THE YOUNG PHILADELPHIANS (1959, Vincent Sherman) La ciudad frente a mí
Al igual que el resto de géneros, la segunda mitad de los años cincuenta, registró un extraordinario florecimiento del melodrama, que tendría su máxima expresión en la obra de Douglas Sirk. Pero junto a su aporte, a su exquisitez visual y su garra crítica y transgresora, aparecerían numerosas muestras, caracterizadas por su actualización de temas, venciendo en ellos los últimos compases del lamentable ‘Código Hays’. Es decir, los mèlos de este periodo, se caracterizarán por su lenguaje abierto, y por plantear cuestiones -fundamentalmente de índole sexual- que, en periodos precedentes, habían tenido que quedar, como mucho, latentes en el fuera de campo. Es cierto que este ámbito, permitirá exponentes de gran éxito y, a mi juicio, pobres cualidades, como el PEYTON PLACE (Vidas borrascosas, 1957), realizado por Mark Robson. Pero durante décadas, se ha omitido la presencia de títulos en su momento escasamente apreciados, puestos en marcha con evidente alcance comercial, al servicio de grandes estrellas, pero que al mismo tiempo estaban dotados de solidez y brillantez, realizados en no pocas ocasiones, por veteranos profesionales, que conocían a la perfección los resortes del género, y supieron adaptarse a la perfección a este ámbito de mayor permisividad. Estoy hablando de -entre otros muchos- títulos como UNTIL THEY SAIL (Tres secretos, 1957. Robert Wise), TEN NORTH FREDERICK (10, calle Frederick, 1958. Philip Dunne) o MARJORIE MORNINGSTAR (1958, Irving Rapper). Películas todas ellas, rodadas por directores con experiencia que, en su momento, muy pronto fueron dejadas al olvido de cualquier consideración, revelando muchos años después, la vigencia de sus postulados.
Uno de esos muchos ejemplos, lo brinda a mi juicio THE YOUNG PHILADELPHIANS (La ciudad frente a mí, 1959), probablemente la última obra brillante de Vincent Sherman. Sherman, fue un director mucho más solvente de lo que se reconoció en su momento, atesorando en su obra, melodramas noir de la categoría de THE DAMNED DON’T CRY (1950), estableciendo en su conjunto, una atractiva filmografía, extendida a una treintena de títulos, y que a partir de esta película, se inclinó de abrumadora al ámbito televisivo, concluyendo su aportación para la gran pantalla en España, con la biografía CERVANTES (Idem, 1967), que jamás he podido contemplar -aunque parece que no me pierdo nada-. THE YOUNG PHILADELPHIANS, auspiciada por la Warner, uno de los estudios que más se inclinó por el género en este periodo, es un producto destinado al lucimiento de la ya consolidada estrella, llamada Paul Newman, partiendo de un folletinesco guion de James Gunn, a partir de la novela de Richard Powell.
La película se inicia en los años 20, antes del nacimiento de su protagonista, describiendo la boda de Kate Judson Lawrence (Diane Brewster), con el heredero de acaudalada familia William Lawrence (Adam West). Desde el exterior de la parroquia, contemplará desolado la salida de los novios de la misma Mike Flannagan (Brian Keith), eterno enamorado de Kate, asumiendo la pérdida de su pasión. Sin embargo, en la misma noche de bodas, la novia comprobará con horror que William es impotente, incapaz de poder corresponderle como marido, huyendo atormentado y, muy poco después, matándose en un accidente. Esa misma noche, totalmente desolada, Kate acudirá al amparo de Mike, entregándose a él. Pasan los años, y el fruto de aquella dolorosa noche de amor, se convertirá en el joven, voluntarioso, emprendedor y ambicioso Tony Judson Lawrence (Newman), quien alterna sus estudios judiciales, con su trabajo en una firma de construcción que comanda Mike -del que, en todo momento, desconocerá se trata de su auténtico padre-. De manera casual, conocerá a la joven y atractiva Joan Dickinson (Barbara Rush), hija del veterano y prestigioso abogado Gilbert Dickinson (John Williams), estableciéndose entre ellos un muy rápido romance, que llegará al punto de decidir casarse de inmediato. Una astuta maniobra del padre de esta, permitirá que la boda se frustre, sembrando al mismo tiempo el resquemor entre la joven pareja, hasta el punto que Joan se case con uno de sus antiguos amigos, Carter Henry. Un golpe de fortuna, llevará a Tony al ámbito del reconocido letrado John Wharton (Otto Kruger), logrando un acercamiento a su bufete, mediante el impulso que la joven mujer de este -Carol Wahrton (Alexis Smith)-, perdidamente enamorada del protagonista-, propiciará a su marido. El joven letrado irá acrecentando su prestigio, especializándose en cuestiones de impuestos, logrando una consolidación casi desorbitada, que incluso le permitirá escuchar el ofrecimiento, para presentarse como candidato a la Alcaldía de Philadelphia, que rechazará. Al mismo tiempo, después de su estancia en la guerra de Corea, tendrá noticias que el esposo de Joan ha muerto en la contienda. De este modo, de manera paulatina se irá estrechando un nuevo acercamiento entre ambos, que casi estará a punto en fructificar en esa tan deseada boda. Sin embargo, un nuevo foco de conflicto, pondrá en tela de juicio la meteórica carrera de Tony; la acusación de asesinato de su fiel amigo Chester A. Gwynn (Robert Waughn), que resultó tiempo atrás, manco de un brazo en su combate en Corea, y del que hacía tiempo, no tenía el más mínimo contacto. Considerado como la oveja negra de la familia Stearnes, será el momento en el que nuestro joven protagonista, reflexionará en esa huida del terreno de la ambición, que ha protagonizado hasta entonces, para intentar reencontrarse con sus propios ideales de honestidad.
