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CINEMA DE PERRA GORDA

THE SOUND BARRIER (1952, David Lean) La barrera del sonido

THE SOUND BARRIER (1952, David Lean) La barrera del sonido

Desde hace bastantes años vengo sosteniendo la teoría de que ninguna cinematografía como la británica ha estado tan interrelacionada a lo largo del tiempo en sus expresiones fílmicas. Pese a la presencia de diferentes escuelas y estilos y la propia ruptura que pudo marcar el Free Cinema, parece que de manera implícita el corpus de su cine fue desarrollándose estableciendo una serie de invisibles eslabones de una cadena que se fue prolongando durante décadas. Sería esta, la base de un largo estudio que no es el motivo central de estas líneas, pero que podría tener su marco oportuno de expresión en títulos como MANDY (Mandy, 1952) en la obra de Alexander Mackendrick, o en el film que nos ocupa –THE SOUND BARRIER (La barrera del sonido)-, dentro de la filmografía de David Lean. Es curioso constatar de antemano el hecho de que ambos referentes se encuentran rodados el mismo año, lo que en cierto modo desmiente una vez más ese academicismo que tanto achacaron al cine de las islas. En su defecto, y aunque en teoría tengan poco que ver argumentalmente, estos y otros exponentes demostraban que el seno de la industria británica estaba gestando una implícita renovación sobre todo en la entidad psicológica de sus personajes, al tiempo que adaptándose a la evolución de una sociedad como la de su país, en la cual los atavismos de clase aún se encontraban bien presentes.

Es por ello, que además de parecerme un título magnífico en sí mismo, THE SOUND BARRIER supone sin duda una de las producciones más insólitas de la obra de Lean, situada en un espacio puente después de sus adaptaciones de Dickens y otros exponentes más o menos conocidos, e inmediatamente antes de imbricarse en el cine de gran presupuesto, que precisamente inició con el muy reconocido pero para mi sobrevalorado THE BRIDGE ON THE RIVER KWAI (El puente sobre el Río Kwai, 1957). En  su defecto, la película que comentamos destacada por el intimismo y el insólito carácter de su propuesta, y ya de entrada podemos señalar, sin entrar en su recorrido argumental y la enumeración de sus características, que en ella se atisba una especie de avanzadilla de posteriores propuestas insertas dentro de la ciencia / ficción británica, que podrían ir desde algunos modestos pero estimulantes títulos firmados por Terence Fisher –SPACEWAYS (1953)-, hasta acercarse a las primeras manifestaciones fílmicas del personaje del dr. Quatermass. Ello sin dejar de reconocer que la propuesta de Lean nunca se centra en dicha vertiente, aunque el grado de atmósfera e incluso la textura de sus instantes más inquietantes, adelante ese alcance desasosegador inherente a la S/F británica –que en líneas generales siempre he preferido a la generada en USA, aunque se que es una apreciación poco compartida-.

THE SOUND BARRIER se inicia con una secuencia premonitoria –desarrollada en plena II Guerra Mundial: la presencia de los restos de un avión con la esvástica nazi lo delata-protagonizada por el joven piloto Philip Peel (John Justin), intentando una serie de pruebas de gran peligrosidad en la aeronave que pilota. Tras los títulos de crédito nos centraremos en los personajes centrales del relato. Ellos son Susan (Ann Todd) y el también piloto Tony (Nigel Patrick). Ambos se encuentran enamorados y muy pronto contraerán matrimonio –un elegante encadenado resuelve la unión en unos instantes-, dirigiéndose ambos a la factoría aérea que dirige el padre de Susan, el veterano y circunspecto John Rigefield (un eminente Ralph Richardson, en uno de los mejores papeles de su carrera cinematográfica). Hombre centrado exclusivamente en su profesión y de carácter frío y adusto, recibirá a los recién casados sin manifestar grandes muestras de entusiasmo, aunque sí ofrezca a Tony la oportunidad de ejercer como piloto en su imperio aeronáutico. Ya a su llegada, este conocerá al hermano de su mujer. Se trata de Christopher (Denholm Elliot), quien sincerará ante ellos sus temores a la hora de convertirse en piloto, superado por el de no contrariar a su padre rechazando dicha propuesta. La realidad es que la prueba que este protagonizará muy pronto se convertirá en tragedia, al sufrir un estúpido accidente que delataba su escasa condición para dicha arriesgada vocación –una muerte que Lean volverá a resolver de manera elegante con un encadenado que ligará el humo negro del accidente que se eleva sobre el cielo, con el funeral del difunto-. Pese a introducirse un elemento de recelo en su hermana, será la oportunidad para que Tony pueda adentrarse en el gran secreto sobre el que su suegro lleva trabajando desde hace varios años; el logro de un modelo que logre atravesar la velocidad de la barrera del sonido. Poco a poco, el joven esposo se irá familiarizando con la que es su vocación mientras Susan se encuentra embarazada. En un momento determinado, no dudará en utilizar el modelo para trasladarla hasta El Cairo en pocas horas –uno de los episodios más memorables del film, en el que se llega a trasladar al espectador esa sensación de situarse por encima de las barreras del espacio y el tiempo-, dentro de un marco que adivina prosperidad no solo para el piloto, sino para la propia pareja.

