THE GYPSY MOTHS (1969, John Frankenheimer) Los temerarios del aire
Aunque su obra sea más conocida y reconocida por el dominio que dispuso en el cine de acción, lo cierto es que ello no deja de resultar injusto a la hora de valorar la andadura de la filmografía de John Frankenheimer, en donde en más ocasiones de las valoradas ha destacado su sensibilidad a la hora del tratamiento no solo de sus personajes, sino del planteamiento dramático general de diversos de sus títulos. Nunca ocultaré que si tuviera que elegir uno solo, de entre los exponentes que forjan su notable andadura fílmica, no dudaría en elegir el excelente y poco conocido ALL FALL DOWN (Su propio infierno, 1962) –además una de sus primeras obras-. Es curioso como esa capacidad para ofrecer relatos dramáticos caracterizados por un entramado revestido de extraña trizteza, tuviera quizá su más destacado campo de cultivo en el periodo que abarca desde finales de los sesenta e inicios del decenio siguiente. Dentro de dicho ámbito temporal, la presencia de THE GYPSY MOTHS (Los temerarios del aire, 1969) supone –como la inmediatamente posterior I WALK THE LINE (Yo vigilo el camino, 1970)- un curioso, personalísimo y melancólico díptico, destacado en historias ambientadas en localizaciones sureñas, y pobladas por seres aburridos, alienados e incapaces de sobresalir de las telas de araña en las que han encerrado su andadura vital. Si en aquella ocasión se nos narraba un insólito romance entre un maduro policía casado y una joven procedente de una familia conflictiva, en el film precedente nos centramos en la andadura que protagonizarán tres paracaidistas, que recorren de pueblo en pueblo ofreciendo un espectáculo que tiene tanto de arriesgado como de decadente, ganándose la vida poniendo en cada una de sus actualizaciones la suya en juego.
En esta ocasión, y coincidiendo con la celebración del 4 de julio, los paracaidistas –a los que hemos visto en acción antes de los título de crédito- recalarán en una pequeña localidad del medio Oeste. Ellos se encuentran comandados por Mike Retting (Burt Lancaster), y formados además por Joe Browdy (Gene Hackman) y el más joven Malcolm Webson (Scott Wilson) –que sustituyó al inicialmente previsto John Philiph Law; creó que se salió ganando con el cambio-. Los tres se hospedarán en la vivienda de los tíos de Malcolm –Elizabeth y John Brandon (Deborah Kerr y William Windom)-, con las que el joven apenas ha estado relacionado –más adelante descubriremos las circunstancias de dicha ausencia de familiaridad-, pero muy pronto advertiremos que el en apariencia idílico hogar de los Brandon –en el que se encuentra una joven hospedada- en realidad encubre a una pareja frustrada y carente del más mínimo impulso amoroso-. Será algo que detectará casi con intuición animal Mike, que buscará muy pronto una casi invisible complicidad con Elizabeth, a la que acompañará a una exhibición de paracaidismo. Casi de manera inmediata se establecerá entre ellos una tan rápida como fugaz pasión, ya que en realidad nos encontramos con dos seres frustrados que, quizá por azares del destino, se han encontrado y podrían tener una nueva oportunidad de vivir sus vidas, esta vez juntos.
A través de un excelente juego de primeros planos, poniendo sobre el tapete una sensible capacidad de observación centrada en una planificación limpia y centrada en el juego de actores, y sabiendo extraer del excelente plantel de profesionales que tuvo a su alrededor, para recrear esa extraña mezcla elegíaca que, en última instancia, propone THE GYPSY MOTHS. Una mirada centrada en una serie de personajes perdidos en su andadura existencial, y que en el fondo no han sabido encontrar en su peregrinaje por la vida ese elemento, esa chispa que les haga sentirse como tales seres humanos. Y en ese contexto, la fauna que nos brinda la cámara de Frankenheimer, basándose para ello en la novela de James Drought, adaptada por William Hanley, se verá enriquecida por la excelente fotografía de Philiph Latrop, intentando brindar un punto de esperanza a una imágenes de trasfondo sombrío, tal y como del mismo modo nos lo transmite la melodía de Elmer Bernstein. En ese curioso, atrevido y en ocasiones doloroso contraste, se ofrece una narración que en realidad se extenderá en poco más de un día, que para el cinéfilo de la época permitiría unir de nuevo a Burt Lancaster y Deborah Kerr dieciséis años después de la célebre FROM HERE TO ETERNITY (De aquí a la eternidad, 1953. Fred Zinnemann) –además mostrando una atrevida secuencia amorosa entre ambos en la que contemplaremos a la veterana y magnífica actriz con los pechos al descubierto-, y en realidad no supone más que un pequeño pero contundente espejo para tantos y tantos seres que han encontrado un determinado acomodo en sus vidas, aunque en realidad en lo más hondo de sus almas se encuentre depositado el germen oculto de la insatisfacción. La mostrará Mike en su aparente desapego, el contraste del juerguista Joe, quien sin embargo, acudirá el domingo a la iglesia tras haberse pegado un desahogo de diversión la noche anterior y, en definitiva, la indefinición dominará el comportamiento del más joven de los tres paracaidistas, para quien el retorno a su localidad natal y el encuentro con esa joven huesped, podría permitirle un punto de partida que finalmente rechazará.
