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CINEMA DE PERRA GORDA

THE DAMNED DON’T CRY (1950, Vincent Sherman) [Los condenados no lloran]

THE DAMNED DON’T CRY (1950, Vincent Sherman) [Los condenados no lloran]

Reflexionando tras contemplar un título del interés y, por momentos, apasionante atractivo de THE DAMNED DON’T CRY (1950), vienen a la mente no pocas inquietudes. La primera de ellas es constatar el hecho que los márgenes del noir fueron sin duda la corriente depositaria de las mayores dosis de talento del Hollywood clásico. En su ámbito, incluso realizadores y artesanos de medianas cualidades, lograron resultados en algunas ocasiones memorables. No llega a ser este el caso, pero no es menos cierto que nos encontramos con una propuesta estupenda que alterna el look de la Warner Bros de su tiempo, combinando el coqueteo con el melodrama, el servilismo a la mitología existente con su estrella protagonista –Joan Crawford-, de la que se erige como uno de sus exponentes más valiosos y perdurables, y quizá emerge como la películas más valiosa en la filmografía de Vincent Sherman. Una obra irregular que en estos años encuentra algunos otros títulos de interés –recordemos la brillante combinación de comedia, policíaco y propuesta antinazi, que revelaba ALL THROUGHT THE NIGHT (1941)-, hasta que de manera paulatina se insertara en el medio televisivo, llegando a rodar en España una previsiblemente exótica biografía de nuestro más célebre escritor –CERVANTES (1967)-, cuyas referencias no son precisamente perdurables.

Más allá de ese conjunto de singularidades, hay una que aparece con nitidez en su metraje, y que personalmente no dejo de proponer como posibilidad; el hecho de que la definición del personaje encarnado con especial fuerza por la Crawford, fuera el referente asumido –aunque nunca confesado- por Douglas Sirk, a la hora de definir a la protagonista encarnada por Lana Turner en su obra maestra IMITATION OF LIFE (Imitación a la vida, 1959). Cierto es que THE DAMNED DON’T CRY al parecer tiene su base en la relación mantenida entre Virginia Hill y el gangster Bugsy Siegel, y en la obra de Sirk coincidió con el affaire existente entre la propia Turner y el delincuente Johnny Stompanato. Sin embargo, en ambos títulos se aprecia el objetivo principal de mostrar el retrato de una mujer originaria de una baja extracción social, que intenta compensar ese traumático punto de partida existencial, centrando su vida en una lucha sin cuartel dominada por el arribismo. Esa será la máxima mantenida por Ethel Whitehead (Joan Crawford) tras las limitaciones vividas en su primer matrimonio –junto a Roy (Richard Egan) un trabajador de pozos petrolíferos de carácter hosco, resignado al mediocre lugar que le ha asignado la sociedad-, que culminarán con la trágica muerte de su hijo. Será el detonante que marcará la huída a la ciudad, y el inicio de la búsqueda de un reconocimiento social, aunando el retrato de un personaje ambicioso que no dudará en despojarse de dignidad y decencia, al tiempo que incardinándose con su definición de mujer moderna, dispuesta a emerger en una nueva sociedad, corrupta y dominada por nocturnos, en la que pueda emerger con todo su magnetismo. La complejidad del material dramático elaborado por los guionistas Harold Medford y Jerome Weidman, basado en el relato Case History de Gertrude Walker, es asumida por Sherman en un estado de verdadera inspiración, demostrando su plena capacitación a la hora de articular los elementos que le brindaba la productora, y alcanzando con ello un resultado magnífico. Como sucediera en otros títulos protagonizados por la Crawford –el estupendo POSSESSED (El amor que mata, 1947. Curtis Bernhardt)-, THE DAMNED DON’T CRY se inicia de manera admirable, con un episodio desarrollado por la noche, en el que se describe como dos personas se desprenden del cadáver del que luego sabremos se trata de un mafioso –Nick Prenta- que ha sido asesinado, y cuyo cuerpo es tirado en el desierto de los alrededores de Palm Springs. La búsqueda e investigaciones de la policía, remitirán a la figura de una extraña mujer que aparece en una de las películas que han encontrado en la mansión de la víctima. Se trata de una conocida mujer de la alta sociedad denominada Lorna Hansen Forbes (de nuevo la Crawford), que poco después veremos ha retornado al hogar de sus padres y donde convivió con su primer marido, totalmente catatónica. Ella es Ethel, y sobre su rostro se sobrepondrá el desarrollo de un flashback que se extenderá por la casi totalidad del metraje, relatándonos las circunstancias que la han llevado a vivir esta situación límite. De nuevo la presencia de ese recurso narrativo, nos retrotrae al magnífico y ya señalado film de Bernhardt, aunque en esta ocasión la propuesta se inclinará por la combinación de un melodrama noir centrado en el recorrido por esa nueva sociedad que parece sustituir tras la postguerra al antiguo mundo del hampa, modificando las metralletas por métodos ilícitos pero permitidos de enriquecimiento. Será una espiral demasiado tentadora de la que la protagonista no podrá sustraerse. Más bien entrará en ella con recelo inicial, pero muy pronto encontrará el terreno abonado para adquirir riqueza e incluso un reconocimiento social, alternando con hombres en los que se albergará una extraña coincidencia; todos ellos de una u otra manera han sido seres pertenecientes a clases sociales modestas, eligiendo el denominado “camino equivocado” para permitirles ese ascenso social que, ante todo, les sirva como venganza interior a esa frustración que tuvieron en algún momento de sus vidas. La película lo expresará en tres personajes muy bien definidos. El primero de ellos será el sencillo contable Martin Blankfort (Kent Smith), de quien Ethel se enamorará, y a quien arrastrará consigo al éxito profesional y económico sirviendo a ese mundo del hampa en el que se ella se ha introducido. De otro lado se enamorará de George Castleman (David Brian, curiosamente compartiendo los títulos de crédito con la protagonista), un antiguo gangster de baja estofa que ha sabido emerger en este nuevo mundo, y que pese a estar casado no dudará en encontrar en Ethel su alter ego, proporcionándole esos elementos falsos que brinda la sociedad para simular ostentación y reconocimiento –una experta en introducir a personas en la falsa sofisticación, el cambio de nombre de la protagonista, su inmersión en lugares y fiestas de supuesto alto nivel…-. Finalmente, la ya reconvertida Lorna será enviada –y utilizada- por George a la zona Oeste, comandada por el ya citado Nick Prenta (el gran Steve Cochran), para que vigile las actuaciones que este mantiene por su cuenta. Personaje chulesco y anclado en los antiguos modos del gangsterismo, Nick será en el fondo el que más resienta su baja extracción social, utilizando sus métodos e incluso sus crímenes como una forma de rebelión a ese complejo que confiesa a una mujer a la que ofrecerá, por el contrario, un sincero amor. Ayudado por la capacidad que Cochran manifestaba para resultar amenazador y vulnerable en el mismo plano, transmite una espléndida química con la Crawford, encontrando ella como personaje un ser que dentro de su cuestionable comportamiento, expresa una sinceridad ausente en sus otros dos amantes.

