BLACK SUNDAY (1977, John Frankenheimer) Domingo negro
Al igual que sucediera con tantos otros exponentes de aquel tiempo -en buena medida rodados por los directores de la ‘Generación de la televisión’- en el momento de su estreno BLACK SUNDAY (Domingo negro, 1977. John Frankenheimer), gozó de una pobre acogida por parte de la crítica. Fue algo bastante extendido en propuestas que aunaban en aquellos años el cine espectáculo, con reflexiones de mayor o menor calado en su propuesta argumental o discursiva pero que, en líneas generales, han cobrado una nueva mirada con el paso del tiempo, siendo reivindicadas o revalorizadas de manera contundente. En este caso, la temática que aborda la novela del posteriormente popular Thomas Harris -transformada como guion por un grupo de profesionales, entre los que se encuentra el excelente Ernest Lehman- en la que se basa la película, supone una visión sobre el conflicto israelí y palestino, lo que, de entrada, llevó a que cierta determinada y pacata crítica de izquierdas del momento, reaccionara de manera furibunda en contra de una propuesta que, de manera paradójica, alberga una mirada desencantada en torno a la propia condición humana, centrada en torno a una serie de personajes desarraigados del mundo y de la vida, a las que el destino ha ubicado en distintos ámbitos y contextos, y a las que el destino del mismo modo, les hará enfrentarse. En realidad, esta será la entraña de este brillante relato, que aúna con notable acierto el thriller de acción, el relato de tesis política, la reflexión existencial y, del mismo modo -y es esta su vertiente menos perdurable-, el cine de catástrofes.
BLACK SUNDAY se inicia en Beirut, describiendo la actividad oculta de la joven Dahlia (Marthe Keller), destacada componente de un comando de los Septiembre Negro, grupo terrorista palestino. Mujer de segura personalidad y claros objetivos, auspiciará un plan de ataque el pueblo norteamericano, siendo sorprendidos sus componentes por un ataque al margen de toda legalidad, de un comando terrorista israelí encabezado por el veterano oficial Kabakov (Robert Shaw). El asalto, de enorme contundencia, llevará a este hasta Dahlia -a quien sorprenderá en la ducha-, pero, en un momento de extraña debilidad, no la ametrallará. La terrorista logrará sobrevivir junto a otros componentes del comando, prolongando los últimos pasos de un atentado terrorista que van a cometer en tierras norteamericanas, en protesta por el apoyo USA a Israel. A partir de ese momento, la película articulará una dualidad argumental, describiendo por un lado las pesquisas del FBI -encabezado por Sam Corley (un fantástico Fred Weaber)-, ayudados por Kabakov en tierras norteamericanas. En su oposición, iremos conociendo los detalles del plan urdido por el grupo terrorista, en el que Dahlia contará con la inapreciable ayuda del norteamericano Lander (Bruce Dern), antiguo combatiente del Vietnam donde fue hecho preso durante un largo periodo, y que en su retorno a la sociedad fue despreciado por las autoridades serpenteando sobre dicha deriva -lo dejarán su esposa e hijos-, al ejercer como piloto, asumiendo una personalidad psicótica e inestable. Desde ese momento, el film de Frankenheimer se irá describiendo a partir de la alternancia de bloques narrativos, avanzando en una espiral que nos irá mostrando la magnitud del atentado terrorista que pretenden cometer los Septiembre Negro, centrada en un apocalíptico ataque en el partido de futbol de final de la super bowl que se va a celebrar en el estadio de Miami, a través del disparo simultáneo de decenas de miles de balas, desde el dirigible que discurre por el exterior de dicho estadio y que ha de conducir Lander.
Producida por el agudo Robert Evans para Paramount, desde sus primeros compases BLACK SUNDAY percibe la personalidad de su director, un John Frankenheimer que en todo momento se empeña en una puesta en escena afilada, con un perfecto uso del formato panorámico, ayudado por las excelentes tonalidades de la iluminación de John A. Alonzo, o la brillantez de la partitura brindada por una ya consolidado John Wiliams, capaz de puntear con acierto la deriva de tensión presente en el relato. En cualquier caso, bajo mi punto de vista, dos son los rasgos que mayor interés proporcionan a una película que se extiende a casi dos horas de duración, sin registrarse prácticamente baches de ritmo en su desarrollo. Por un lado, el especial cuidado incorporado por su realizador en la progresión dramática y la creciente densidad de su trazado, merced a una puesta en escena sobria y sin fisuras. Su otro gran acierto residirá en la mirada desencantada que brinda, en torno a sus tres personajes principales. Tres outsiders. Tres perdedores, situados cada uno de ellos en ámbitos diferentes, a los que su propia sociedad ha ubicado prácticamente fuera del mundo. Por un lado, la mesurada y calculadora Dahlia, una joven de pasado tormentoso dominada por vivencias violentas, y que ha gestado en su educación occidental, la manera de vengarse por un pasado injusto para ella. Pero al mismo tiempo utilizará para llevar a cabo sus planos a un pobre desahuciado americano -Lander-, al que manejará como un títere manejando psicológicamente el triste desarraigo que este sobrelleva en su desequilibrio emocional. Pero por otro lado, el israelí Kabakov es un experto en temas de seguridad que atesora en su pasado múltiples asesinatos y actuaciones violentas, llegando a confesar que en el fondo desea ya abandonar el mundo -es lo que se expresará en la mejor secuencia de la película, descrita en su habitación del hospital, donde se confesará amargamente ante su amigo y guardaespaldas Robert Moshevsky (Steven Keats).
