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CINEMA DE PERRA GORDA

GLI UOMINO, CHE MASCALZONE! (1932, Mario Camerini) ¡Que sinvergüenzas son los hombres!

GLI UOMINO, CHE MASCALZONE! (1932, Mario Camerini) ¡Que sinvergüenzas son los hombres!

Partamos de una confesión; no han sido muchos hasta el momento los títulos que he podido contemplar de la filmografía del italiano Mario Camerini (1895 – 1981). Artífice de una filmografía extendida en unos cincuenta títulos -que se internan incluso en el cine silente-, prolongándose hasta los años setenta, el nombre de Camerini representa un exponente más de esa larga pléyade de realizadores que dieron forma, en su conjunción, a la expresión de una de las corrientes más valiosas que generó la cinematografía europea; la italiana. Nombres como el propio Camerini, Germi, Soldati, Freda, Zampa, Mattarazzo, Monicelli… la relación sería extensísima y, en su conjunto, suponen un bagaje de enorme valía aún necesitado de una recuperación en su conjunto. Dentro de esa enorme nómina, recuperar esta pequeña comedia de corte naturalista, aporta por encima de todo la asimilación de Camerini, y quizá el contexto del cine italiano que apenas se insertaba en el periodo sonoro, de ciertas tendencias implantadas pocos años antes en el cine alemán y, con escaso margen de tiempo, en el norteamericano de las postrimerías del cine mudo. Cuando uno contempla GLI UOMINO, CHE MASCALZONE! (¡Que sinvergüenzas son los hombres!, 1932), no puede dejar de remontarse a títulos tan conocidos como BERLIN: DIE SINFONIE DER GROSSTADT (Berlín, sinfonía de una ciudad, 1927. Walter Ruttman),  MENSCHEN AN SONNTAG (1930, Fred Zinnemann, Edgar G. Ulmer, Robert y Curt Siodmak) , o la norteamericana LONESOME (Soledad, 1928. Paul Fejos). Películas que combinaban su trazado tragicómico, por lo general más escorados hacia una comedia de tinte naturalista, intercalando un trazado sentimental inserto de manera evanescente, con un grado descriptivo de la vida urbana y social en donde quedan descritas las ficciones. A partir de esos elementos desarrollarán a través de ellos un grado considerable de libertad formal, que es el que ha permitido que estos y otros títulos emergen, además de por su valor intrínseco, también de sus ciertas debilidades dramáticas, aún casi ocho décadas después de su realización.

Y es que aún reconociendo que nos encontramos ante un producto de limitado alcance, que su propuesta argumental –en el que interviene el citado Mario Soldati- deviene al clásico formulismo “chico encuentra chica, chico pierde chica y chico recupera chica”, y que su anécdota argumental apenas sobrepasa la hora de duración, lo cierto es que GLI UOMINI… aparece como un producto tan evanescente como lleno de vida. Estructurado en tres partes –algo que aparece algo extraño a nuestros ojos-, la película relata en su entramado la relación que desde su primer encuentro, se establece entre Bruno (un joven Vittorio De Sica que por su físico, se asemeja a una mixtura de Buster Keaton y el posterior Jean-Paul Belmondo), mecánico de cierto carácter arrogante, al conocer a Mariuccia (una sensible Lia Franca), hija de un taxista y empleada de unos grandes almacenes –es encargada de droguería-. El contacto de ambos propiciará una serie de equívocos, centrados sobre todo en la inocente fanfarronería de Bruno de aparentar un estatus social que en realidad no posee. Por ello tomará prestado el coche que se encuentra reparando, simulando ser su propietario y portando con el a Mariuccia hasta un restaurante, después de pasar con ella una idílica jornada en un lago tras un largo viaje. El encuentro de Bruno con unas compañeras propiciará que deje a la joven abandonada –a pesar suyo- en aquella pequeña taberna, provocando en ella destetar al que había empezado a considerar como un caballero galanteador. Bruno por su parte será despedido, intentará la aventura como chófer, siempre buscando recuperar la estima de Mariuccia. No será difícil adivinar que la alcance, no sin vivir una serie de vicisitudes dentro de una feria en la que ejercerá como charlatán de ventas de un aparato de aspersores, y cerrarse una especie de círculo al volver a aparecer en escena el padre de la muchacha y otorgar su aprobación a dicha relación.

Como antes señalaba, no es por su entidad dramática por lo que se puede destacar GLI UOMINI…, pero sí por la frescura narrativa que demuestra Camerini al ofrecer con sus imágenes, no solo un documental de enorme vigencia sobre el Milán de aquellos primeros años treinta. En ellas podremos quizá atisbar una galería de personajes bastante esquemática –la duración del film prácticamente obliga a ello, y además tampoco se erige como motor de la función, aunque si que es cierto que el realizador ofrece un especial cuidado con el principal personaje femenino del film-, pero lo cierto es que tras esos primeros minutos en los que se describe la relación entre padre e hija, produciéndose entre ambos un curioso relevo profesional –cuando este regresa de su labor como taxista al amanecer, Maruccia se levanta para acudir a su labor como dependienta-, la película parece despertar. Y para poder apreciar esa frescura que impregna todo su metraje, conviene dejar de lado esa débil anécdota argumental, y valorar en la medida que merece la aplicación de los enunciados documentalistas y naturalistas, heredados de las propuestas cinematográficas antes señaladas. Así pues, asistiremos a un magnífico documental de diferentes aspectos de la vida de aquella época, pero al mismo tiempo estas imágenes serán mostradas con un absoluto grado de experimentalidad y ausencia de prejuicios, impregnando sus fotogramas de una textura que aún permanece revestida de vigencia. Secuencias como la del inesperado viaje que someterá Bruno a una sorprendida Mariuccia, ofrecen una constante sucesión de recursos cinematográficos, mostrando con ello una sensación de verdad, que estoy seguro proporcionaría un especial impacto a los espectadores de la época, a lo que sucederá la breve secuencia frente a un lago –ese recurso tan utilizado con posterioridad en tantos títulos italianos-, fomentando el acercamiento entre ambos. Secuencias como las que ofrece también el extenso episodio desarrollado en una especie de feria muestrario, supone sin duda otro magnífico fragmento, destacando además la arquitectura modernista de la época, el ambiente que se vivía en estas y mostrando, a fin de cuentas, un documento social de inapreciable valor.

Por ello, olvidemos la ingenua resolución del conflicto y la insustancialidad que muestra un engranaje argumental desprovisto de la necesaria enjundia, y detengámonos con la audacia formal, el dinamismo, el alcance experimental de la película, y también, justo es reconocerlo, la ternura que brindan momentos como la tristeza experimentada por Mariuccia al verse abandonada por Bruno, sin conocer las circunstancias que este ha vivido, o el ingenioso montaje con el que se expresa la desazonadora búsqueda de trabajo por parte de este tras ser despedido –y que le llevará a un inesperado reencuentro epistolar con su antiguo patrón-, ocupando con brevedad el oficio de chófer. Son aspectos que sobresalen en un conjunto simple en su faceta argumental, pero caracterizado por su vigencia e incluso experimentalidad en su plasmación puramente narrativa.

Calificación: 2’5

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