I WALK THE LINE (1970, John Frankenheimer) Yo vigilo el camino
Nos encontramos en la frontera de las décadas de los 60 y 70, un periodo que como es bien conocido, se erigió como uno de los más traumáticos del cine norteamericano –y mundial, me atrevería a señalar-. En aquellos años se dio cita de forma paralela una visión desmitificadora de los elementos que se habían considerado como clásicos en el cine de géneros. Fue el momento en el que el western se pobló con películas que con bastante simplonería narrativa mostraban “la otra cara” de hechos mitificados décadas atrás en la andadura de Hollywood. Pero al mismo tiempo que sucedía esto también se mostraban otro tipo de historias –generalmente ubicadas en su propio tiempo- que tenían ciertos ecos del cine del Oeste y se ambientaban en lugares de la denominada “América profunda”. Quizá como obra cumbre de este tipo de cine citaría por mi particular veneración THE LAST PICTURE SHOW (La última película, 1971. Peter Bogdanovich), pero no es menos cierto que abundaron películas definidas en estos rasgos y por mostrar los conflictos, la hipocresía, el puritanismo y la falsa moralidad de comunidades cerradas en las que estaba totalmente ausente un auténtico “soplo de libertad vital”. Es curioso además señalar como varios de esos títulos fueron firmados por algunos de los componentes de la denominada “generación de la televisión”, que en aquellos momentos se encontraban ante una amplia desorientación en el rumbo de sus carreras, tras unos años de trayectoria triunfal pocos años atrás.
Creo que por derecho propio hay que incluir I WALK THE LINE (Yo vigilo el camino, 1970) en este conjunto de propuestas. La película fue realizada por un John Frankenheimer que en aquel tiempo se manifestaba en un extraño periodo de su filmografía. Quizá por ello se implicó a fondo y con un claro sentido de la observación en este relato intimista que parte de la novela de Madison Jones y trasladada como guión cinematográfico por Alvin Sargent, conocido especialista en este tipo de relatos trasladados a la pantalla.
Estamos a finales de los sesenta en una lejana y perdida localidad de Tenesse. Una población en la que la rutina, la mediocridad y la represión respira con sus poros y en donde la presencia de una gran presa sea aparentemente la única señal de progreso en un lugar perdido en el que quizá este no llegó jamás y hasta aquí llegan los ecos de aquel brillante título de Elia Kazan de principios de los sesenta –WILD RIVER (Río salvaje, 1960. Elia Kazan)-. En la localidad ejerce como sheriff un hombre caracterizado por su integridad. Se trata de Henry Tawes (Gregory Peck), un hombre que quizá en el plano inicial de la película –encuadrado de espaldas mirando esa gran presa- anhele una oportunidad para vivir una nueva vida, y que el entorno que le rodea y su condición de hombre casado y con una hija le niega. Sin embargo un destello se le brinda con el encuentro con la hermosa Alma (Tuesday Weld). Alma es la hija de un fabricante clandestino de licores, con dos hermanos, y que igualmente queda atraída por el íntegro funcionario de la ley. Muy pronto ese encuentro se convertirá en una relación casi desesperada. Para Henry al abrirle la luz del modo de huir de su entorno, y para Alma igualmente para deshacerse de esa vida al margen de la ley y los instintos casi incestuosos que su padre mantiene con ella.
La esposa del sheriff es una mujer de hogar que desde el primer momento sospecha la infidelidad de su marido pero intenta comprender su actitud. Pese a ello Tawes se encuentra incómodo y deseoso de huir de ese auténtico “pozo sin fondo” moral que para él define la población que mantiene en los márgenes de la ley. Para complicar la situación llegará hasta la misma un agente federal encargado de descubrir los lugares donde se fabrican bebidas alcohólicas, y por otro lado se destacan las pesquisas que viene realizado su ayudante -Wylie Hunnicutt (Charles Durning)- que sospecha de los devaneos de su jefe con la joven. Unas pesquisas que le llevarán al encuentro con ella y que finalmente sea matado por disparos del padre de la muchacha.
Será ese el detonante de un desenlace en el que todos los componentes de la familia McCain huyen de la localidad, siendo perseguidos con desesperación por Henry, hasta iniciarse una pelea que perderá el Sheriff –Alma le clava un gancho en un hombro-, y darse cuenta que la idea que tenía, el anhelo de abandonar aquel colectivo puritano y asfixiante, debe de admitir que quedará como una autentica utopía. El sheriff seguirá mirando los rostros casi deformados, alienados, encallecidos y cansados de ese vecindario que contempla todos los días.
Con ser muy interesante la historia que nos relata, lo mejor de I WALK THE LINE proviene de la intensa, asumida, sentida incluso, puesta en escena aplicada por un Frankenheimer que solo en momentos contados incurre en algunos de los efectismos visuales de la época, pero al mismo tiempo apuesta claramente por un clasicismo a la hora de filmar sus secuencias. Junto a ello es notable la utilización del formato panorámico y los planos / contraplanos adquieren generalmente en este película una sensación de dolorosa veracidad, un carácter confesional, y en todo momento definen el interés de su realizador a la hora de mostrar el cariño que le merecen, pese a todo, el conjunto de sus personajes.
En voz callada, Frankenheimer logra uno de sus más interesantes títulos de toda su carrera –ciertamente abundante en ellos pese a su irregularidad-, y para ello además cuanta con la inestimable prestación de un Gregory Peck que asume en su personaje la que quizá sea una de las mejores interpretaciones de toda su carrera. Las miradas en primer plano que expresan claramente la angustia del personaje, o la petición encima de la escalera a Alma; “vente conmigo” (la expresión de Peck en ese momento es memorable) son muestras perfecta de ello, como lo es ese desarrollo de un personaje con una mayor sensibilidad, pero que en el fondo tiene los mismos atavismos machistas que sus convecinos –en un momento determinado le dice a Alma: “no te pegaré”, pero posteriormente contradice su intención-. Por su parte Tuesday Weld se ofrece como el otro polo de atracción, y hay que señalar que aporta su carismática belleza y una sensibilidad muy especial, quizá como condición de partida al haber atraído al aparentemente rudo sheriff.
En cualquier caso, creo que I WALK THE LINE, punteada en todo momento con las canciones de Johnny Cash –es una pena que no se reflejaran subtítulos a las letras de dichas canciones-, queda como una película sincera, hecha con el corazón, de argumento sencillo y que define a partir de una historia de creación, elementos de una sociedad que vivía en la opulencia del progreso, pero que en lugares como este, están absolutamente al margen de la modernidad, y aún utilizan códigos de comportamiento tan lejanos a las tendencias más actuales pero difíciles de erradicar en unas sociedades rurales. Un marco en el que nuestro protagonista poco margen tenía para haber logrado triunfar en sus planes.
Calificación: 3
3 comentarios
francisca -
moro juan -
El fraseo estilo de Johnny Cash es el de te voy a contar algo...hace tantos años...cuéntame un cuento, con los buenos...y los malos.
jOHN hENRY -
Una gran interpretación de Tuesday Weld y un Gregory Peck ofreciendo un personaje distinto a los tipos integros a que nos tiene acostumbrados (con la excepción obvia de la posterior Los niños del Brasil).
La puesta en escena es brillante y nos sumerge de lleno en los pueblecitos perdidos de los condados de Tennessee.
La banda sonora de Cash, una de las dos que compuso para el cine, es muy adecuada, con su voz en estado de gracia, de todos los temas del disco me quedo con la sublime Flesh and Blood, destacándose también sus nuevas versiones de Causa I love you y de uno de sus temas clásicos que da titulo al film.