Sin embargo, el epicentro del relato se centra en esa inesperada atracción establecida entre Mike y Elizabeth -¡Que magnífica es la performance de la Kerr, demostrando además una carnalidad sorprendente!-, a cuyo alrededor discurrirá una acción casi minimalista, en el que el peso de las miradas parecen esconder sentimientos o actitudes contenidas –la pasiva que muestra el esposo de esta, consciente de que su esposa le ha sido infiel en algunas ocasiones-. THE GYPSY MOTHS en realidad propone una visión desencantada de la vida norteamericana de provincias, aliándose con no pocos exponentes realizados en aquellos años, en algunos casos por cineastas provenientes como Frankenheimer por la denominada “generación de la televisión, o en otros por debutantes, como el Paul Newmann de RACHEL, RACHEL (Raquel, Raquel, 1968). Así pues, logrando ofrecer un relato en el que la sensibilidad y la sensación de cotidianeidad se convierte en algo casi opresivo, el ya experimentado director logra en la película atrapar bajo sus imágenes en apariencia suaves y casi elegíacas, un fragmento de la vida de unos seres inestables pero incapaces de salir de ese círculo vicioso en el que se han introducido, aunque en algún momento se establezca un grito agónico para revelarse contra ello –la proposición de Mike a Elizabeth de que se vaya junto a ella-. Sin embargo, en la película tendrán gran importancia los detalles –la ausencia de los aplausos de John en la actuación de los paracaidistas; la ausencia de su esposa como espectadora del anacrónico espectáculo; la presencia previa de la lluvia; esa imperceptible mirada de Mike advirtiendo un viento –para mi el instante más brillante del film-, y quizá de alguna manera sirviéndole como base para su inmolación final.
Y pese a ello, en la pequeña localidad, para poder pagara el funeral de Mike, se realizará otra exhibición en pleno 4 de julio, en la que Malcolm arriesgará su vida ejercitando el número en el que la perdió Mike. Todo ello es mostrado con pinceladas suaves, describiendo una colectividad que parecen autómatas en vida. Un conjunto de seres que simplemente existen, pero de los que apenas se atisba el más mínimo alcance reflexivo, y a los cuales espectáculos de esta índole suponen quizá sus máximas posibilidades de esparcimiento. La manera con la que descrita esa colectividad, la ausencia de efectismos propios del cine de aquella época –quizá solo se produzca ello en la secuencia de la correría nocturna jugada por Joe-, optando en su lugar por unos modos narrativos en los que parece observarse una mirada añorante a un clasicismo fílmico ya perdido, permiten conjuntar este fragmento de la existencia de un reducido colectivo de seres muertos en vida, uno de los cuales consumará su hastío de la existencia, mientras que otro aún tendrá una oportunidad para la esperanza, mientras que ese matrimonio que ejercerá como catalizador del drama central, en el fondo asumirá de nuevo, y tras la tragedia vivida, su imposibilidad de salir de una prisión revestida de una aparente y pacífica convivencia.
Poco recordada a la hora de valorar la andadura de Frankenheimer, sin duda THE GYPSY MOTHS supone una muestra más de la delicadeza con la que su artífice sabía tratar a sus personajes, revelando en ellos una serie de matices y capacidad de compresión, en su complejidad y sus propias contradicciones, que a mi modo de ver sobrepasan con mucho sus innegables capacidades como director para el cine de acción.
Calificación: 3
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David Breijo -