Aunando este recordatorio que supone el grueso central del film para la protagonista –hay quien ha hablado de una mezcla entre CITIZEN KANE (Ciudadano Kane, 1941. Orson Welles) y MILDRED PIERCE (Alma en suplicio, 1945. Michael Curtiz)-, si algo sobresale en el conjunto de esta magnífica película es la densidad que se establece entre su base argumental y los elementos que Sherman introduce con verdadera inspiración. Elementos que van desde un brillante montaje –obra de Rudi Fehr-, el predominio de nocturnos en los que se proyectan secuencias y acciones, y en los que la elegante y oscura fotografía de Ted McCord aparece imprescindible. La pertinencia en el uso de la elipsis, la importancia que adquiere la banda sonora para trasmitir en sus compases el sentimiento de sus personajes, o la dirección artística de interiores –sobre los que se proyecta esa búsqueda de ascenso, poder y refinamiento-. Unido a la manera con la que domina los resortes que le brinda el look del estudio, Sherman se revela como un auténtico estilista. Lo hará tanto en las secuencias corales, en las que destacará el dominio del encuadre y la ubicación de los actores, como en la manera con la que se presentan a estos –de destacar la que muestra por vez primera a Prenta en medio de una reunión convocada por Castleman-, logrando unos extraordinarios efectos dramáticos en la incorporación de primeros planos. Sobre todo aquellos en los que con la mirada, Ethel va mostrando sus sentimientos ante los hombres que se van cruzando en su vida, pero también en el brillo maligno que desprenden las expresiones llenas de furia de George en determinados momentos. Unamos a ello la importancia que adquieren unos diálogos afilados que nunca tienen desperdicio, y que quizá tengan sus dos expresiones más acabadas en el intercambio que mantendrán Ethel y George en el encuentro entre ambos, donde las réplicas y contrarréplicas se revelarán venenosas y al mismo tiempo definitorias del origen y psicología de ambos. Serán diferentes de la confesión que un enamorado Prenta ofrecerá en el mismo sentido a Lorna, en la que ella percibirá una sinceridad hasta ahora ausente en sus relaciones.

Cierto es que la un tanto acomodaticia conclusión del film impide que este adquiera la dimensión que desprende en todo su metraje. Ello no debe impedir, no obstante, considerar THE DAMNED DON’T CRY una magnífica demostración de que la unión de unos materiales valiosos, la presencia de un productor inteligente –Jerry Wald- y un director consciente de lo que tenía entre manos, puede brindar un resultado digno de figurar en cualquier antología del noir norteamericano.

Calificación: 3’5

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