CÉCILE EST MORTE! (1944, Maurice Tourneur)
Es curioso comprobar las vueltas que da la vida en el terreno de la valoración de cualquier faceta del arte, una de las cuales es el cine. Ello viene a colación al comprobar como el paso de varias décadas ha variado por completo la valoración esgrimida en la obra de dos cineastas que compartieron apellido en calidad de padre e hijo, y cuyo progenitor gozó en su momento de una enorme fama, mientras su hijo hasta no hace demasiado tiempo no fue reconocido como uno de los grandes del cine. Me estoy refiriendo, por supuesto, a la valoración que en el pasado gozó la dilatada filmografía del francés Maurice Tourneur (1873 – 1961), y la posterior de su hijo Jacques (1904 - 1977). Es curioso como en un momento determinado el peso del prestigio del primero oscureció al del segundo, y hoy día el de su hijo prácticamente ha hecho olvidar el nombre de Maurice. No sería justa dicha apreciación sin señalar que pese a todo, Jacques Tourneur ni es ni será nunca un director de masas –y quizá es bueno que siga manteniendo dicha condición-, pero lo que ha resultado curioso con el paso del tiempo es el absoluto olvido que ha merecido la figura de su padre, cuya obra durante largo tiempo fue enormemente considerada, sobre todo en una filmografía en la que destacaban –al parecer- sus cualidades estéticas y el especial cuidado otorgado a la dirección artística de sus obras. Y digo eso, en la medida que podemos decir que su cine está prácticamente vedado al conocimiento de las nuevas generaciones. Hasta la fecha tan solo había contemplado uno de sus títulos -KÖNIGSMARK (Justicia imperial, 1935), de la cual existe también la versión inglesa, rodada por el mismo realizador- y punto por punto concordaba con las características antes señaladas, sin provocarme mayores entusiasmos –de hecho, apenas lo recuerdo-. Es por ello que la oportunidad de acceder a un lote de títulos firmados por Tourneur padre, me decidí al visionado de CÉCILE EST MORTE! (1944), antepenúltimo título de su amplísima obra, que presentaba la particularidad de suponer un extraño policial, rodado además en el seno de los estudios Continental, en el periodo final de la ocupación francesa por parte de los alemanes en Vichy –aspecto que no tiene ninguna referencia en el film-.
En su defecto, la película ciñe su argumento a un caso de persecución policial a partir de una serie de crímenes surgidos de la mente del novelista George Simenon, ya que la película en sí no es más que una más de las que tuvieron como protagonista al Inspector Maigret (encarnado en esta ocasión por un áspero Albert Préjean). Su metraje nos muestra la llegada de este en el día de su cumpleaños a la comisaría, en donde una vez más le esperará la joven y especialmente sensible Cécile (Santa Relli), al parecer especialmente ligada al investigador, que tiene que soportar las chanzas de sus compañeros. Esta le relatará una serie de temores que vive en su residencia y comparte con su dominante tía, comentándole la existencia de ruidos nocturnos que el inspector se tomará sin gran interés, cansado de las constantes visitas de esta. Sin embargo, lo que parece una más de estas visitas generadas por la idolatrada vinculación a Maigret, pronto se convertirá en una sucesión de asesinatos, el primero de ellos de especial sordidez, en el que se aúna el estrangulamiento y posterior decapitación de una mujer. Todo ello no supondrá más que una espiral de crímenes que se extenderán a la tía de Cécile y a esta misma, en un turbio asunto que removerá unas relaciones de dominio establecidas en el entorno de la amargada tía de Cécile. A partir de dichos asesinatos, las investigaciones se centrarán en la figura del turbio y en apariencia respetable Dandurand (Jean Borchard), vecino de la ya madura asesinada, con quien mantenía una estrecha relación, sabiendo que esta escondía una serie de documentos comprometedores y el propio testamento final de sus pertenencias.
Para cualquier seguidor de este tipo de cine criminal puesto en práctica en la Francia de aquellos años, será fácil encontrar una serie de elementos comunes con exponentes filmados por otros cineastas; el tratamiento de ambientes cerrados y sombríos o la descripción de personajes antipáticos, serán elementos comunes que se reiterarán en este producto ya casi testimonial de Maurice Tourneur. Sin embargo, justo es señalar que uno echa de menos esa capacidad que directores como Henri-George Clouzot alcanzó en esta misma vertiente, logrando en sus obras mostrar una visión totalmente nihilista de la sociedad en la que se inscribían sus historias policíacas, que desconcertaron tanto a los ocupantes nazis como a los resistentes franceses. En su lugar, la película de Tourneur acusa un cierto estatismo formal y una sequedad que no se erige como norma de estilo sino como incapacidad de profundización de la galería humana que puebla su ficción –la excepción es la relativa riqueza que ofrece de la dominanta tía que sojuzga a toda la familia-. Sin embargo, esa cierta incapacidad para ahondar en los matices que piden a gritos sus personajes, no impide que destaquemos en la película un seco sentido del humor –un aspecto inusual en el cine francés de la época-, unido al especial aprovechamiento que el realizador utiliza de las numerosas secuencias de interiores que se prodigan en el metraje –especialmente en las desarrolladas en la edificación donde se centran los hechos-. Esa capacidad para trasladar un aspecto claustrofóbico de dichos interiores, unido al extraño sentido del humor aludido, serían a mi modo de ver los máximos alicientes a un título que, con todo, me ha provocado una cierta decepción, quizá por que esperaba más del mismo más de lo que me ha podido proporcionar, o quizá uno deseaba que por una vez, el padre hubiera tomado nota de lo que su hijo ya había comenzado a instaurar en USA, su país de adopción. Y es que la gran interrogante existente entre los Tourneur, y que Jacques nunca dejó demasiado claro en sus escasas entrevistas, es el grado de relación que se mantuvo entre ambos, y que a nivel específicamente cinematográfico me temo no fue demasiado influyente, de lo cual esta con todo curiosa CÉCILE EST MORTE! supone un ejemplo palmario. Espero en breve ir contemplando otros títulos de su responsable, que me sirvan para darme una opinión de conjunto con más peso del que me proporcionan los dos escasos que hasta ahora he podido contemplar.
Calificación: 2
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