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CINEMA DE PERRA GORDA

IERI OGGI DOMANI (1963, Vittorio De Sica) Ayer, hoy y mañana

IERI OGGI DOMANI (1963, Vittorio De Sica) Ayer, hoy y mañana

Tan ensalzado en su etapa neorrealista, como incluso denigrado en sus últimos años como cineasta, cierto es que la obra del italiano Vittorio de Sica, descrita en unos 35 largometrajes -iniciada en periodo fascista, y en la que aparecen algunos títulos en formato de episodios, de los que De Sica fue uno de sus participantes-, asume un cierto declive llegada la década de los 60, con exponentes -entre los que he podido visionar-, tan discretos como IL SEQUESTRATI DI AITONA (1962), o tan impresentables, como la sátira bufa que fue CACCIA ALLA VOLPE (Tras la pista del zorro, 1966). Pero junto a ellas, aparecen otros exponentes brillantes, como puede ser el ejemplo de MATRIMONIO ALL’ITALIANA (Matrimonio a la italiana, 1964). También podría ser el ejemplo, de la inmediatamente precedente IERI OGGI DOMANI (Ayer, hoy y mañana, 1963), igualmente producida por Carlo Ponti, y asimismo protagonizada por la pareja artística formada por Sophia Loren y Marcello Mastroianni.

La película obtuvo aquel año el Oscar a la mejor producción extranjera, galardón tan cuestionable como quizá contestado, dentro de la riqueza de la producción mundial de aquel tiempo. Esta circunstancia arbitraria quizá facilitara un cierto desdén, en una comedia que casi seis décadas después revela no solo su frescura. También su ligazón con las corrientes del cine italiano de su tiempo, o la noble inclinación, dentro del cine popular italiano, sin olvidar una mirada irónica, dentro de las tendencias ‘de autor’. Para ello, la estructura en tres historias -de dispar duración-, propicia esos giros, esa diferente gradación e intenciones de cada una de ellas, tituladas con diferentes nombres de mujer, encarnadas ambas en un espectacular despliegue interpretativo -y físico-, de una Sophia Loren en su mejor momento artístico y físico.

El primero de ellos, titulado ‘Adelina’, es una pequeña y entrañable obra maestra. El más extenso en duración, trasladando una obra del gran cantor de las costumbres napolitanas, el escritor, actor y director, Eduardo De Filippo. Desde el primer momento, De Sica se imbuye, ayudado por la excelente iluminación en color del gran Giuseppe Rotunno, de las gentes, las costumbres, las casas avejentadas y casi ruinosas, de esa Nápoles marítima, pescadora y llena de clases populares. En dicho contexto, el episodio se centra en la paradójica situación vivida por Adelina Sbaratti (Loren), casada con el vago Carmine (Mastroianni), ambos vecinos de los entornos populares de la ciudad, y encontrándose la primera a punto de ingresar en prisión, al no pagar una multa por haber sido pillada en un -habitual- contrabando de tabaco. Agobiada por esa inminente encarcelación, la solución la proporcionará un veterano abogado; al estar embarazada no podrá ser detenida, incluso hasta seis meses después de nacer el pequeño. Será un sorprendente subterfugio, en el que se acomodará el matrimonio en años sucesivos, hasta formar una numerosa familia -descrita con una asombrosa elipsis-, mientras Adelina prolongará con total impunidad su venta de tabaco. Sin embargo, la fertilidad de su marido fallará en un momento dado, ante la desesperación de su esposa, que finalmente no podrá evitar ser encarcelada en compañía de sus dos hijos más pequeños. Carmine iniciará una campaña, al objeto de recaudar fondos para finiquitar la condena, al tiempo que apelará a un indulto por parte de las autoridades. Será algo que alcanzará finalmente, volviendo la paz a la bulliciosa Nápoles.

