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CINEMA DE PERRA GORDA

FLIGHT FROM DESTINY (1941, Vincent Sherman)

FLIGHT FROM DESTINY (1941, Vincent Sherman)

FLIGHT FROM DESTINY (1941) es el cuarto de los cerca de treinta largometrajes que jalonaron la carrera cinematográfica de Vincent Sherman, realizador especialmente inserto en la producción de Warner Bros- Un brillante especialista en los contornos del melodrama y, en su conjunto, cuando he tenido la posibilidad de acercarme a una parte importante de su filmografía, no dudo en definir como un elegante hombre de cine, merecedor de una mayor consideración, a la que el destino le ha proporcionado. Nos encontramos dentro de esos primeros pasos en su trayectoria, que inició con una curiosa producción dentro del género de terror -THE RETURN OF DR. X (1939), con un insólito Humphrey Bogart ejerciendo como insospechado vampiro-. Es decir, que aún situándose dentro del ámbito de producción de la serie B de la Warner, Sherman se iría fogueando con pequeños títulos hasta que su peso en el estudio se reveló de significación. En concreto, tras el rodaje del título que comentamos, nuestro director se embarcó en dos de los títulos suyos que más aprecio; UNDERGROUND (1941), vigoroso relato antinazi, y el inmediatamente posterior ALL TROUGH THE NIGHT (1942), valiosa mixtura de comedia newyorkina que proponía otra mirada en torno a las amenazas del nazismo en el propio suelo USA.

No puede decirse, pese a todo ello, que FLIGHT FROM DESTINY se encuentre a su altura. Relato de ajustada duración dominado por desequilibrios y servidumbres, alberga a su favor el hecho de considerarse una auténtica rareza, en la que su indefinición genérica es la que a fin de cuentas aparece como su mayor rasgo de estilo. En realidad, esta pequeña producción aparece como un extraño morality play destinado a describir la andadura de un afable profesor de filosofía -Henry Todhunter (Thomas Mitchell)-, que descubre la cercanía de su muerte en un radio de acción de unos seis meses. Dicha circunstancia, por un lado le llevará a enfrentarse con el rector de la universidad en la que ejerce, que lo retira de las misma para evitar un desvanecimiento y, por otro, a vivir una tertulia junto a un grupo de colegas, en la que surgirá de manera tan libre como inquietante la posibilidad redentora de efectuar un crimen, en alguien cuya eliminación proporcione un bien a la sociedad. Será un razonamiento que se albergará en la mente de Todhunter quien, conforme se va acostumbrando a la cercanía de su extinción irá interiorizando una extraña sensación de inmortalidad. Pese a que en un primer momento la idea quede en un segundo término, la llegada a su casa de una atribulada y joven Betty Farroway (Geraldine Fitzgerald) -gran amiga de este- compartirá con el veterano profesor las difíciles circunstancias que vive con su esposo, el prometedor pintor Michael Farroway (Jeffrey Lynn) quien se ha despegado por completo de ella. Michael fue uno de los alumnos preferidos de Todhunter, y contemplará junto a Betty -ambos dentro de un taxi- el beso que este se intercambiará con Ketti Moret (Mona Maret). El profesor descubrirá que se trata de una ambiciosa representante en una galería de arte, poniéndose en contacto con ella y pidiéndole que deje en paz a Michael. Ketti hará caso omiso de dicha petición, pero Todhunter intentará bucear en su pasado familiar para confirmar las sombrías sospechas de suponer alguien desprovisto de escrúpulos.

Será el momento en que el viejo profesor recuerde aquella cercana tertulia, intentando presionar a la galerista para que se aleje de ese entorno corrupto y de falsificaciones que ha inoculado a Michael. Antes lo habrá hecho el propio interesado, marchándose sin ver en esta, cualquier indicio de rectificación por parte de la calculadora Kitty. Consciente de esta situación, el viejo Todhunter no dudará en liquidarla culpando los agentes de la Ley a Michael del crimen, aunque el viejo profesor se declare autor del mismo, pese al escepticismo de la policía.

Lo señalaba al inicio de estas líneas. Lo mejor y lo peor al mismo tiempo de FLIGHT FROM DESTINY reside en la singularidad de su planteamiento, y la dispar confluencia de géneros que atesora la adaptación de la historia de Anthony Berkeley, erigida en un singular morality play que asume en su inicio un tono de comedia -el diálogo entre su protagonista y un portero, a la entrada del edificio médico- pronto mutado en una mirada más sombría una vez conozcamos la cercanía de la muerte del viejo profesor. Lo cierto es que uno de los lastres del film de Sherman reside en el servilismo hacia esa parsimonia que rodean las largas parrafadas que brinda el rol protagonista, más allá de la correcta -más no extraordinaria- performance de Thomas Mitchell, más brillante por lo general en roles secundarios, sobre todo si era dirigido por un gigante como John Ford. Dicha circunstancia tendrá un peso superior en la primera mitad del relato. Por fortuna, este irá virando hacia una progresiva tonalidad sombría proyectando una mirada revestida de misantropía en torno a la galería de personajes y situaciones planteadas, acercándose su plasmación visual a los confines del noir y, en ciertos instantes -la brillante secuencia de la muerte de la galerista- con un aura cercana a la del cine de terror ligada con una cierta aura sobrenatural. Es cierto que el realizador plasmará sobre todo en esa segunda mitad una planificación ágil, ayudada por un montaje dinámico muy propio de la producción del estudio. Ese progresivo descenso en el infierno ayudado por unos oportunos giros de guion, son los que proporcionarán los suficientes elementos de interés a una pequeña pero curiosa película en la que se destila cierta aureola moralista, y donde el estudio obligó a modificar el final, insertando la lectura de una carta del profesor condenado, instantes antes de ser ejecutado en la silla eléctrica, en la que sorprende la diversidad de planteamientos de género asumidos, que quizá hubiera ganado de albergar más riesgos dramáticos en su desarrollo, pero en la que personalmente me quedaría con la presencia y desarrollo del personaje de la joven esposa encarnada por la excelente Geraldine Fitzgerald. Hay en la película un primer plano de esta, mientras atormentada se vuelve apoyada en la pared junto a la chimenea, desahogándose con el viejo protagonista, en donde a mi modo de ver se da la medida de donde habría podido llegar este pequeño drama sobre la relatividad de la ética y la existencia.

Calificación. 2’5

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