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CINEMA DE PERRA GORDA

THE PLAINSMAN (1966, David Lowell Rich)

THE PLAINSMAN (1966, David Lowell Rich)

Consagrado a una andadura televisiva tan prolífica como bastante olvidable, en la primera mitad de los sesenta David Lowell Rich ofreció sus pinitos como director para la gran pantalla, internándose en la práctica de varios géneros, que van desde el melodrama –brindando su título más popular, al tiempo que carente de valores; MADAME X (La mujer X, 1966)-, la comedia –ROSIE! (Rosie, una señora riquísima, 1967)- o el cine policiaco –en el que al parecer quizá devenga su título más estimable; A LOVELY WAY TO DIE (Sindicato de asesinos, 1968)- Junto a ellos, también se implicó en el western, del que THE PLAINSMAN (1966) es uno de sus ejemplos, erigiéndose como un remake del lejano THE PLAINSMAN (Buffalo Bill, 1936. Cecil B. De Mille). No soy un especial admirador de la, con todo, apreciable, propuesta de De Mille, pero evidentemente existe una notable diferencia entre el film que protagonizara Gary Cooper, con esta producción de la Universal a color, que contó con el protagonismo de un actor excelente –Don Murray-, aunque ya en aquellos años empezara a perder el vigor y el prestigio que había ido acumulando una década antes.

En este sentido, ya desde sus primeros instantes, comprobamos esa extraña y poco afortunada mezcla de cine del Oeste, comedia e incluso intriga –las indagaciones de Wild Bill Hickok (Murray) para descubrir el artífice del contrabando de armas que enfrenta a indios y oficiales de caballería-. Sin embargo, lo que la película propone fundamentalmente, es el retrato de un hombre simpático, indolente, harto ya de estar al servicio del ejército –la secuencia de apertura será reveladora al respecto-, que siente un respeto hacia los indios –sobre todo a algunos que considera verdaderos amigos; es el caso del Gran Jefe Black Kettle (el gran Simon Oakland), y que pronto descubriremos algunos años atrás fue rechazado en el amor por la popular Calamity Jane (Audrey Dalton). Como punto de partida nada de malo hay en ello. Sin embargo, pronto cualquier espectador acusará en la película un molesto tono televisivo, una ausencia de garra, y del mismo modo una molesta sensación de que el cast elegido no haya sido el más adecuado. Siempre he sido un gran admirador de Murray, pero sinceramente creo que no da la talla en el rol protagonista –pese a los esfuerzos que aplica en ello-. Unamos a esta circunstancia la deficiente argumentación dramática expuesta en el film –sobre todo en el enfrentamiento de Hickok y su eterno amigo Buffalo Bill (Guy Stockwell, también muy desaprovechado), sobre la rigidez y escaso conocimiento que aplicará en el comportamiento el teniente Stiles (un opaco Bradford Dillman), a la hora de mostrar una equivocada rigidez en la respuesta a la ofensiva india –sin saber distinguir las diferencias existentes en dicha raza, tal y como se encargan de subrayar de manera insistente los dos protagonistas del film-.

Pero, con todo, lo más desalentador de un título como el que nos ocupa, es el de no haber logrado atesorar el tono necesario para, al menos erigirse en una película estimable, y a partir de ese asumido tono menor, degustar un western tardío como proliferaron con bastante más acierto en aquellos años. En su defecto, la atonía se adueña del conjunto de su no muy dilatado metraje, Cierto es que aparecen algunos apuntes interesantes –la lucha final de Murray con el responsable del contrabando de armas en un granero-, pero el conjunto deviene deslavazado, y desprovisto de la necesaria unidad de tono. Sus personajes carecen de una mínima entidad, desarrollándose el relato con tanta carencia de interés como ausencia de verdadera tensión. Ni siquiera durante las secuencias en las que Murray es sometido a tortura ante el fuego delante de las dos tribus indias opuestas, la película levanta el vuelo. Es por tanto THE PLAINSMAN un título por completo olvidable, aunque justo es reconocer que esa ausencia de dramatismo y la torpeza en la ingerencia de géneros, finalmente contribuya a dosificar la misma e impedir calificarla como un título irritante, aunque la mediocridad se enseñoree por sus fotogramas.

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