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CINEMA DE PERRA GORDA

MR. SKEFFINGTON (1944, Vincent Sherman)

MR. SKEFFINGTON (1944, Vincent Sherman)

Mezcla de típica producción de la Warner al servicio de una de sus máximas stars –Bette Davis- en la que se inserta a partes iguales comedia y drama, MR. SKEFFINGTON (1944, Vincent Sherman) es, ante todo, un film desconcertante. Lo es en la medida que su largo –excesivo- metraje, oscila entre lo banal y lo conmovedor, en que su componente de comedia en no pocas ocasiones chirría cuando enturbia un relato más o menos bien planteado, o cuando este incorpora al mismo un elemento de crónica de la vida sociopolítica de los Estados Unidos durante tres décadas cruciales para su historia contemporánea. De cualquier manera, y partiendo de antemano en el reconocimiento de esa irregularidad, no cabe duda que su conjunto alcanza un cierto grado de atractivo, lamentando tan sólo la sensación latente que se intuye, centrada en el hecho que una mayor profundización del material dramático que ofrece el film –el guión de los hermanos Julius & Philip G. Epstein, basado en una historia de Elizabeth von Arnim-, hubiera logrado trascender en mayor grado sus posibilidades. Quizá habiendo contado con un realizador de mayor personalidad y agudeza que este Vincente Sherman eficaz y competente, pero al mismo tiempo escasamente capaz de salirse de los cauces que marca la productora, de ofrecer un vehículo para el lucimiento de su protagonista femenina.

La película se inicia en el New York de principios del siglo XX. En medio de un contexto desprejuiciado, se desarrolla la existencia de la joven y deseada Fanny Trellis (Bette Davis). Se trata de una muchacha consciente de su atractivo entre los hombres, que le gusta vivir al borde del abismo, y que no tiene la más mínima preocupación a la hora de sobrellevar una existencia superficial en la que incluso la herencia familiar que posee se vea abocada a la ruina. Será una faceta en la que tendrá un aliado de excepción en la figura de su frívolo hermano Trippy (Richard Waring), cuya voracidad a la hora de insertarse en apuestas de carreras, le llevarán a cometer un desfalco de más de veinte mil dólares en la empresa que comanda Job Skeffington (Claude Rains). Será dicha apurada circunstancia, la que posibilitará la visita de este a la mansión de los Trellis reclamando dicha cantidad, aunque siendo condescendiente con Fanny. Será el primer encuentro, que de alguna manera ligará a dos personas totalmente opuestas, quienes de la noche a la mañana llegarán a casarse, aunque nunca haya una correspondencia entre el amor que Job brindará en todo momento a su frívola esposa. Pese a tener una hija, y a la mediación que en todo momento ofrecerá el siempre prudente George Trellis (Walter Abel), familia de Fanny y Trippy pero más ligado a la sensatez y sentimiento que predominará en la actitud de Skeffington, el paso de los años abocará a la separación de ambos cónyuges, proporcionando el esposo una generosa dotación económica a una Fanny incapaz de asumir ni el papel de madre, ni siquiera mostrar el más mínimo sentimiento de gratitud y cariño hacia un hombre que siempre la ha amado de forma abnegada.

