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CINEMA DE PERRA GORDA

CRACK-UP (1946, Irving Reis)

CRACK-UP (1946, Irving Reis)

Una película tan curiosa y de moderado interés como CRACK-UP (1946, Irving Reis), podría insertarse dentro de la deriva del noir, en la que en no pocos momentos coqueteó con el fantastique. Se trata de un contexto, en el que podría aparecer títulos tan atractivos como MINISTRY OF FEAR (El ministerio del miedo, 1944. Fritz Lang), NIGHTMARE ALLEY (El callejón de las almas perdidas, 1947. Edmund Goulding), NIGHT HAS A THOUSAND EYES (Mil ojos tiene la noche, 1948. John Farrow), o WHIRPOOOL (Vorágine, 1949. Otto Preminger). Son estos y otros ejemplos, dentro de una corriente que, en cierto modo, era lógico que tuviera cabida dentro de un género de tanta amplitud de posibilidades. Rodada dentro de la RKO, una de las productoras más avezadas del noir, la película nos narra una historia enrevesada -adaptada de una historia de Fredrick Brown-, centrada en la angustiosa deriva vivida por el reputado y, al mismo tiempo, quisquilloso crítico de arte y experto en falsificaciones, George Steele (Pat O’Brien). Este llegará de noche, totalmente fuera de sí, a las instalaciones del museo de arte en el que trabaja, destrozando una de sus esculturas y llamando la atención de todos sus responsables y compañeros, que se encuentran celebrando un consejo de empresa. La estridente situación provocará la llegada de agentes del orden, pero el conservador de las instalaciones -Barton (Erskine Sanford)- rogará que se solape el previsible escándalo, avalando dicha petición el extraño Traybin (Herbert Marshall), que muy pronto sabremos se trata de un agente de Scotland Yard aunque no haga extensiva su condición. Aunque parece que Steele sufrió una borrachera, en realidad se encuentra en estado de schock, sometiéndole a una terapia que permitirá describir un flashback, en donde se visualizará una extraña vivencia que culminará con un aterrador accidente de tren -un episodio que deja entrever cierta herencia de situaciones más o menos similares de horror urbano, tan familiares en las producciones de Val Lewton dentro del estudio, en títulos de horror dirigidos por Jacques Tourneur o Mark Robson-. Nada que coincida con la realidad que aprecian los que se encuentran junto a él, siendo despedido de la entidad en la que ha desarrollado sus actividades, dado sobre todo sus en apariencia excéntricas peticiones, como un aparato de rayos X, para detectar falsificaciones.

A partir de ese momento, con la ayuda de su novia -Terry (Claire Trevor)- y, en menor medida, del ya citado Traybin, este intentará buscar el sentido a su experiencia pasada dominada por lo irracional, reiterando el viaje en tren que hiciera el día anterior. Ello le llevará a comprobar que ese pretendido accidente de ferrocarril, en realidad era una falsa apreciación, y descubriendo una serie de aspectos haciéndole intuir que ha sido utilizado, en medio de una extraña situación, donde se delimita la falsedad y desaparición de una serie de lienzos que proceden de aquel centro de arte. Un elemento contribuirá a enrarecer la odisea de nuestro protagonista, al ser llamado de noche por uno de los componentes del comité, para transmitirle unas novedades sobre lo que se oculta en dichas instalaciones. Hasta allí llegará Steele, encontrándose muerto a su interlocutor y apareciendo por parte de uno de los conserjes, como el autor de dicho asesinato. A partir de ese momento, la lucha de Steele será la de un fugitivo en busca de la demostración de su inocencia, así como poder establecer la realidad del oscuro contexto de las falsificaciones registrado en la entidad. Para ello, utilizará a la secretaria de la misma, a su novia, a Trabyn y a una máquina de rayos X que dictaminará que unos cuadros que se iban a enviar a Inglaterra en un buque, no eran más que copias. Todo ello irá acercándose a la evidencia de los auténticos culpables en las delictivas actividades que se han venido llevando con dichosa lienzos, que llevarán a George y a su novia al borde de la muerte.

Antes lo señalaba. Lo mejor, lo más perdurable de esta apreciable cinta de ese interesante realizador que fue Irving Reis, reside en su coqueteo con el lenguaje del fantastique. Lo más valioso de CRACK-UP se da cita, además de lo noqueante de su secuencia inicial, en la creciente inquietud que se va asumiendo en ese relato en flashback, que desembocará en la subida nocturna en tren del protagonista, donde se irá apoderando de él una creciente angustia, hasta vivir en carne propia, el paroxismo de lo que en apariencia ha supuesto un terrible accidente. Será un episodio revestido de una densidad casi física que, unido al repentino retorno a la conciencia, sumirá al espectador en una extraña incomodidad. Será una lograda atmósfera que irá acompañando el deambular del personaje, una vez reitera ese viaje en tren viviendo de nuevo la aterradora experiencia previa, pero logrando ir más allá de la misma. O en la secuencia donde se verá implicado en un crimen, dominada por una nocturnidad de interiores casi espectral, y pudiendo solo contemplar el charco de sangre del asesinado. O, en definitiva, en el episodio descrito dentro de un buque, donde se encuentran escondidas esas obras tan buscadas, viviendo un extraño incendio del que logrará escapar al mismo tiempo que de la persecución por las autoridades, que en principio lo consideran autor del crimen antes señalado. Todo ello, que duda cabe, permite que nos encontremos con un conjunto de cierto interés, en el que destacará de manera poderosa atmósfera brindada por la iluminación en blanco y negro de Robert de Grasse, teniendo una especial incidencia en todos aquellos episodios donde la fuerza de la oscuridad o el contraste lumínico con esta, permitirá que dichos episodios alcancen una considerable fuerza dramática.

Lamentablemente, esa fuerza se irá diluyendo en función del seguimiento de un argumento embarullado y, lo que es peor, desprovisto de densidad. De tal forma, todo lo que se gana en los pasajes antes señalados tiene su contrapeso negativo en el seguidismo a una serie de personajes carentes de la más mínima profundidad. En definitiva, será introducirnos en un suspense, basado en su parte final por una serie de artificiosos y poco creíbles giros que, en buena medida, diluyen esa cierta tensión e interés generado previamente, concluyendo con una secuencia desprovista de la más mínima tensión. Es decir, nos encontramos bastante lejos del Fritz Lang, de la antes citada MINISTRY OF FEAR quedándonos, por el contrario, en ese término de un conjunto más o menos agradable, interesante en sus mejores momentos, pero al que su propia irregularidad convierte en un título de fácil olvido.

Calificación: 2’5

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