Esa capacidad para plasmar un relato de tono sombrío y voz callada. De combinar la mirada desencantada y la hondura de sus personajes con la pericia de un thriller. O de brindar un acercamiento de notable calado al conflicto palestino israelí, despojado al mismo tiempo de maniqueísmo y de una vertiente discursiva, es lo que quizá despistó a la obtusa crítica ideologizada del momento. Esos personajes desarraigados e incluso desesperanzados ligarán la pequeña galería humana protagonista, planteando en la prolongación de esas miradas, algunos de los mejores aciertos plasmados una década atrás, a través de las célebres adaptaciones de novelas de John Le Carré, auspiciadas en suelo británico por realizadores como Sidney Lumet o Martin Ritt. Es cierto que esa alternancia en el seguimiento de las dos subtramas que jalonan la película permite algunos desequilibrios -personalmente, me resulta más atractivo en ciertos momentos, la visión ‘institucional’ norteamericana, más cercana al ámbito del thriller-. No obstante, el relato adquiere un adecuado engranaje, al incorporar con pertinencia episodios violentos o ligados al cine espectáculo insertos con un notable sentido del equilibrio. Junto a ello, justo es reconocer que BLACK SUNDAY destaca por esa mirada comprensiva en torno al mundo árabe, centrada fundamentalmente en ese pasado traumático que atesora a sus espaldas Dahlia -y que conoceremos en el segundo encuentro de Kabakov con el veterano espía palestino, descrito teniendo como fondo el Capitolio-. Así pues, en no pocas ocasiones la película elegirá la plasmación de varios de sus episodios violentos optando con una narrativa mesurada, y planteando secuencias de gran violencia descritas con frialdad -la bomba que estallará mediante un mecanismo telefónico asesinando al capitán del barco, que estaba interrogando el mercenario israelí; el asesinato del piloto que iba a conducir el dirigible en su habitación de hotel; el tenso episodio previo, en el que Lander y Dahlia ensayan su artefacto explosivo en un viejo hangar situado en una alejada zona rural-. Sin embargo, en ocasiones Frankenheimer apuesta por complejas soluciones narrativas, como la enorme tensión que describirá la secuencia del encuentro de Dahlia y Moshevsky en el hospital, en la que el espectador es consciente del enorme peligro que este corre, por más que la misma se encuentre revestida de tranquilidad, culminando con una deslumbrante -y trágica- utilización del off visual.
Al tratarse de una película realizada por un hombre especialmente dotado para el cine de acción, la película desplegará algunas formidables set pièces. Entre ellas, cabe destacar el deslumbrante y complejo episodio del acoso por parte del FBI, al líder del comando terrorista -Mohammed Fasil (Bekim Fehmiu)-, que se erige en una de las cimas de su conjunto. Esa querencia por el espectáculo de acción, alcanzará su cenit en su brillante tramo final, que plasmará el preludio en la ejecución del temible atentado terrorista, capaz de provocar más de 80.000 víctimas incluyendo entre ellas al propio presidente USA, dentro de la multitudinaria celebración de la final de beisbol. Será un bloque caracterizado por una notable precisión, brillante montaje, y modulada escalada de tensión. Faceta esta de la que me gustaría destacar por un lado esa mirada desencantada que -de manera sutil-, se plasma sobre la alienación de esa sociedad, acrítica, embrutecida e idiotizada, que encuentra en esos espectáculos de masa todo un rito celebrado y esperado. Creo que esa mirada transgresora se encuentra presente en esa visión documental de los prolegómenos e incluso el ambiente de la disputa del encuentro, insertando de manera paralela brillantes soluciones visuales, capaces de ligar la cercanía del multitudinario atentado -esa panorámica aérea que describe el avance del coche que tripula Dahlia, hasta conectar con el estadio abarrotado de público-.
Lástima que esa apuesta por la tensión física plasmada de manera magnífica en esa parte final, en última instancia derive hacia un servilismo por el cine de catástrofes. Ello nos propondrá un aparatoso -e impactante- choque del dirigible en el estadio. Una apuesta esta por lo espectacular -a mi modo de ver errónea-, que propiciará una inesperada huida del estudio de personajes, inclinándose por una tensión física ejecutada con precisión, pero que personalmente me deja una cierta insatisfacción. Como si ese repliegue a la comercialidad impidiera extraer las últimas consecuencias de un relato lleno de atractivo, que logra explorar un microcosmos de desarraigo en el seno de una sociedad alienada y masificada.
Calificación: 3
4 comentarios
Luis -
Juan Carlos Vizcaíno -
Germán -
Juan Manuel -