THE RETURN OF DR. X (1939, Vincent Sherman)
Conocido por ser uno de los más recurrentes –y en ocasiones inspirados- directores con que contó la nómina de la Warner Bros, a la hora de apostar de manera decidida por los melodramas –y también el policíaco- durante toda la década de los años cuarenta y primeros cincuenta, pocos apreciarán sin embargo que la filmografía del vienés Vincent Sherman (1906 – 2006), se extendió en una treintena de largometrajes –uno de ellos incluso rodado en nuestro país-, y una posterior y amplia aportación televisiva. La misma, se inició con una sencilla, discreta pero al mismo tiempo simpática muestra de serie B dentro de su estudio de siempre, en la que se combinaba con desigual fortuna el misterio con la comedia –más acierto se alcanza en esa segunda vertiente que en la primera de ellas, todo hay que decirlo-. Con una duración que apenas sobrepasa la hora de duración, THE RETURN OF DR. X (1939), se asomaba a la pantalla como prolongación del ya lejano film de Michael Curtiz DOCTOR X (El Doctor X, 1932). En realidad, la propuesta auspiciada por el principiante Sherman se ofrece como una oportunidad para aprovechar el filón que aún venía capitalizando la Universal dentro del cine de terror, con unos cada vez más decrecientes exponentes que todos los aficionados conocen. En realidad, los primeros instantes de la película que comentamos nos predisponen a lo peor, con la presentación del periodista Wichita Garrett, encarnado por el insípido Wayne Morris –un galán al que se quiso lanzar infructuosamente dentro del estudio en KID GALAHAD (1937, Michael Curtiz)-. Los instantes de comedia que acompañan sus primeras andanzas y el encuentro con el cadáver de la actriz Angela Merrova, preludian la asistencia a un conjunto poco menos que insufrible, sobre todo observando esa escasa capacidad de integrar los aspectos de torpeza en el personaje protagonista, y los matices mortuorios que albergan dicho encuentro.
Por fortuna, y pese esos poco alentadores primeros minutos, preciso es reconocer que dentro de su modestia, THE RETURN OF DR. X levanta modestamente el vuelo, basándose a grandes rasgos en la agilidad de su ritmo y el ajustado juego de cámara demostrado por un director que sabe aplicar los movimientos adecuados a cada situación planteada. También, a partir de ese momento, y del desengaño que sufre el periodista al comprobar que lo que iba a ser una sensacional primicia, en realidad convierte al ambicioso e impetuoso reportero en el hazmerreír de la profesión, al comprobar la policía que tal cadáver en realidad no existe. Su caída en picado proseguirá hasta ser despedido del rotativo en que trabajaba. La desesperada situación le llevará a pedir la ayuda a su amigo, el también joven dr. Mike Rhodes (Dennis Morgan). Será el inicio que servirá a desenredar el ovillo, sobre todo al producirse el asesinato de un donante de un tipo de sangre muy especial. Ello nos llevará a la figura del dr. Flegg (John Litel), superior de Rhodes y, de manera implícita, al extraño y misterioso ayudante de este –Quesne (un Humphrey Bogart, cuya aparición con un aspecto cerúleo y fantasmal incide en ese aspecto e introduce la película en ese aroma inquietante que, aunque presente de manera intermitente, contribuirá a elevar su menguado interés)-. Y es que para valorar los modestos pero apreciables valores del film de Sherman, el espectador ha de asumir ciertas tragaderas de verosimilitud. Aspectos como el hecho de que el periodista pueda erigirse casi en testigo directo de las explicaciones y situaciones que contempla desde una ventana exterior de la mansión de Flegg, el viaje de un taxista con la enfermera de la que espera lograr sangre Quesne para mantenerse con vida, que no duda en preguntarse como se dirige a una casona situada en un campo nocturno y neblinoso, con un ser de tan siniestro aspecto y una mujer anestesiada con cloroformo… Ya lo decía al inicio de estas líneas y me mantengo en ello, que para apreciar la simpatía que en última instancia me despierta THE RETURN OF DR. X, prefiero centrarme en la progresiva humanización que advertimos en Flegg. Este dejará de convertirse en un personaje siniestro, no dudando en relatar al joven reportero y a Rhodes la verdadera naturaleza de sus descubrimientos, intentando erigirse en una nueva variación del gran demiurgo de la ciencia, investigando a través de los distintos tipos de sangre la posibilidad de utilizar una variante que pudiera regenerar la vida. Para ello no dudó en su momento en devolver la vida a un médico condenado a la silla eléctrica –posteriormente convertido en Quesne-, para junto a su ayuda lograr culminar con éxito sus experimentos, de los cuales reconoció finalmente “no encontrar el hilo conductor de la vida”. Es en esas circunstancias cuando el metraje se imbuye de una vertiente sombría e inquietante –en el que destacará la definitiva muerte de la actriz que Wichita encontrara por vez primera fallecida-, aspecto en el que incidirá el oportuno juego de iluminación en luces y sombras, y el creciente protagonismo adquirido por el personaje encarnado por Bogart, quien se erige como una moderna e insólita versión vampírica, situándose de forma muy curiosa en primer lugar en los títulos de crédito finales.
Así pues, sin poder destacar en THE RETURN OF DR. X unas especiales virtudes, no cabe duda que dentro de sus menguadas pero apreciables cualidades, demuestran ante todo la agilidad con la que Sherman acometió el posterior devenir de su carrera. Una filmografía nunca de grandes pretensiones, pero quizá en casi todo momento revestida de una innegable eficacia, de la cual esta pequeña producción de misterio supuso en su momento un aceptable aunque discreto anticipo.
Calificación: 2
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