TIME LIMIT (1957, Karl Malden) Labios sellados
Los últimos años de la década de los cincuenta del pasado siglo, fue un periodo de extraordinaria febrilidad creativa en el cine norteamericano -también en el resto del mundo-. Pero, al mismo tiempo, y junto a esa madurez fílmica, se pudieron insertar nuevos temas, en buena medida escasamente permisivos en periodos precedentes. Uno de ellos sería cuestionar las consecuencias de la intervención norteamericana en la Guerra de Corea. Una temática que abordarían no pocos dramas de su tiempo, ubicando dicha incidencia casi como el eje de la presencia de personajes atormentados, que regresaron afectados de una contienda, para poner en cuestión determinados valores hasta entonces quizá más complejos de dinamitar. Puede decirse que todo este enunciado responde, punto por punto, al objetivo que plantea TIME LIMIT (Labios sellados, 1957), adaptación de una obra teatral escrita por Henry Denker y Ralph Berkey, y transformada en forma de guion por el primero. Pero lo atractivo de esta valiosa película, proviene del hecho de ser la única realización del excelente actor Karl Malden, en un proyecto que intuyo tuvo bastante que ver el aporte de un colectivo de actores -Richard Widmark es uno de los productores de la misma-.
TIME LIMIT se inicia con una percutante secuencia pregenérico que, en algunos instantes, parece evocarnos el cine de Samuel Fuller, describiendo el intento de huida de uno de los presos norteamericanos que se encuentra en un barracón, retenido por el ejército coreano, siendo fusilado cuando apenas llegue a la alambrada. Tras los créditos, la película se adentrará en un órgano militar, donde muy pronto adquirirá protagonismo el coronel William Edwards (Richard Widmark), Han pasado varios meses, desde que un grupo de prisioneros americanos regresaron de Corea, encontrándose acusado de traición uno de ellos -el mayor Harry Cargill (Richard Basehart)-, sobre el que hay pruebas evidentes de complicidad con las autoridades comunistas coreanas, cuando estuvo preso con sus compañeros. Cargill se mostrará renuente a aceptar el caso, pero no podrá obviar el encargo expreso de su superior, el teniente general Connors (Carl Benton Reid), incidiendo al mismo tiempo en que la vista se resuelva de la forma más rápida posible, ya que el incidente aparece como un elemento incómodo dentro del estamento militar. Edwards iniciará los pormenores del expediente ayudado por su fiel colaboradora, la capitana Jean Evans (Dolores Michaels), tomando el primer contacto con el acusado. El encuentro será tan intenso como huidiza la actitud de Cargill, quien, de manera reiterada, se ratificará en su decisión de renunciar a la defensa. Se trata de alguien de pasado militar intachable, pero que se encuentra absolutamente desahuciado en el estamento militar. Que aparece vencido por las circunstancias, y por algo que oculta internamente. Algo que, de manera casi involuntaria, y a base de presión psicológica, intuirá el instructor de la vista. En base a dicha sagacidad Edwards buscará un mayor margen temporal para las instrucciones previas, encontrándose con la oposición de su superior. En cualquier caso, no dudará en reunirse con la esposa del acusado, en la que solo logrará leves indicios, de una deriva humanística por parte del mayor. De tal forma, y pese a las presiones recibidas, Edwards articulará un nuevo encuentro con el acusado utilizando para ello a otro de los compañeros que cayeron presos -el teniente George Miller (Rip Torn)-, forzando a la vivencia de una catarsis de la que se pueda extraer la realidad de las circunstancias, que forzaron el comportamiento en apariencia reprobable del acusado.