Digamos que si uno se tuviera que basar en esa máxima –que personalmente encuentro muy reveladora- que indica que los primeros minutos de una película predisponen al espectador a vaticinar las presuntas cualidades de la misma, en este caso la predicción no podría ser más negativa. Ese ridículo desfile de acaudalados y estúpidos pretendientes hacen pensar lo peor, a lo que habrá que añadir la cretinez que desprende el personaje de Trippy, o los primeros compases de la sobreactuada y equivocada performance de la Davis, en una de sus caracterizaciones a mi juicio menos convincentes –por más que en su momento recibiera una de sus enésimas nominaciones a los Oscars-. Sin embargo, MR. SKEFFINGTON cobra la necesaria temperatura en el momento que el personaje encarnado de forma memorable por el gran Claude Rains, adquiere un mayor protagonismo en la pantalla. Con su modulación, la entrega y sencillez que brinda su retrato, la película adquiere una calidez y una sensibilidad que, bajo mi punto de vista, proporciona los mejores momentos del film. Momentos como esa inesperada conversación entre ellos, que confluirá en su igualmente inesperada y casi anónima boda, seguida de un viaje de luna de miel entre ambos, brindan a la película uno de sus fragmentos más hermosos. Y es en todos aquellos elementos en donde la interacción –y también los crecientes desprecios-, que sufre Jeb frente a su esposa, en donde por un lado observaremos ese personaje femenino que está definido con ausencia de matices, mientras que el encarnado por Rains ofrece ese aporte de dignidad herida y un amor siempre presente, hacia una mujer que el espectador siempre despreciará –uno de los grandes errores del film residen en no haber incorporado ningún grado de humanización a su personaje-. A partir de dichas coordenadas, el film de Sherman será llevado a cabo con su innata profesionalidad, utilizando con acierto la escenografía de interiores –la pertinencia de secuencias de especial impacto desarrolladas en la escalera central de la mansión de los Trellis-, incorporando a modo de elipsis unas adecuadas pinceladas sociopolíticas que enlazan el paso de los años en nuestros protagonistas, e integrándolos en hechos históricos tan trascendentes como la I Guerra Mundial, la participación americana en la misma, el Crack de 1929, el New Deal de Rooswelt o la llegada del nazismo.

De todos estos elementos se hará mella un film que prefiere por el contrario centrarse en el devenir y prematuro envejecimiento de un ser que solo se preocupó de su aspecto exterior, mostrando incluso hasta a su propia hija un egoísmo envuelto en frialdad. A partir de las tremendas consecuencias que la difteria provocará en la protagonista, se abrirá para ella un abismo de decadencia que no sabrá sobrellevar, aunque entienda en su intimidad la realidad de no representar ya una mujer deseable para nadie –solo lo será para un maduro pretendiente que se encuentra arruinado y busca en ella la posibilidad de salvación económica; plasmado en una secuencia que roza el ridículo-. Fanny consultará a un prestigioso psiquiatra, se gastará ingentes cantidades en postizos que intenten proteger su deteriorado aspecto, y llegará a convocar una fiesta para celebrar su cincuenta cumpleaños, que por su configuración no me extrañaría que sirviera de base para que la que años después rodó Billy Wilder como conclusión de SUNSET BLVD. (El crepúsculo de los dioses, 1950). Pese a su casi dolorosa percepción, lo cierto es que Vincent Sherman nunca apura hasta el fondo las posibilidades del relato, incluso en esos minutos finales que resultan emotivos pero nunca emocionantes, por más que de nuevo la presencia de un hundido Claude Rains conmueva –por su propio trabajo- al espectador, y sirva para que, por única vez en su vida, y quizá con ello alcanzando una definitiva redención a su constante egoísmo, se dedique a corresponder a alguien que la amado desde el primer momento en que se encontró con ella, y que la sigue venerando –quizá por el hecho de quedar ciego tras su internamiento en un campo de concentración nazi-, permitiendo a nuestra protagonista poder seguir manteniendo su ya estéril coquetería.

Como antes señalaba, MR. SKEFFINGTON adolece de una notable irregularidad, aunque no carece de muy buenos momentos, entre los que se podría destacar la intensidad del confesional entre Jeb y su pequeña hija, deseosa de trasladarse con él hasta Alemania, hasta que los dos fundidos en un abrazo deciden viajar juntos, los encadenados que muestran el desinterés de Fanny hacia su hija, mediante los escritos que le manda de año a año, o la declaración de esta, ya crecida, cuando decida abandonarla para unirse en matrimonio con un joven que su madre había pretendido poco antes de caer enferma de la difteria. Pero junto a ello, hay un elemento que deviene chirriante en la película, y me refiero a la banda sonora creada por Frank Waxman. Estoy convencido que con ella quiso aportar una vertiente novedosa, pero la realidad es que acentúa su validez cuando puntea los elementos de comedia que se integran en su metraje –y que a mi modo de ver se encuentran entre lo más prescindible de la misma-, mientras que por el contrario resulta chirriante a la hora de subrayar los crescendos melodramáticos de la misma.

Calificación: 2’5

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