Puede decirse que THE YOUNG PHILADELPHIANS es un folletín. Pero lo es en buena lid, con una serie de ingredientes de probada eficacia, cocinados a la perfección, por un Vincent Sherman, que supo adaptarse a las circunstancias y posibilidades argumentales de finales de los cincuenta, llevando a la pantalla un relato repleto de giros argumentales, elementos tradicionales del melodrama, dosis considerables de pulsión sexual -que son articuladas con brillantez, jugando sobre todo con el fuera de campo-, sin estar excluido del relato, ese componente crítico, en torno a la hipocresía y el puritanismo de las clases altas norteamericanas ni, por el contrario, la ambición, rayana en el arribismo, de jóvenes cachorros como el protagonista, para lograr traspasar las barreras de clase que les imprimen sus orígenes humildes.
Todo ello, conformará un coctel combinado casi a la perfección, permitiendo de entrada que, pese a sus más de 130 minutos de duración, el film de Sherman se devore como si transcurriera en un instante. Esa capacidad de síntesis, irá dada de la mano de una enorme precisión, a la hora de definir el entramado psicológico de todos y cada uno de sus personajes, descritos a través de los bloques narrativos establecidos en un relato, que sabe orillar su discurrir por un sendero de convenciones, a través de una constante convicción cinematográfica. Antes lo señalaba. Nos encontramos ante un producto, establecido para apuntalar el ascenso al estrellato de Paul Newman, y hay que decir que se trata de uno de los más valiosos títulos iniciales de su carrera -incluso por encima, de algunos más prestigiados y discutibles, firmados por Robert Wise o incluso Richard Brooks-. Es más, considero que Sherman acierta a frenar en buena medida -no siempre-, los excesos ‘Actor’s Studio’, del joven intérprete, al que muestra desplegando su galanura, bien secundado por una estupenda Barbara Rush y, sobre todo, magníficos secundarios, entre los que no dudaría en destacar a Brian Keith, Otto Kruger, o una extraordinaria Alexis Smith, que protagonizará junto a Newman, uno de los pasajes más intensos de la película. Será aquel, en que esta se humillará en plena noche, yendo hasta la habitación del protagonista -que simula dormir, semidesnudo-, ofreciéndose a él de manera casi irresistible, teniendo Tony que simular una propuesta de matrimonio, que esta no estará dispuesta a aceptar, agradeciendo sin embargo a su amado la misma.
Provista de un admirable sentido de la fluidez, acompañada de un magnífico montaje de William Ziegler, una contrastada fotografía en blanco y negro de Harry Stradling, y un vigoroso fondo sonoro, del entonces tan en boga Ernest Gold, THE YOUNG PHILADELPHIANS, es uno de tantos cantos de cisne de un género, el melodrama, que en aquellos fértiles años, estaba iniciando su declinar, pudiendo albergar en sus contenidos, temáticas y contenidos hasta entonces vedados pero, al mismo tiempo, volviendo a utilizar en su desarrollo las recetas del clasicismo cinematográfico. Es cierto que algunos elementos o subtramas, a mi modo de ver, se desarrollan sin la suficiente credibilidad -la rapidez con la que Tony y Joan, pasan de la aspereza en su reencuentro, al retorno en su frustrada relación sentimental-. Serán no obstante, lunares menores para un conjunto más que sólido, que sabe sortear los riesgos de una gran producción, para albergar incluso intensidad en no pocos de sus instantes, y que nos traslada a ese ámbito de febril producción en un género y, en general, al conjunto del cine americano de su tiempo, en el que incluso figuras tan veteranas como Vincent Sherman, acertaban al plantear productos llenos de sabiduría y densidad.
Calificación: 3
1 comentario
Fran -
Quería preguntarte como se sabe que el marido era impotente? No me suena que se diera ese detalle.
También mencionas que el protagonista simula una petición de matrimonio en la alcoba . ¿Eso lo deduces?
Gracias de antemano sea cual sea tu respuesta.