NIGHT OF TERROR (1933, Benjamin Stoloff) Noche de terror
Una vez se consolidó en el cine norteamericano la febrilidad del cine fantástico y de terror, permitió que este se divulgara en diferentes y controvertidas vertientes, al tiempo que, en la producción de la práctica totalidad de estudios de Hollywood, poniendo en cuestión esa su supremacía de la Universal, casi intocable durante décadas. De entre dichas corrientes, una de ellas -cierto que no la más practicada-, fue la apuesta de traslación de relatos terroríficos, envueltos en el ámbito de la comedia. Fue un subgénero, que tuvo en el cine norteamericano su fastuosa puesta de largo, con la fascinante THE CAT AND THE CANNARY (El legado tenebroso, 1927), adaptación de la obra teatral de John Willard, debut en el cine norteamericano del alemán Paul Leni, hábilmente acogido por Carl Laemmle.
A partir del éxito de la misma, que no cabe duda en considerar una de las cimas del género generadas en el célebre estudio, y según el cine de terror se iba haciendo familiar, irán predominando las comedias de ambientación terrorífica, que tendrían una prolongación en la misma Universal, con la adaptación cinematográfica de la obra teatral de J. B. Priestley THE OLD DARK HOUSE (El caserón de las sombras, 1932), a cargo del entonces consagrado James Whale. El éxito de la misma, ya en pleno cine sonoro, permitiría la prolongación de este tipo de producciones, combinando el vodevil, el humor negro y lo siniestro, teniendo uno de sus más cercanos exponentes, en la muy poco conocida NIGHT OF TERROR (Noche de terror, 1933), con la que el olvidadísimo Benjamin Stoloff, se empeña en un pequeño espectáculo de barraca de feria, beneficiado por una ajustadísima duración de poco más de una hora, rodada en esta ocasión para la Columbia. En su oposición, quedará perjudicada por la carencia absoluta de densidad dramática, de todos y cada uno de los estereotipos que pueblan esta, con todo desopilante propuesta, albergando en su carencia absoluta de rigor, y su clara querencia por lo bizarro, quizá el elemento que nos permita contemplarla con cierta simpatía, sin olvidar la mediocridad de su conjunto.
En la nocturnidad de una frondosa arboleda, un siniestro individuo, de facciones casi monstruosas, directamente heredadas de las caracterizaciones silentes de Lon Chaney, apuñalará en off a una pareja de novios que galantean en un coche. Como si fuera un lejano precedente del comienzo de ZODIAC (Idem, 2007. David Fincher), no pretendamos ver en esta ocasión el más mínimo rigor. Por el contrario, este doble crimen servirá para insertarnos en una deriva desquiciada y delirante, en la que no faltarán buena parte de los tópicos, habidos y por haber, dentro del cine de misterio. Desde la acumulación de víctimas, la presencia de un asesino psicópata, del que jamás llegaremos a tener ningún dato psicológico. Una mansión siniestra. Un joven investigador, que desea probar en carne propia un experimento para combatir la catalepsia. Un criado oriental (encarnado con convicción digna de mejor causa, por Bela Lugosi), su esposa, que en casi todo momento desea recurrir a llamadas del mas allá. Policías, crímenes, aviesos sospechosos, pasadizos, falsas identidades, giros inesperados…. Lo cierto y verdad es que, en apenas 65 minutos, asistimos a un coctel que, por la acumulación y desmesura de sus estereotipos, casi nos dejan noqueados, en medio de una sucesión de giros vodevilescos que, por momentos, casi parecen erigirse como una versión, en serie Z, de las películas protagonizadas por los Marx Brothers, en aquellos años de su pleno apogeo.
Así pues, la peliculita de Stoloff discurre en pleno delirio, sin el más mínimo apego por la más estricta lógica, pero al mismo tiempo desplegando en esa desmesura un cierto encanto bizarro que, a fin de cuentas, se erige como su mayor virtud.
Todo ello, confluirá en una inesperada conclusión, que será coronada con un divertido gimmnick, que parece preludiar los simpáticos trucos que utilizaría, un cuarto de siglo después, William Castle, también para la Columbia. No me cabe duda que, con más medios, más habilidad narrativa, Castle tomaría títulos como este, como referencia para un modo festivo y juguetón de entender el género. Producciones que se paladean con la misma facilidad con la que se olvidan, y de los cuales este NIGHT OF TERROR aparece casi como un paradigma.
Calificación: 1’5
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