IL GIARDINO DEI FINZI CONTINI (1970, Vittorio De Sica) El jardín de los Finzi Contini
Fue triunfadora en el Festival de Berlín y ganadora del Oscar a la mejor película extranjera en su año de estreno ¿Alberga esto la más mínima importancia? Por supuesto que no. Pero sin duda IL GIARDINO DEI FINZI CONTINI (El jardín de los Finzi Contini, 1970) supone la última película de relieve en la filmografía de Vittorio De Sica, quien fallecería a finales de 1974. Adaptación de la novela -de tintes autobiográficos- de Giorgio Bassani, a través de un nutrido equipo de guionistas, todos ellos ocultos y aglutinados por Ugo Pirro y Vittorio Bonicelli, la película se describe en la región de Ferrara (Italia), entre los últimos años treinta y primeros cuarenta del pasado siglo, coincidiendo con el periodo fascista en el que el país entró en guerra aliado junto al nazismo.
Todo ello será plasmado en el entorno de dicha ciudad a través de la mirada amable y compasiva del joven Giorgio (un excelente Lino Capollcchio). Joven intelectual hijo de una familia judía, es estrecho amigo de Alberto (Helmut Berger) uno de los componentes de los Finzi Contini. Serán estos una conocida y acaudalada familia judía y burguesa caracterizada por su talante culto y liberal, que residen en una lujosa mansión rodeada de un frondoso y cuidado jardín. Dicho entorno ejercerá casi como un universo balsámico, capaz de aislar a sus felices frecuentadores de la pavorosa realidad que se va forjando en el propio entorno de la población. Una creciente presión del totalitarismo italiano que tendrá su cada vez más dura plasmación en un creciente desprecio hacia el colectivo judío, y que en un momento dado se transmutará en una abierta persecución. Todo ello irá dado de la mano para Giorgio con la creciente desafección vivida por su propia familia, y el desengaño asumido por no recibir en ningún momento el amor que desde siempre ha sentido por Micòl (Dominique Sanda), la hermana de Alberto, que en algunos momentos incluso llegará a mostrarse cruel en la indiferencia que le mostrará, El paso de poco tiempo no solo hará irrespirable la vida de este colectivo judío, sino que se cernirá sobre ellos de manera avasalladora.
IL GIARDINO DEI FINZI CONTINI es una película que en realidad alberga una base argumental muy leve, y es bastante consciente de ello. En realidad, se expresa en la suma de pequeños sucesos, casi irrelevantes, capaces de sumar un estado de las cosas y, sobre todo, el doloroso contraste que forjará su auténtica entraña. Es decir, el aura de felicidad que desprenderán esas jornadas disfrutando de juegos, meriendas y conversaciones en ese jardín que aparece como insospechado microcosmos de felicidad, casi como directa oposición a esa creciente tensión marcada por encima de sus muros, sobre todo de cara a estos representantes judíos de Ferrara, cultos, tolerantes y, en última instancia, pasivos ante una deriva que no pueden orillar, al acercase a su entorno tintes más que sombríos.
De entrada nos encontramos ante un relato que cuida un brillante diseño de producción, al que ayudará el brillante cromatismo de la iluminación en color de Ennio Guarnieri, y la extraña y por momentos hipnótica banda sonora de Manuel de Sica, hijo del realizador. Todo ello confluirá en una de las primeras manifestaciones de esa denominada ‘estética retro’ que se haría muy popular -y molesta- incluso en el cine norteamericano de los siguientes años. Todo ello confluye en un conjunto que, de manera sorprendente, parece estar realizado a cuatro manos. Es decir que en sus imágenes confluyen dos modos de realización no siempre homogéneos, que impedirán que su alcance llegue más lejos de lo finalmente plasmado en sus imágenes. Y es que su discurrir se encuentra alternado con pasajes y secuencias en las que se percibe esa narrativa clásica y certera, con la que De Sica articuló lo mejor de su obra, capaz de acercarse a la entraña de sus personajes. Por desgracia, esta primera vertiente chocará en no pocas ocasiones por un desafortunado uso del teleobjetivo y el zoom, empeñado en destrozar y subrayar situaciones y episodios ya esbozados o intuidos previamente -ese zoom que se dirige a la señal que delimita el cementerio judío en donde se enterrará el cadáver de Alberto-.
Por fortuna, y pese a esas elecciones visuales empañan el conjunto del relato -caracterizado además por una ajustada duración- el film de De Sica parece escapar en numerosas ocasiones de esa chirriante confluencia, hasta llegar a cobrar vida propia en sus mejores momentos, que por lo general se plasmarán en sus numerosos episodios intimistas. Al margen de ello queda esta extraña sensación de libertad compartida que revestirán sus primeras imágenes, tan libres como caóticas, en la que se describe una de las citas en los jardines por parte de sus jóvenes protagonistas, en el que supondrá al mismo tiempo la entrada en dicho círculo del apuesto Giampiero (Fabio Testi), que empezará a hacerse habitual en ese círculo de juventud y vitalismo despierto en aquella abrupta botánica, que la cámara de De Sica plasmará de manera deliberadamente caótica.
A partir de esos momentos iremos percibiendo el celo del padre de Luca para intentar minimizar esa creciente presión depositada en torno a los judíos de la región. La oposición de su hijo, un ser sensible y harto de este atropello -precisamente la relación entre ambos supondrá a mi modo de ver una de las subtramas mejor tratadas del conjunto del relato-. De Sica acertará en una brillante dirección de actores que llegará a hacer soportable a Fabio Testi, o incluso permitirá que el habitualmente inútil Helmut Berger transmita esa debilidad y placidez emocional de su carácter, además de lograr que Dominique Sanda aparezca llena de carnalidad y vigor ante la cámara. Película de miradas antes que de acción o grandes giros, brilla siempre en la manera con la que Luca se adueña de la narración, en esa secuencia que comparte junto a Micòl en una vieja carroza, donde ella por vez primera le señala que solo aprecia su amistad. Poco a poco sus imágenes se irán tiñendo de tinte trágico, aunque ni siquiera en esos momentos sus acontecimientos sean más que sucesos más o menos cercanos, pese a que se desprenda la magnitud de la tragedia que se cierne sobre ellos. Lo observaremos en el picado que describe la última huida de Luca en bicicleta de la mansión de los Finzi Contini. Durante la conversación mantenida con Giampiero. En los momentos confesionales que tendrá junto a su padre, o la indignación del muchacho al ver en el noticiario de un cine secuencias de la actuación nazi. O la delicadeza y el pudor con el que filmarán los momentos finales de Alberto, e incluso la soledad que presidirá su entierro en unas calles desiertas, entre las cuales se encontrará escondido un Luca que ya ha prometido no volver jamás a aquel entorno familiar. Poco a poco, el film de De Sica va alcanzando una creciente temperatura emocional. Lo comprobaremos en la emocionante despedida del joven protagonista a su hermano, al que ha acudido a visitar y entregarle un dinero de su padre, o en el episodio en el que las autoridades llegarán hasta el palacio de los Finzi Contini y con dolorosa ritualidad detendrán a todos sus componentes. El destino unirá en esas salas abigarradas de judíos a Micòl y al padre de Luca -este ha logrado huir junto a su madre- fundiéndose ambos en un abrazo, dentro de unos instantes finales dominados por la emotividad.
Es cierto que IL GIARDINO DEI FINZI CONTINI aparece contaminada por el peso de modas visuales caducas, pero ello a mi juicio no elimina la vigencia de una obra sencilla y contundente, que sabe apelar en voz baja y con delicadeza como crónica de un atroz pasado.
Calificación: 3
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