LAW AND ORDER (1953, Nathan Juran)
Algunos años antes de firmar la que finalmente sería la película más reconocida –y probablemente conseguida- de su filmografía –THE 7th VOYAGE OF SIMBAD (Simbad y la princesa, 1958)-, especializándose en una serie de títulos ligados al cine fantástico contando con la égida de Ray Harryhausen, el norteamericano Nathan Juran firmó en una de sus primeras películas -LAW AND ORDER (1953)-, una adaptación de la novela Saint Johnson de W. R. Burnett que previamente ya había tenido acomodo en la pantalla en dos ocasiones precedentes. En este contexto, la primera de ellas –LAW AND ORDER (1932, Edward L. Cahn)- goza de cierto prestigio dentro del primerizo western cinematográfico. No puedo hacer comparaciones con estos referentes, pero sí cabe definir el conjunto de esta producción de la Universal como una típica propuesta de serie B de inicios de los cincuenta, en el que se insertan –con desigual acierto- diversas de las constantes que tuvieron acomodo en el cine del Oeste en aquel periodo. Desde la incorporación activa del paisaje –que ciertamente alcanza efectividad solo en los pasajes iniciales y finales de su metraje-, la adscripción a su vertiente psicológica, el proceso de integración del mundo del Oeste a unos nuevos modos dominados por el respeto a la ley, o la descripción que realiza de un contexto humano caracterizado por la crispación e hipocresía, personalmente considero que es en el último de los rasgos citados, donde el film de Juran ofrece finalmente una cierta espesura. No por ello cabe señalar que nos encontremos ante un título que destaque por su singularidad o logros expresivos. En su defecto, para apreciar las virtudes que adoran esta finalmente apreciable al tiempo que pequeña película, habría que dejar de lado las múltiples ingenuidades y el esquematismo que su desarrollo muestra en más ocasiones de lo deseable, deteniéndonos por el contrario en sus aciertos –que van desde unos agudos diálogos hasta la eficacia narrativa de algunas de sus secuencias, especialmente la brutal pelea que se desarrolla finalmente entre el sheriff protagonista –Frame Johnson (un estoico y al mismo tiempo eficaz Ronald Reagan) y el cacique Kurt Durling (el veterano Preston Foster)-.
Virtudes y defectos que, de alguna manera, se hacen extensivos al alcance que podía alcanzar la eficacia artesanal desplegada generalmente por Nathan Juran a lo largo de su filmografía, en la que ciertos comentaristas han querido vislumbrar una serie de propiedades que, lo confieso, jamás he podido detectar en los títulos del realizador que he tenido ocasión de contemplar hasta la fecha, y eso que un servidor se declara ferviente defensor de esa veta creativa innata al conjunto del artesanado de Hollywood. Es algo que en la película nos plantea la singladura humana del ya citado Johnson, el hombre que ha logrado llevar a la paz la ciudad de Tombstone, y que de la noche a la mañana advierte que su vida en dicha localidad dejó de tener sentido, ya que después de lograr adaptar la población a un contexto más civilizado y respetuoso con la ley, en realidad él ha quedado allí como un peligroso representante de aquella antigua manera de entender la existencia. Consciente de que su tiempo ha pasado y que su continuidad como sheriff de la localidad podía entrañar más un peligro que un beneficio, abandonará su ocupación y viajará hasta Cottonwood, dejando en la célebre población a su prometida –Jeannie (Dorothy Malone)-. Sin embargo, lo que se vislumbraba como un nuevo rumbo, para adquirir un rancho que podría brindarle una segunda oportunidad en la vida, muy pronto le permitirá vivir en sus propias carnes la imposibilidad de abandonar el rol que le ha proporcionado su existencia. Es así como muy pronto advertirá que Cottonwood es una población dominada por el impulso caciquil del veterano Durling, quien en el pasado se enfrentó a nuestro protagonista, resultando gravemente lesionado en uno de sus brazos. La fama que antecede a Johnson le verá forzado a recibir el ofrecimiento de ser jefe de policía de la localidad, cargo que rechazará pero aceptará su hermano más joven. Sin embargo, todo ello no supondrá más que el inicio de una espiral de acontecimientos que alcanzarán un tinte trágico, y que culminarán con el enfrentamiento del mayor de los Johnson contra el cabeza de los Durling. Un combate largo tiempo larvado del segundo contra el primero, que se expresará en la pantalla como una auténtica catarsis y elemento de confrontación, para que el ya veterano hombre de la ley pueda, definitivamente, iniciar una nueva vida, cansado ya de tener que ejercer sin convicción como mandatario de la ley.
