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CINEMA DE PERRA GORDA

THE MANCHURIAN CANDIDATE (1962, John Frankenheimer) El mensajero del miedo

THE MANCHURIAN CANDIDATE (1962, John Frankenheimer) El mensajero del miedo

Cuando en mayo de 1962 se estrena en el Festival de Cannes la excepcional ADVISE & CONSENT (Tempestad sobre Washington), además de presentar la que a mi juicio es la cima de su filmografía, y una de mis películas preferidas en la Historia del Cine, una vez más el siempre precursor Otto Preminger daba carta de naturaleza a un subgénero cinematográfico, que alcanzaría un especial predicamento en el cine norteamericano, imbuida como se encontraba su sociedad en la efímera era kennediana, con la vivencia de la crisis de Bahía de Cochinos y el terrible magnicidio de Kennedy en noviembre de 1963. Es decir, que con insospechada celeridad lo que Preminger propuso como una suprema -y nunca superada- muestra de cine político, en pocos meses derivó en la mutación de sus exponentes hacia un cine de paranoia, puesto en práctica de manera especial por los cineastas surgidos en la denominada ‘Generación de la Televisión’ -Lumet, Schaffner, Frankenheimer-. Sin embargo, hay una película que, de manera paradójica, se vio imbuida de la tragedia del asesinato de Kennedy, ya que su premisa argumental, de manera inesperada adelantaba varios de las circunstancias del citado magnicidio. Hasta tal punto llegó el shock que suscitó dicha coincidencia, que el propio protagonista, y productor encubierto de la película, decidió retirar de la circulación THE MANCHURIAN CANDIDATE (El mensajero del miedo, 1962. John Frankenheimer). Es cierto que la misma ya había realizado su carrera comercial, pero esa retirada impidió que la película fuera revisada durante más de dos décadas, hasta que en la segunda mitad de los 80 fuera exhibida de nuevo -en España se repuso en 1989-. Esta circunstancia, quizá favoreció la consolidación de un determinado culto hacia una propuesta tan extraña como atrevida. Tan arriesgada como irregular. Es más que probable que esa aureola de malditismo, y ese buscado caos que envuelve todos y cada uno de sus fotogramas, sean los que hayan elevado la consideración de una película interesante, que duda cabe, con momentos magníficos también, pero en la que no siempre se consigue acertar en las intenciones apuntadas y en la que, ante todo, en más momentos de los deseables se tiene la sensación de que discurren dos películas paralelas. Una será la plasmación de un relato de suspense, y la otra el intento de ofrecer una comedia negra. No olvidemos a este respecto, la presencia de George Axelrod en calidad de coproductor junto al propio Frankenheimer, al tiempo que guionista en solitario de esta adaptación de la novela de Richard Condon. Tengo a Axelrod como el más valioso escritor que tuvo la comedia americana de los sesenta, y en esta ocasión apostó decididamente por insuflar a la base dramática de la película esos toques incluso bizarros que, justo es reconocerlo, proporcionan al conjunto una extraña personalidad.

Nos encontramos en plena Guerra de Corea. Una secuencia nocturna pregenérico nos introduce en un ámbito sombrío, y en una traición donde recaerán como víctimas, los dos protagonistas del relato en plena contienda. Tras unos inquietantes títulos de crédito, punteados por el no menos oscuro tema musical de David Amram, la acción se traslada varios meses después, a la llegada de uno de los protagonistas, el joven sargento Raymond Shaw (Lawrence Harvey), quien va a ser condecorado por el presidente de los Estados Unidos. Shaw es un hombre arrogante y adusto, hastiado por el domino que sobre él ejerce su influyente y dominante madre, Eleanor Shaw (Angela Lansbury), casada en segundas nupcias con un tan torpe como populista y despreciable senador -Iselin (James Gregory)-, al que su esposa desea promocionar a una candidatura para vicepresidente de los Estados Unidos -en la versión de Demme, esta intención de Eleanor se destinaba a su propio hijo-. La aparente normalidad del retorno de los combatientes no dejará de ofrecer un inquietante contrapunto, en las pesadillas que sufrirá otro de los componentes del comando -el mayor Bennett Marco (Frank Sinatra)- y que también sufrirá alguno de los combatientes. Mientras tanto, iremos comprobando ese lado oscuro de Shaw, un joven de intachable apariencia, que se encuentra dominado por una serie de extraños síntomas, y que en realidad esconde el lavado de cerebro al que fue sometido en Corea, fruto de una conspiración que, en última instancia, pretende una conquista del poder norteamericano, por parte de elementos del bloque soviético.

Es por ello que, pese a su deseo de huir de la égida de su madre y viajar a Nuevas York al objeto de trabajar en un periódico, desconocerá que, en realidad, se trata de alguien por completo sometido a unos designios superiores a su propia voluntad. Será algo que irá percibiendo Marco, obteniendo de sus superiores la orden de seguir a Shaw y, con ello, intentar encontrar las raíces de esa inquietante evidencia que se irá imponiendo, y que llevará a su lado, un reguero de muerte, al tiempo que la conclusión de la película plantee un doble y sorprendente giro final.