En realidad, la base argumental de este auténtico mediometraje es liviana y predecible. ‘Adelina’ se detiene, ante todo, en una mirada descriptiva, donde la que la picaresca de los vecinos de las clases populares napolitanos, navega por sí sola. No conviene olvidar que De Sica, en un estupendo título precedente -L’ORO DI NAPOLI (El oro de Nápoles, 1954)-, ya había indagado en una personalidad tan peculiar dentro de la generalidad italiana. Pues bien, todo ello aparece en un relato que parece un canto a la vida de aquella ciudad. En el que las panorámicas recorren el conjunto de esa vieja ciudad -el maravilloso de cierre que la acaricia-, se ven acompañadas por bellas canciones locales. O en donde la descripción de su tipología humana -ese viejo abogado, que ve la oportunidad de alcanzar una inesperada notoriedad mediática; la anciana y relegada madre de Carmine-, sabe oscilar entre lo entrañable y lo mezquino -ese doloroso episodio en el que, hastiada de la impotencia de su marido, Adelina anima a Pasquale (Aldo Giuffrè) a que haga el amor con ella y la encinte. Este, que siempre la ha deseado, se animará, recibiendo muy pronto el rechazo de la protagonista-. Hay en el episodio un tono festivo -la recepción de Adelina tras ser excarcelada-, con divertidas notas humorísticas -la huida de las vendedoras de tabaco de contrabando, arremolinándose a lo largo de una calle, una vez llegadas las autoridades, con la excepción de la respetada protagonista-, e incluso, detalles llenos de emotividad -la descripción de las compañeras presas de esta-. Es cierto que sobran en su desarrollo algunos inoportunos e innecesarios ‘zooms’, pero uno termina de contemplar este episodio, sintiendo añoranza por una personalidad colectiva irrepetible.

De menor duración -e interés- resulta el segundo episodio –‘Anna’-, pese a proceder de un relato del escritor Alberto Moravia. En realidad, la historia se dirime en un juguete minimalista, centrado en una conversación establecida entre la acaudalada Anna Molteni (Loren), mientras discurre con su recién estrenado Mercedes junto a su amante Renzo (Mastroianni), en el entorno de la ciudad de Milán. El cortometraje deviene en una irónica pirueta, entre la falsedad de las intenciones que esgrime la protagonista, quejándose de la vida vacía que sobrelleva en su vida diaria. Los deseos, finalmente, se revelarán de asombrosa vacuidad, cuando un involuntario accidente de Renzo, hará evidente la pose de una mujer caprichosa, incapaz de emerger de su burbuja de comodidad y riqueza. En realidad, lo único que cabe destacar en el episodio, es ver como De Sica intenta ironizar sobre las corrientes cinematográficas que en aquellos años representaban cineastas como Michelangelo Antonioni. Para ello, aplicará una planificación que intentará expresar, mediante encuadres paralelos, el grado de apego que en cada momento irá fraguándose entre ambos amantes.

Por fortuna, el tercer episodio de IERI OGGI DOMANI –‘Mara’-, recupera el grado del interés del primero, erigiéndose en una crónica, tan divertida como sentimental, de la evolución de una alegre y cotizada prostituta -encarnada de nuevo por Sophia Loren, aquí absolutamente voluptuosa- quien, en un inesperado encuentro, asumirá un momento de reflexión en la vida que ha llevado hasta entonces. Ello sucederá en el inesperado contacto mantenido desde la terraza de su casa, con el jovencísimo seminarista Umberto (Guianni Ridolfi), que se encuentra en la terraza de enfrente, en la casa de sus abuelos. En esos momentos, Mara alberga como amante al alto funcionario Augusto Riscone (Marcello Mastroianni), quien se convertirá en el inesperado perjudicado del cambio de actitud, de una joven desinhibida y bondadosa al mismo tiempo. Desarrollado en el entorno de la Plaza Navona de Roma, se alterna en su desarrollo con pasmosa facilidad, lo bufo y lo delicado, lo delirante con lo emotivo. Aspectos en apariencia contradictorios, serán los que a fin de cuentas brinden la grandeza del capítulo, con secuencias provistas de tanta delicadeza, como ese encuentro nocturno en las terrazas, entre Mara y el joven Umberto. De tanta modulación en su tono, como la conversación entre esta y la abuela del muchacho -encarnada por la excepcional Tina Pica-, que muy pronto permitirá establecer una extraordinaria complicidad entre ambas. De tanta herencia screewall, como ese desopilante streptease de Mara ante Riscone -maravilloso aquí Mastroianni-. O de tanta ambigüedad, como ese rezo compartido entre la pareja protagonista, ante el voto proclamado por Mara, si se cumplía su deseo de que el muchacho volviera al seminario. No olvidaremos el gusto por el detalle -el constante ruido de los zapatos de madera que porta Mara, reveladores de su constante movimiento; la fuerza del efímero encuentro entre Umberto y Mara, en la tienda de objetos religiosos, los pañuelos que va tirando Riscone, el juego con las eternas llamadas de teléfono, o la ternura de sus instantes finales, con la marcha de Umberto con sus abuelos al seminario, y ese rezo final de la pareja protagonista.

Calificación: 3

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