LORO DI NAPOLI (1954, Vittorio De Sica) [El oro de Nápoles]
¿Es Vittorio De Sica un primerísimo cineasta o, por el contrario, un artesano del cine italiano, responsable de una obra de decreciente calidad? Me temo que el caso “De Sica” sigue sin resolverse entre una crítica que se rindió a su obra en los mejores momentos del neorrealismo –quizá dejando de lado otras propuestas aún más poderosas que las por él planteadas, y sin que esta impresión vaya en menoscabo en la valía real de aquel periodo de su obra-, pero que poco a poco fue relegándole en su apreciación, hasta llegar a unos niveles realmente indignantes en su tosquedad. Cierto es que el italiano llegado un punto de su obra –ya bien entrada la década de los sesenta- fue menguando en las cualidades de su cine, llegando a filmar títulos tan mediocres como CACCIA ALLA VOLPE (Tras la pista del zorro, 1966). Pero, aún reconociendo esta circunstancia ¿Era suficiente un fin de obra más o menos inane para descalificar una aportación previa de notable interés? De alguna manera, y quizá con un alcance aún más relevante, la injusticia en la apreciación de las tareas de De Sica como realizador me recuerdan un poco a semejante planteamiento con el cine de Jean Negulesco en el seno del cine norteamericano.
Llegado es el momento en que se impone una necesaria, seria y desprovista de prejuicios, valoración de la aportación de nuestro protagonista como cineasta. Una valoración sensata que abordara desde sus comienzos en el seno del cine del periodo fascista –que dio sin embargo como fruto algunos títulos muy apreciables como UN GARIBALDINO AL CONVENTO (Recuerdo de amor, 1942)-, hasta confluir en su absoluta rendición por el cine comercial de inicios de los setenta. Esa irregularidad, esa capacidad para alternar lo más valioso y lo intrínsecamente superficial, ya se daba en su obra de principios de los cincuenta. Así pues, tras un título de la categoría y rigor de UMBERTO D (1952) –a mi juicio su obra maestra y una de las cumbres del cine italiano de la década de los cincuenta-, aparece en su obra el desafortunado STAZIONE TERMINI (Estación termini, 1953). Irregularidades que, por otra parte, se han perdonado a otros realizadores quizá de menor entidad que el que nos ocupa. Hecho este preámbulo a mi juicio necesario, no cabe duda que al hablar de L’ORO DI NAPOLI (1954) –jamás estrenado comercialmente en nuestro país- tenemos que hacerlo necesariamente asumiendo que se trata de una magnífica película, probablemente una de las más afortunadas ocasiones en las que el cine italiano se insertó en su pródiga manifestación del cine de episodios. Más allá del mayor o menor grado de interés que muestran los seis episodios que componen su metraje –que va de la simple brillantez al grado de obra maestra-, se observa en los mismos una unidad de fondo, ya que ambos se muestran uniformes en la cercanía con la que describen el carácter napolitano. En todos ellos –aunque con mayor incidencia en aquellos que tienen una mayor presencia de exteriores, como son los tres primeros-, prácticamente podemos respirar el aroma mediterráneo, extrovertido y festivo característico de la personalidad en esta ciudad italiana. Se trata de un rasgo previsiblemente presente en la novela de Giuseppe Martota, que fue trasladado a la película de la mano del propio realizador, acompañado por el omnipresente Cessare Zavattini. No cabe duda que De Sica sintió una especial vinculación a la hora de trasladar ese carácter, por otro lado con muchas posibilidades cinematográficaa, a la que dedicó otros de sus títulos.
Lo cierto es que merced a la cámara del realizador –bien ayudado por la extraordinaria fotografía en blanco y negro de Carlo Montuori-, se describe con un grado de autenticidad pasmosa esa realidad urbana y vital de un Nápoles lleno de casas enracimadas, descuidada, húmeda, con edificaciones en algunos casos al borde de la ruina pero, al mismo tiempo, sin que esa mengua de proyección en el progreso, evite que nos encontremos con un pueblo de enorme vitalidad. La auténtica idiosincrasia napolitana es la verdadero protagonista de esta tragicomedia en seis actos, en la que se alternan diversas temáticas y adscripciones genéricas, pero que se unen todas ellas en esa voluntad de retratar un microcosmos tan peculiar como representativo, así como en el común interés de todos ellos.
