THE BIG STREET (1942, Irving Reis) Su última danza
Tal vez para un espectador medio del cine en nuestros días, las cualidades que atesora un film como THE BIG STREET (Su última danza, 1942. Irving Reis) puedan ser menospreciadas, valorándola una trasnochada versión y variación del cuento de Cenicienta. Sin embargo, creo que para el amante del cine clásico no resultará muy esforzado no solo disfrutar las cualidades de la película, en la que parecen fundirse ecos del Leo McCarey de LOVE AFFAIR (Tu y yo, 1939), el sentido melodramático de un Frank Borzage, el posterior de un Douglas Sirk o el Frank Capra de la excelente LADY FOR A DAY (Dama por un día, 1933) –que sigo considerando la obra cumbre de su realizador, por encima del por otra parte magnífico remake POCKETFUL OF MIRACLES (Un gangster para un milagro, 1961) que sirvió como cierre de su trayectoria-.
Es por otra parte innegable esa influencia, ya que la película parte de una historia de Damon Runyon, el gran cantor de los bajos fondos newyorkinos, que contribuyó con sus obras a servir de base estupendos títulos como el díptico capriano antes mencionado o GUYS AND DOLLS (Ellos y ellas, 1955) de Mankiewicz. En este caso esa preponderancia se manifiesta ya en unos títulos de crédito que destacan prácticamente la “autoría” del film, y se trasladan en todo momento en esa impagable galería de personajes característicos: pequeños estafadores, ladrones... que son retratados, descritos, dialogados e interpretados por un cast a la mayor altura posible –entre ellos el orondo Eugene Pallete y la espléndida Agnes Moorehead- dentro del cine de Hollywood.
Pero con esta importante –y positiva influencia de Runyon- creo que no sería justo analizar las cualidades de esta singular comedia romántica, que alcanza incluso en sus pasajes finales tintes trágicos, sin reconocer que en ella se nota la mano de un realizador generalmente poco recordado –Irving Reis- que en esta ocasión realiza un realmente inspirado trabajo de puesta en escena que le sirve fundamentalmente para lograr un muy difícil equilibrio entre el elemento de comedia –a veces incluso screewall- que esta posee, con los tintes de melodrama en ocasiones bastante duros que afloran en las secuencias. Lograr que estas dos vías dramáticas se integren y desarrollen de forma armónica y al mismo tiempo sirvan una de contrapeso a los posibles excesos de la otra, creo que ya habla por si mismo de esa implicación de Reis.
Y es que desde sus primeros minutos, THE BIG STREET prácticamente desconcierta al espectador en cuanto a las intenciones de su historia. Desde contemplar ese concurso de glotonería, el despido de Little Pinks (el ya excelente en su juventud Henry Fonda) y su encuentro con Gloria Lyons (una Lucille Ball mucho mejor actriz de lo que siempre se le ha reconocido). Será Gloria una cantante de club nocturno –que siempre se ha caracterizado por su carácter despótico con las personas de baja extracción social-, el objeto de la admiración ciega por parte de Pinks, hasta que en un golpe brutal, el gangster que la mantenía hará que esta sea hospitalizada y quede paralítica de sus piernas. En el periodo de su recuperación solo permanecerán junto a ella Pinks y la fiel criada de la cantante, y esta progresivamente tendrá que asumir su nueva condición y acabará teniendo aceptar la oferta de este para residir en la pensión en la que lo hace igualmente su fiel admirador.
La llegada allí será marcada por sus moradores en una recepción emotiva de Gloria pero ella nunca dejará de manifestar su desagrado y despotismo al considerarse humillada estando en compañía de gentes de clases sociales inferiores. Una vez al vivir allí cierto tiempo y ante la llegada del invierno, los dos protagonistas se plantarán el viajar hasta Florida para disfrutar de un clima más cálido y favorecer su recuperación. Serán los amigos de Pinks los que recaudarán dinero para lograr costear el viaje, hasta que finalmente los protagonistas tendrán que hacerlo prácticamente en auto stop –ella haciéndolo en su silla de ruedas. Una vez allí la antigua cantante retornará en sus aires de superioridad y le pedirá a Pinks que actúe como si fuera su criado, intentando inútilmente recuperar el romance que mantenía con un atildado joven que la abandonó cuando fue agredida, y que poco después de su forzado reencuentro descubrirá en ella su parálisis en las piernas –en un momento revestido de gran intensidad-.
La situación forzará la ruptura entre Gloria y Pinks –harto este ya de ser constantemente humillado-, hasta que poco después le anuncien a este que ella ha recaído de su enfermedad y estar completamente hundida al comprobar la imposibilidad de recuperar su antigua vida. A partir de ahí el ferviente admirador –que ha recuperado su profesión de camarero- forzará una fiesta a la que acudirá toda la alta sociedad de Florida camuflada con sus amigos de las clases más humildes, al objeto de propiciar en la convocatoria un intento para que la cantante sienta su esplendor perdido. Así llegará a suceder e incluso la muchacha finalmente agradecerá a Pinks la devoción que le manifestó desde el momento que la conoció. Sin embargo, los tintes trágicos marcarán el final de la película.
Como se puede ver, THE BIG STREET es una insólita propuesta en la que los giros de su trama son constantes, donde el timming es realmente brillante y en la que, fundamentalmente, los elementos melodramáticos puestos de manifiestos logran, a mi juicio, los momentos más intensos de una película realmente brillante. Entre ellos, no puedo dejar de destacar la incomoda emotividad del instante en el que dentro de su cama del hospital la protagonista descubre al compás de una música tropical escuchada por radio, que sus pies no le acompañan; la llegada de la antigua cantante a la pensión donde es recibida por sus moradores es un prodigio de delicadeza; la secuencia en la que nos damos cuenta de la llegada del crudo invierno está llena de sensibilidad, iniciándose con un plano exterior mostrando corrientes de aire en un nocturno urbano y ya dentro de la habitación Gloria incide en las frías temperaturas. Su diálogo sincero será concluido por Reis con un plano exterior en el que se ve a los dos personajes tras su pequeña ventana, mientras en el exterior vuelve a incidir en esa incidencia del viento frío. Por supuesto, a la hora de citar esos momentos de fuerza melodramática no se puede dejar de destacar el ya señalado del descubrimiento de la invalidez de la cantante por parte de su antiguo, efímero y acaudalado amante –quizá el más logrado de toda la película- y la elegíaca musicalidad de las secuencias finales, que tienen una conclusión que hacen pensar en cierta inclinación hacia el fantastique –esa subida por las escaleras del cuerpo sin vida de la cantante por parte de Pinks para que logre por fin estar cerca de las estrellas-, y que nos acerca relativamente al mundo manifestado por nombres como el ya mencionado Borzage o el Mitchell Leisen de DEATH TAKES A HOLIDAY (La muerte en vacaciones, 1934), a lo que contribuye la transparente labor en la iluminación del film, obra de Russell Metty, años después uno de los mejores colaboradores del ya señalado Sirk.
Ciertamente puedo ser algo exagerado a la hora de valorar las cualidades de esta película, pero lo cierto es que su conjunto atesora algunas de las mejores corrientes que circulaban entonces por Hollywood, y entre ellas también se integran momentos humorísticos que en buena medida conviven con el entrañable retrato de personajes emanado de la pluma de Damon Runyon. En todo caso, las mayores virtudes de THE BIG STREET demuestran en su conjunto la eficacia de la combinación de diferentes tendencias existente en el cine de aquellos tiempos, aplicadas con equilibrio y sensibilidad en un producto realmente inspirado.
Calificación: 3
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M Fernández -