Sin embargo, llegado el momento en que Tony ponga a prueba el modelo denominado “Prometeo”, pese a su pericia y empeño un tremendo accidente le costará la vida, dejando viuda a Susan sin siquiera haber conocido a su hijo. La trágica muerte del piloto marcará un elemento de inflexión, en el que la hija de Rigefield se distanciará de su padre –al que implícitamente acusa de la muerte de sus dos hijos-, marchando a vivir a casa de sus amigos Philip y Jess Peel (Dinah Sheridan). Nacerá su hijo y será bautizado –de nuevo la elipsis marcará los modos narrativos del film, produciéndose un frío acercamiento entre padre e hija, que se encuentra a punto de marcharse a vivir a Londres, temerosa de que su hijo se convierta con el paso del tiempo en otra de las víctimas de la obsesión aeronáutica de su padre-. Sin embargo, será Philip quien se ofrecezca como piloto de prueba para un modelo mejorado, utilizando para ello la intuición que le había brindado aquella secuencia de apertura que iniciara la película. Será el nudo gordiano del triunfo material del proyecto pero, ante todo, la vivencia de la narración de ese vuelo de manera conjunta entre Rigefield y su hija, harán entender a esta el verdadero y sincero carácter que define el introspectivo carácter de su padre, luchando por un empeño dirigido a la mejora de la sociedad.

Procedente de un relato y tratamiento de guión por parte del tan necesitado de reivindicación Terence Rattigan, THE SOUND BARRIER es una película que funciona a diversos niveles. Uno de ellos lo supone el creciente interés que la narración dedica al proceso largamente acariciado por el ingeniero aeronáutico, que quizá en sus primeros instantes deviene algo moroso, aunque según va teniendo presencia en el meollo argumental llega a resultar apasionante –los sufrimientos de los pilotos en los vuelos emprendidos-. Pero al mismo tiempo, la película destaca en el cuidado trazado de sus personajes. Todos ellos –magníficamente interpretados-, alcanzan una entidad, tengan mayor o menor presencia en escena, destacando la figura de Rigefield, por más que en su presencia en escena no sea muy extensa. La gran labor que Richardson transmite a su personaje y ese rasgo introspectivo, como carente de sentimientos, proporciona a sus apariciones un alcance frío e incluso inquietante. Junto a ese núcleo central que proporciona el film en su denuncia de la vocación aeronáutica, la película no deja de ofrecer elementos en los que deja entrever el clasismo de la sociedad inglesa –la llegada del recién celebrado matrimonio a la mansión de Rigefield-, la presencia del mundo obrero que poco después sería el santo y seña de los films del ya citado Free Cinema –la salida de los miles de operarios que alberga la factoría del magnate-, y no deja de introducir atractivos apuntes en torno a una sociedad como la británica, que poco a poco, y tras el trauma de la II Guerra Mundial, se encaminaba a un relativo progreso revestido de rutina, que tendrá quizá una expresión adecuada en esa asistencia al cine por parte de Susan, de donde será recogida por Philip momentos después de producirse el tremendo accidente que costará la vida a su esposo –uno de los instantes más impactantes de la función, al mostrar un tremendo cráter dejado por el accidente, que la viuda no querrá dejar de contemplar-. Unamos a todo ello el cuidado diseño de producción, destacando el contraste de la riqueza que muestran los interiores de la mansión de Rigefield y esas edificaciones familiares en la que viven el matrimonio de Philip y Jess. Es decir, David Lean consigue en esta película ser fiel a su mundo temático, mostrando uno de esos protagonistas de psicología casi mesiánica, encaminados a una tarea prefijada en la que no dudarán poner todo su empeño –como sucederá en buena parte de su obra posterior-. Pero al mismo tiempo perfilará un relato en el que se combina una atmósfera por momentos inquietante y premonitoria de la casi inmediata S/F británica, al tiempo que en algunos instantes se dejan entrever los estilemas que pocos años después forjaron elos Angry Young Men  británicos ¿Qué más se puede pedir? Quizá destacar el alcance conmovedor que adquiere el episodio final, donde Susan comprobará la forma de sufrir que su padre mantenía en cada prueba sometida, o ese momento memorable en el que Peel, después de haber superado una auténtica hazaña, estalla en solitario en llanto al ver como su esposa no ha sabido comprender el reto acometido. THE TIME BARRIER culminará con la serenidad de la comprensión entre una hija que, por fin, y después de haber sufrido tragedias que en el pasado acentuaron la opinión negativa de su progenitor, ha decidido acompañarlo durante el resto de su vida. Todo ello descrito de manera serena, en una magnífica película que no dudo en situar por encima de otros referentes más conocidos y valorados de su director, y que me ha servido para casi, casi, completar el visionado del conjunto de su no demasiado amplia filmografía. Sin duda, un título valiente, atrevido, y muy recomendable.

Calificación: 3’5

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