Antes lo señalaba, TIME LIMIT es una película fruto de su coyuntura, señalada dicha circunstancia en modo alguno con carácter peyorativo. Pero sí que es cierto que junto a esos vientos críticos que resaltaba al inicio de estas líneas, no cabe duda que cuando esta producción se lleva a cabo, se encontraba muy cerca el impacto de 12 ANGRY MEN (12 hombres sin piedad, 1957. Sidney Lumet), estrenada en abril de dicho año, y rodada poco después del éxito que alcanzó la versión televisiva del drama escrito por Reginald Rose. El título que comentamos se estrenó en octubre del mismo año, por lo que se puede encontrar una cierta causa efecto entre ambos referentes.
En cualquier caso, creo que sería más oportuno ligar esta película, con la algo más alejada en el tiempo THE COURT-MARTIAL OF BILLY MITCHELL (1955), del siempre transgresor Otto Preminger. Como en otros exponentes de su cine en aquellos años, el vienés fue precursor a la hora de efectuar una mirada crítica en torno al estamento militar que, en buena medida, es la génesis de esta adaptación de un referente teatral, descrito en muy pocos escenarios -esencialmente, en el despacho de Edwards-, y con el que Malden logra ir asumiendo un creciente grado de densidad y tensión emocional. Este centrará la fuerza de la película en una cámara siempre cercana a sus personajes y, de manera esencial, en una intensa dirección de actores, favoreciendo con dichos factores un relato percutante, que te atrapa desde el primer momento, apenas asume baches de ritmo y, con la misma tensión alcanzada, discurre ante el espectador con una sorprendente celeridad.
Todo ello, intentando transmitir ese desasosiego. De asumir un pasado cercano que se quiere dejar de lado. Un pasado que puede comprometer a muchos y que, en última instancia, podría cuestionar la en apariencia férrea seguridad del estamento militar. En realidad, la doble cuestión que aparece como un bumerang en la película es, por un lado, comprobar hasta que punto es incompatible el humanismo con las férreas estructuras militares. Por otro, delimitar la fragilidad en la creación de la figura del héroe. A partir de esa dualidad, la película irá deslizándose gradualmente entre la acusación inicial -inamovible- en contra de Cargill -que aparecerá como un apestado en todo su entorno-, hasta escarbar en la intuición del coronel, sospechando que algo oscuro se esconde en dicha acusación, y que poco a poco irá acusando al hijo de Connors, que fue uno de los muertos en aquellas circunstancias. A partir de esas premisas, el film de Malden se irá articulando por medio de una estructura que abogará a través de una puesta en escena claustrofóbica, en medio de la cual surgirán ciertos crescendos emocionales, que ejercerán como catarsis de cada uno de sus principales personajes, alcanzando de todos los intérpretes unas admirables cuotas de entrega. Es algo que veremos en el primer encuentro del acusado con el coronel, descrito con un admirable sentido del crescendo dramático, hasta alcanzar una casi irrespirable sinceridad, expresada en la admirable fuerza brindada por Richard Basehart. Mucho más adelante, y tras un impactante flashback en el que se nos describirá las reales circunstancias de la muerte del hijo del general, en el barracón en que se encuentran presos, comprobaremos el desahogo casi existencial del joven Miller, incapaz de resistir más la culpabilidad que atesora en su alma, que solo la sagacidad de Edwards acertará a sacar a la luz y, con ello, transmitir a su superior la dolorosa realidad de aquel hecho pasado que, por un lado, pone en cuestión la supuesta culpabilidad del acusado y, por otro, revela un hecho cuestionable de su desaparecido hijo, destrozando la dureza y la concepción militar de su comportamiento alentado en todo momento por su padre.
En cualquier caso, dentro de esa querencia por el estallido emocional, considero que TIME LIMIT brinda un valioso giro dramático con el fragmento de la visita del coronel al domicilio de los Cargill, sabiendo que allí no se encuentra el acusado, y buscando con ello una sincera conversación con su esposa (magnífica June Lockhart), descrita en medio de una estancia casi entre sombras, y en donde la confidencialidad y la búsqueda entre ambos de encontrar razones que pudieran justificar el comportamiento del acusado, proporcionarán pistas contundentes.
Calificación: 3
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