Sin duda, hay que introducir LAW AND ORDER dentro del conjunto de producciones que se insertaron o tomaron como punto de partida la descripción de una sociedad en descomposición, manifestando en sus imágenes una nada solapada metáfora sobre el malestar que se estaba viviendo en la sociedad norteamericana con las consecuencias del maccarthismo y la histeria anticomunista. Se trata de un marco en el que cabe introducir el ejemplo quizá inicial de HIGH NOON (Solo ante el peligro, 1952. Fred Zinnemann) y que probablemente tuvo su exponente más logrado en la excelente SILVER LODE (Filón de plata, 1954. Allan Dwan), pasando por otras manifestaciones como la posterior y sobrevalorada BUCHANAN RIDES ALONE (1958. Budd Boetticher). En medio de dicho contexto, lo cierto es que el título que comentamos jamás llega a superar la barrera de lo estimable, en la medida que sus propuestas en muy pocos momentos logran traspasar las barreras del estereotipo. Un nada larvado maniqueismo lastra las posibilidades de un relato en el que fundamentalmente los personajes negativos no atienden ningún matiz de complejidad –atención a ese sheriff corrupto, tan escasamente sutil en su psicología-, mientras que aquellos definidos en su alcance positivo tampoco alcanzan elementos complementarios. Por su parte, ciertas incidencias del relato son despachadas con no poco apresuramiento –por indicar dos ejemplos pertinentes ¿Qué es del bandido que inicia la película junto al protagonista, una vez este abandona Tombstone?, ¿Cómo se puede entender que con una sola visión queden perdidamente enamorados el más joven de los Johnson con una de las hijas de Durling?-.
Quizá sea demasiado pedir dentro de una película que apenas alcanza los ochenta minutos de duración y que, si más no, es innegable que sabe mantener la atención merced a unos buenos diálogos –quizá el elemento más punzante de la reunión-, un atractivo empaque visual –en el que el tratamiento del color resulta de notable importancia- y oportunas pinceladas narrativas. Apuntes que van desde la fuerza que adquiere la secuencia inicial, en la que el aprovechamiento y la terrosidad de los exteriores manejados, logran cincelar el retrato del protagonista, esa panorámica que muestra las tumbas que se describen junto al rótulo de Tombstone –reveladoras del espíritu que en la población reina la aplicación de las leyes que defiende Frank-, o la ya secuencia de la pelea entre el eterno hombre de la ley y el rival suyo, dominada por una garra notable, que logra elevar el apagado ritmo que hasta entonces rige la parte final de la función. Junto a ello, no cabe dejar de destacar dentro de su relativo alcance, el matiz humorístico que advierte la presencia de ese empleado de funeraria que viajará junto al protagonista con su coche fúnebre, unido en la búsqueda de una mayor pujanza de su negocio, tras la ausencia de muertes violentas que rige una Tombstone ya entonces “pacificada”, que permite además un detalle premonitorio cuando dicho carruaje discurre delante del hermano de Frank una vez ha asumido la jefatura de policía, premonitorio de su posterior –y previsible- asesinato.
En cualquier caso, entre un nivel medio atractivo pero carente de grandes méritos, lo cierto es que el film de Juran pierde la ocasión a la hora de mostrar la complejidad de la atormentada personalidad de ese Frame Johnson, condenado a pesar suyo a tener que sufrir en su interior el dilema de ejercer como defensor de la ley, aunque dicha noble condición le impida vivir la paz de su vida. Un dilema de alcance existencial que la película no acierta a mostrar en la pantalla con toda su deseada complejidad, aunque ello no le impida mostrar una estructura dramática dominada por su simetría. Es así como LAW AND ORDER tendrá un inicio y una conclusión basada en espacios exteriores, en cuyo desarrollo se expondrá la paradójica evolución de ese hermano del protagonista que inicialmente se oponía a que el veterano sheriff atendiera el peso de la justicia, mientras que finalmente a punto estará de acabar con él cuando se encuentra a punto de hacerla servir de nuevo, aunque ello pueda motivar su captura ante la misma. Una interesante paradoja que quizá no esté aprovechada en la medida que sí lo pudieran proporcionar otros mucho westerns del periodo, aunque no nos evite contemplar un título aparente en su aspecto y llevadero en su desarrollo.
Calificación: 2’5
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