debe ver con cierto agrado, pero lo cierto es que carece casi por completo esa atmósfera malsana propia del mejor noir –recuerdo su posterior THE DAMNED DON’T CRY (1950), en la que al menos se lograba una poderosa química entre la explosiva pareja formada por Joan Crawford y Steve Cochran-. En su lugar, asistimos a una simpática cinta policiaca, en la de dos improvisados aspirantes a detectives –Bob y Julie-, se embarcan sin pretenderlo en unas peligrosas aventuras, donde tan solo en contadas ocasiones se llega a percibir ese aroma oscuro y latente del peligro. Ambas se situarán en el tercio final del film –donde el interés del relato se eleva de forma considerable-, y para la enfermera metida a investigadora, tendrá su punto de inflexión en la visita clandestina al despacho del doctor que conoce el lugar donde está internado Steve, que culminará con el asesinato de este. En cambio para ese aspirante a cowboy –todo el mundo lo llamará así- que no se despeina en toda la película, los minutos finales supondrán el acceso a esa información definitiva, y el conocimiento de quien está detrás de los hilos de esta siniestra trata. Pero no se equivoquen, todo sucede dentro de unos márgenes más o menos “domésticos” –el protagonismo de McRae y la Mayo contribuyen a ello-, pese a que Sherman planifique con convicción, y logre describir una jugosa e incluso divertida galería de personajes secundarios, como ese recepcionista del cochambroso hotel donde se aloja nuestro protagonista, o la propia y veterana empleada de limpieza del mismo, caracterizada por su capacidad para definir a las personas a partir de los zapatos que estas llevan. Una galería que se extenderá al propio comisario encargado de la investigación –el estupendo Ed Begley– impagable su expresión cuando se va a disparar a Stephen huido y da la orden de detener los disparos: “Puede alcanzar a algún contribuyente”, o la propia Viveca Lindfors, caracterizada ya por su inquietante belleza.

Sin embargo, hay un elemento que, para bien y para mal, caracteriza y define la película. Con ello me refiero a la ya señalada abundancia de flash-backs, que parecen ejercer como elemento motriz de la función, y que bajo mi punto de vista en algunas ocasiones suponen incluso un lastre para la continuidad de la misma. No solo eso, sino que incluso en alguna ocasión –con ello me refiero en concreto al relato que el criado oriental herido de muerte, ofrece con todo lujo de detalles poco antes de expirar,  logrando con ello esclarecer el misterio existente- estos aparecen poco menos que increíbles ¿Cómo alguien a punto de morir puede brindar unos recuerdos tan concretos? No cabe duda que, aún siendo una película más o menos estimable, BACKFIRE carece casi por completo –la excepción sería precisamente esa inquietante presencia femenina en plena pesadilla del protagonista-, de lo que denominaríamos el “malestar específico” esencial en el noir. Si a ello unimos la apología a la convención que esgrimen los planos finales –con el triunfo de la pareja y el amigo con destino a su nuevo futuro profesional-, entenderemos que nos encontramos ante un título tan simpático como aséptico e inofensivo.

Calificación: 2

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