THE YELLOW BALLOON (1953, John Lee Thompson) Amenaza siniestra
Nunca se ha destacado lo suficiente, la importancia que la mirada sobre el universo infantil, ha albergado en el cine británico. Estoy convencido, no solo que fue dicha industria, la que se tomó, a lo largo de su historia, con más interés dicho contexto, sino que, cabe destacar que precisamente ese conjunto de títulos que se centraron en la mirada en torno al universo de la infancia, fue una de las corrientes mejor definidas del cine de las islas. Así pues, y un año después de que Alexander Mackendrick -uno de los realizadores que, junto a Jack Clayton, profundizó en esta vertiente con mayor lucidez-, plasmara un antes y un después en esta vertiente, con la extraordinaria MANDY (Idem, 1952), John Lee Thompson rodaba el segundo título de su carrera, dominada en su primera década, por una valiosa sucesión de propuestas, en los que demostrará su precisión en el manejo de conflictos cotidianos y dramas psicológicos. Dentro de dicho ámbito, THE YELLOW BALLOON (Amenaza siniestra, 1953) es, por un lado, una película más que estimable y, sobre todo, nos permite en su trazado, vislumbrar esa capacidad en el trazo psicológico, que Thompson irá perfilando y enriqueciendo en ocasiones posteriores.
En el fondo, la entraña de THE YELLOW BALLOON, descrita a partir de una historia original de Annie Burnaby, trasladada como guion por ella misma, junto al propio Thompson, viene a describir el proceso de acercamiento del pequeño Frankie (Andrew Ray), al entorno de sus padres que, pese a mostrarse cercanos con él, percibimos la existencia de una barrera que los separa. Su progenitor es Ted (Kenneth Moore) y su madre Em (Katleen Ryan), prototipo de pareja joven, ambos luchadores por salir adelante, en un contexto en el que la huella del trauma de la II Guerra Mundial, aún se percibe en sus calles. La película resaltará en la frescura albergada en sus secuencias de exteriores -la que abre el relato, es paradigmática en este sentido-, incidiendo muy pronto en la mirada de ese pequeño, que desea igualar a los amigos de su edad, comprando un globo amarillo, que todos ellos albergan. Ello será el inicio de una peripecia, que le hará perder los peniques que su padre le ha dado para comprar el globo, quitando el que porta uno de sus grandes amigos. Este le perseguirá, introduciéndose ambos en un edificio ruinoso, fruto de un bombardeo de guerra -elemento que conecta esta película, con la previa y notable HUE AND CRY (1947, Charles Crichton)-, en un episodio de vertiginosa fuerza y efectivo montaje, que culminará de manera tan inesperada como trágica. El inquietante desenlace del episodio, se complementará con la inesperada aparición del inquietante Len (William Sylvester), un delincuente que chantajeará emocionalmente al muchacho, comprometiéndose a no revelar el episodio que ha contemplado si, a cambio, Frankie se aviene a ayudarle.
A partir de ese momento, puede decirse que detectamos con facilidad, lo más atractivo y, al mismo tiempo, lo menos perdurable, de THE YELLOW BALLOON. Claramente, en la primera vertiente, encontraremos la plasmación del desequilibrio emocional, e incluso el tormento interior, vivido por Frankie a partir de ese momento, en especial en la relación mantenida con sus padres, a quienes no se atreverá a confesar la situación vivida. En su parte contraria, en ningún momento se percibe en el relato, la credibilidad necesaria, para entender la forzada y temerosa dependencia del pequeño hacia este joven delincuente -al que, sin embargo, Sylvester proporciona la necesaria credibilidad-. En ese contraste, contando como indispensable aliado, con la contrastada y física fotografía en blanco y negro, del estupendo Gilbert Taylor, el film de Thompson acrecienta su interés, en las secuencias en las que Frankie marca su efecto y sus temores con sus padres, o incluso en su asustada soledad -ese primer plano en el que rompe silenciosamente a llorar, sin duda recordando ese amigo suyo desaparecido-. Incluso cabe la capacidad de Thompson, para acercarse al rostro de sus personajes, buscando siempre captar ese detalle que transmita en el interior de sus pensamientos, o en la movilidad con la cámara, desplegada en un escenario tan limitado como el hogar de la familia protagonista. Un contexto en el que se seguirá respirando el aroma de una posguerra no tan lejana, y que de alguna manera, aparece como uno de tantos precedentes, de lo que apenas unos años después, serían los kitchen sink -esa tetera que alberga los ahorros que atesora pacientemente Em para, con ellos, poder costearse más adelante, unas modestas vacaciones-.
La autenticidad que respiran todos estos pequeños episodios, contrastará con el seguidismo del muchacho hacia Lem, dentro de un servilismo argumental que, personalmente, me resultará artificioso en todo momento. Sin embargo, en el último tercio de la película, esta asumirá un extraño y valioso giro, con el inesperado y, de entrada, poco creíble encuentro, de Andrew, con una mujer de personalidad abierta, a punto de adentrarse en la madurez, que acogerá al muchacho en su casa, cuando este huía de Lem, después de haber sido testigo inesperado de un asesinato por parte de este. Será el climax de un relato, que se describirá en un tenso y asfixiante episodio, descrito en la oscuridad de una abandonada estación de metro. Unos minutos absolutamente admirables, en donde uno percibe el eco de la inolvidable conclusión de la no muy lejana en el tiempo THE THRID MAN (El tercer hombre, 1949. Carol Reed). Será, quizá, la inesperada catarsis, que servirá tanto a padres e hijo, para dejar atrás esa invisible barrera que, de manera inesperada, les ha separado hasta entonces, sin que ambos lo asumieran.
No cabe duda, que ni como mirada en torno al universo de la infancia, ni aún menos, en la interacción de este con una situación de riesgo -pienso en un ejemplo mucho más valioso en esta vertiente, como el posterior THE WEAPON (Amanecer incierto, 1956. Val Guest)-, nos encontramos con un exponente especialmente relevante. Ello, no obstante, no elimina su apreciable atractivo y, sobre todo, los pasajes donde se percibe la entraña de su delineado dramático o, en su defecto, los que se destacan por la presencia de lo inquietante, o la directa amenaza. Y lo hace, sobre todo, al servirnos como referencia, para percibir las cualidades que muy pronto convertirían a Thompson en un realizador dotado de considerables cualidades, que iría reiterando, en un ramillete de títulos, tan vigentes en sus postulados, como lamentablemente desconocidos en la actualidad.
Calificación: 2’5
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