Comprendo el impacto que pudo provocar en su momento THE MANCHURIAN CANDIDATE -aunque me gustaría traer a colación, como ya en 1957, la única y brillante tentativa de Karl Malden como director; TIME LIMIT (Labios sellados, 1957), abordaba la problemática de hechos oscuros vividos en situaciones límite en dicha guerra-. Y comprendo que ello se produjera más en la forma que en el fondo de esta mezcla de thriller paranoico, con una mirada revestida de mordacidad de aquella sociedad aún con ecos de la pesadilla del maccarthismo. Es una película que en ocasiones alterna de una secuencia a otra lo mejor y lo peor de su enunciado, en una sucesión de logros y elementos irregulares e incluso fallidos que, de manera paradójica, no impiden que se alcance un conjunto más o menos atractivo, aunque considero que por debajo de ese culto generado. Entre lo primero, no se puede dejar de destacar la plasmación de una atmósfera pesadillesca, en la que tendrá notable importancia la iluminación en blanco y negro de Lionel Lindon, la escenificación de las pesadillas y, del mismo modo, la escenificación de las secuencias en las que los soldados fueron sometidos a lavado de cerebro, donde se incorporará con acierto esa aura satírica, al hacer creer a estos que se encuentran como asistentes, a una pacífica reunión de damas de mediana edad -metáfora de esa aura misógina que encierra la película, centrada en la auténtica demiurga del plan y que nos retrotrae a la querencia misógina de la obra cinematográfica y escénica de Axelrod como comediógrafo-. Unamos a la nómina de aciertos, el aura melancólica que albergarán, esas secuencias en flashback, en las que Shaw se sincerará a Marco, evocando con nostalgia el romance mantenido antes de alistarse con Jocelyn Jordan (Leslie Parrish) y su cercanía con el senador Jordan, padre de esta, enfrentado de manera abierta a su madre. Destacaremos igualmente, la acertada utilización de un lenguaje documental en las escenas que describen la convención, la presencia de televisiones en no pocas de sus secuencias, el aspecto siempre numinoso que le brindará el uso de sobreimpresiones al relato, la secuencia de la persecución de Marco a un alienado Shaw, que acabará metiéndose en un lago o, como no podría ser de otra manera, la angustia que presiden sus minutos finales, sin olvidar el espeluznante y frio momento del ajusticiamiento de Jocelyn -ya coinvertida es esposa de Shaw- y su padre -impagable el detalle de agujerear un envase de leche- por parte del atormentado y dirigido protagonista, en una breve y percutante escena que considero el mejor momento de la película, y que estoy seguro tuvo que tener muy en cuenta Peter Bogdanovich al rodar su excelente debut con TARGETS (El héroe anda suelto, 1968).

Lamentablemente, junto a estos y otros aciertos, el film de Frankenheimer se resiente de no pocos altibajos y desatinos, empobreciendo un conjunto que, es cierto que debería ser caótico en su entraña dramática, pero en ocasiones ese caos casi llega a devorar algunos de sus planteamientos. Podemos hablar de la desafortunada elección de Lawrence Harvey en un rol necesitado de un intérprete dotado de una especial versatilidad. De la escasa importancia que asume el personaje de Janeth Leigh, hasta el punto de resultar por completo prescindible en la trama. Incluso me atrevería a decir que ciertos aspectos relativos a la exteriorización del comportamiento político del senador Iselin, siempre dominado por su absorbente esposa, en no pocos momentos se insertan de lleno en un ámbito de chirriante caricatura. Sin embargo, existe en la película un tramo central, en el que el reencuentro entre Marco y Shaw aparece desprovisto de credibilidad. Y lo hará previamente el reencuentro entre Chunjin, el soldado coreano que aparece en la función sin el menor atisbo de credibilidad, protagonizando junto a Marco la peor secuencia de la película, en la pelea que ambos vivirán en el interior del apartamento de Shaw que, por momentos, parecen preludiar las cómicas peleas de Clouseau y Kato, en las desventuras dirigidas por Blake Edwards, dos décadas después. Dichas insuficiencias, y ese innecesario corolario final pronunciado por Marco conforman ese pequeño pero contundente lastre, que impiden, siendo como es una buena película, que THE MANCHURIAN CANDIDATE alcance ese estatus generalmente reconocido y que sí lograría, el posterior título de Frankenheimer, SEVEN DAYS IN MAY (Siete días de mayo, 1964).

Calificación: 3

2 comentarios

Juan Manuel -

Janet Leigh. Un rollo esto de los correctores

Juan Manuel -

Mi secuencia favorita, el diálogo surrealista en el tren entre Sinatra y Janet Keith. Perfecta.