Il guappo tiene sus ejes de interés en la presencia de un superlativo Toto, así como la clara apuesta por el alcance descriptivo de las zonas populares napolitanas. El popular cómico encarna a Saverio, un padre de familia totalmente acobardado ante la presencia durante años en su casa de un gangster de la ciudad que tiene dominada a toda la familia. Desde el primer plano, con esos comentarios del protagonista delante de la tumba de la esposa del intruso –este ha delegado en él para que rece ante ella-, nos daremos cuenta del alcance descriptivo que preside el episodio. A través del seguimiento de este, nos imbuiremos del aroma de fiesta que preside la ciudad, recorriendo sus calles hasta casi adentrarnos en el alma de la misma. La anécdota del episodio está resuelta magníficamente, observándose un excelente juego de cámara por parte de De Sica en los interiores de la vivienda familiar. Esta circunstancia llegará a alcanzar su paroxismo en la secuencia previa al estallido de Saverio –recoge cuidadosamente los platos de la cena, cuando el ridículo pero tan cómico como atemoriazante capo le comenta que le han diagnosticado una lesión en el corazón, para hacerlos estallar de manera ruidosa-, hasta que finalmente este de alguna manera se dignifica como persona al lograr expulsarlo de su casa, haciendo ostentación del hecho ante el resto de los vecinos desde su balcón. Una magnífica propuesta en tono de comedia, cuya conclusión adquiere una rara sensación de dignidad colectiva.
Pizze a credito resulta un episodio irregular en su inicio, aunque paulatinamente irá revelando su máximo grado de interés merced a la incorporación a otra subtrama de sorprendente alcance. Sofia (Sophia Loren) está casada con vendedor de pizzas a quien ayuda en el negocio, aunque le sea ocasionalmente infiel. En un momento determinado su esposo descubre que Sofia ha perdido el anillo que le regaló durante su boda, realizando una desesperada búsqueda entre todas las pizzas que ha vendido –se supone que se encontraba en la masa de alguna de ellas-. El recorrido les llevará hasta el pobre don Pepino (un descomunal Paolo Stoppa), quien acaba de perder a su esposa y se encuentra sumido en un estado de desesperación. Si bien el relato a primera instancia se interna en el sendero costumbrista –aunque siempre destacando por el alcance descriptivo de la tipología humana presente; los clientes que compran dicho producto-, cuando la pareja se interna dentro del drama vivido por el recién asumido viudo, la película alcanza uno de sus fragmentos más asombrosos. Y es que combinando un grado de coralidad pasmoso, y adoptando de manera magistral los meandros tragicómicos de la situación, De Sica demuestra una capacidad como cineasta que no desentonaría de los mejores momentos del PLÁCIDO (1961) de Luis García Berlanga). Bien ayudado por la extraordinaria labor de Stoppa, la película adquiere unos tintes casi, casi experimentales, ya que por momentos parece que nos internemos en un contexto de comedia negra o de drama con ligeros toques de distanciamiento, pocas veces explorado en la pantalla.
Ahondando en ese grado tragicómico, que en esta ocasión se inclina decididamente por el sendero del drama, Funeralino es, sin lugar a dudas, el mejor episodio de la película y, considerado en sí misma, una obra maestra. Probablemente la mejor obra cinematográfica jamás rodada por Vittorio De Sica. Como un relato de no muy lejanas resonancias neorrealistas, e incidiendo casi en una mirada primitiva de ecos silentes –el episodio apenas cuenta con diálogos- se describe el entierro realizado por las calles de Nápoles, siguiendo un cortejo que encabeza la madre del desaparecido –extraordinaria Teresa De Vita-. A través del recorrido, seguido con pudorosa y revente solemnidad por el realizador, parece que asistamos al deseo de la destrozada de que su hijo, por una vez en la vida, y aunque paradójicamente ya se encuentre muerto, este pueda sentirse protagonista de la zona más atractiva de la ciudad. Es así como el cortejo –por indicación de la madre- recorrerá la calle mayor, insertándose en un contexto urbano para ellos vedado. Será la violentación de su destino como obreros, paseando libremente por unas calles caracterizadas por el progreso y el bienestar, e incluso llamando la atención de los más pequeños que allí se encuentran, con el lanzamiento de peladillas que estos recogen con avidez. Sin lugar a duda, un episodio memorable, de los que dejan huella en el espectador, ayudado por la abrupta conclusión del mismo, y que nuevamente parece haber ejercido como referente para la secuencia final de la berlanguiana VIVAN LOS NOVIOS (1969).
Probablemente para ser consciente de la hondura de dicho episodio, De Sica inserta el siguiente capítulo dentro de un contexto abiertamente dominado por la comedia. I giocatori es probablemente el segmento menos brillante del conjunto, lo cual no equivale a que esté desprovisto de interés. El propio director encarna –en un brillante trabajo de ascendencia chapliniana- a un aristócrata absolutamente controlado por su esposa, que no le deja ningún dinero para poder saciar su inclinación a los juegos de cartas. Por ello tendrá que resignarse en desahogar esta tendencia compitiendo con un pequeño muchacho, hijo de un operario suyo. El fragmento resulta entrañable y divertido en su propia y pequeña configuración, destacando en él los momentos que describen exteriores y situaciones ligadas a la personalidad local.
De nuevo se asume la vertiente del melodrama en Teresa, que describe el extraño matrimonio a que se somete una prostituta napolitana –la Teresa del título, encarnada por Silvana Mangano-. Por poderes es desposada con al agraciado y acaudalado don Nicola (Erno Crisa). Este en apariencia lo tiene todo para llevar a la protagonista a una vida próspera, pero algo se esconde bajo ese perfil dominado por la felicidad. El episodio destaca de nuevo por su cuidadísimo alcance coral –la secuencia en la que Teresa se despide de sus compañeras de burdel, todo el fragmento del convite desarrollado en el interior de la vivienda de don Nicola-, la capacidad de detalle –la manera con la que Teresa va advirtiendo la importancia que tuvo la figura de esa joven que flota en el ambiente, el encuentro de esta con su casi catatónica suegra- y, finalmente, la fuerza casi estremecedora que preside la conclusión del relato, con esa capitulación de la dignidad de la protagonista –que instantes antes ha huido del lecho matrimonial al conocer las auténticas intenciones de su ya esposo-, entendiendo que seguir por el primer impulso solo le llevaría a un retorno a su profesión habitual. No cabe duda que nos encontramos ante un pequeño drama que se integra plenamente en esa nueva configuración del género en Italia, abordada ya en aquellos años por realizadores como el primerizo Michelangelo Antonioni.
L’ORO DI NAPOLI finaliza recuperando el tono festivo que ha dominado en sus primeros compases, narrándonos mediante Il professore la muestra de sabiduría popular que describe constantemente un modesto músico de orquestina. Se trata de Don Ersilio (magnífico Eduardo De Filippo, un auténtico símbolo de la personalidad artística napolitana), alguien a quienes todos sus vecinos consultan para que les ofrezca consejos que seguirán como una auténtica sentencia. El relato se centrará en el consejo que les proporcionará a sus vecinos para combatir los abusos que el vehículo de un aristócrata formula en los usos de la calle como espacio público. Se trata sin duda de uno de los capítulos más escorados a esa vertiente descriptiva de la humilde vitalidad napolitana, sirviendo como conclusión de un conjunto verdaderamente magnífico. Sabiendo utilizar diversos registros, mirando y trazando ambientes con tanta precisión como aparente despreocupación, y combinando el registro tragicómico con una sabiduría solo comparable con su juego de cámara, L’ORO DI NAPOLI supone finalmente una de las demostraciones más fehacientes del alcance y validez del mejor cine de Vittorio De Sica.
Calificación: 3’5
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Xavier Sans Ezquerra -