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CINEMA DE PERRA GORDA

MIDNIGHT IN PARIS (2011, Woody Allen) Midnight in Paris

MIDNIGHT IN PARIS (2011, Woody Allen) Midnight in Paris

Una de las facetas que a lo largo de su ya dilatada carrera ha proporcionado un mayor número de adeptos al cine de Woody Allen, ha sido la habilidad del cineasta para proponer brillantes situaciones de partida que lograban “enganchar” al espectador, aunque en algunos de dichos ejemplos, las mismas no se vieran correspondidas con un desarrollo que prolongara la altura del mismo. Es una impresión quizá poco compartida, pero en más de un caso he tenido la impresión de que dichas atractivas ideas se exhibían antes como base de extraordinarios cortos, que de un largometraje a la altura de dicho enunciado. Y para ilustrar ejemplos en ese sentido, sería fácil recurrir a la historia de las galletas que iniciaba la simpática SMALL TIME CROOKS (Granujas de medio pelo, 2000) o el comienzo de THE CURSE OF THE JADE SCORPION (La maldición del escorpión de jade, 2001), e incluso a otro nivel me remontaría a la por muchos –no es mi caso, aunque me parezca una comedia romántica estimulante- mitificada THE PURPLE ROSE OF CAIRO (La rosa púrpura de El cairo, 1985). Pues bien, MIDNGIHT IN PARIS (2011) viene a suponer una nueva apuesta de Allen por este tipo de componentes argumentales, introduciendo en el relato una situación cercana a un sentido fantastique, que por momentos –y en otro ámbito- me recuerda a títulos tan alejados por otra parte, como THE LOST MOMENT (Viviendo el pasado, 1947. Martin Gabel) o la menos apasionante pero nada desdeñable THE HOUSE IN THE SQUARE (1951, Roy Ward Baker).

En esta ocasión, el film de Allen se inicia con una bellísima sucesión de planos fijos pero con situaciones en movimiento, en las que el espectador se queda hechizado ante los encuadres “de tarjeta postal” que contempla –recordándonos el de MANHATTAN (1979)-, y situándose en la mente de su protagonista masculino –Gil (un Owen Wilson quizá en el mejor rol de su carrera, sabiendo además imitar los tics habituales del Allen actor)-. Tras dicho episodio visual –que se expondrá antes de los títulos de crédito-, este comentará de manera admirativa el impacto que le ha ofrecido la ciudad, aunque no esté dispuesto a residir en la misma. Gil es un reconocido guionista de Hollywood que se encuentra a punto de casarse con Inez (Rachel McCadams), y que de manera paralela está ultimando una novela, con la que pretende postularse como hombre de letras y abandonar para siempre la frivolidad de su implicación en el cine. En definitiva, su vida se encuentra casi al borde del caos, entre la inseguridad que le plantea la cuestionable valía de su novela y los crecientes recelos que mantiene de manera interna con Inez, a los que ayudará no poco la actitud reaccionaria de los padres de la muchacha –simpatizantes del Tea Party-, y la creciente sensación de que la cercanía de la boda, no hace más que poner de manifiesto la incompatibilidad de la pareja, puesto que los posibles contrayentes en realidad apenas tienen nada en común.

A partir de ese momento, es cuando Allen introduce uno de esos ingeniosos “planteamientos imposibles” proponiendo un insólito viaje en el tiempo en plena noche del viejo París, trasladando en un coche de época a Gil hasta una fiesta… en la que se encontrará con el mismísimo Scott Fitzgerald y su esposa. Será el inicio de una estupefacción para el protagonista, quien en apenas horas conocerá y conversará con figuras legendarias de los años veinte, como los ya citados, Gertrude Stein –a la que pedirá que revise su borrador de novela-, Ernest Hemingway, Luis Buñuel, Salvador Dalí, Man Ray, el torero Juan Belmonte, o incluso Pablo Picasso. Para un hombre que no encuentra en su vida habitual más que elementos para la rutina tras su aparente comodidad económica y social, el encuentro y sentirse partícipe de un periodo inimitable de la cultura del siglo XX, supondrá el motivo perfecto para proseguir en dichas veladas, por más que estas vayan provocando la suspicacia de su novia –que hasta entonces se han dejado llevar por la insoportable pedantería expresada por Paul (Michael Sheen)-, alardeando en todo momento de sus conocimientos culturales –faceta esta en la que aparecerá fugazmente la ex primera dama francesa, Carla Bruni-. Incluso el padre de Inez contratará a un detective para que siga los pasos a su futuro suegro -provocando en los últimos momentos del film uno de los mejores gags de la filmografía alleniana-.

De todos modos, lo importante en este MIDNIGHT IN PARIS, reside bajo mi punto de vista en la capacidad demostrada por el realizador newyorkino para haber recurrido a uno de esos puntos de partida ingeniosos, sin que su resultado se resienta de ello. Es decir, en su ajustado metraje –al que no dejo de reconocer, no obstante, le sobran unos diez minutos- plantea la descomposición de una relación basada en la comodidad mutua antes que en el amor verdadero. Y lo expresa recurriendo a una narrativa eficaz, en la que los diálogos siempre brillantes e incisivos no ahogan una puesta en escena sencilla y eno no pocos momentos inspirada. En realidad, creo observar que en la mayor parte de sus últimas películas, el cine de Allen ha adquirido una cierta serenidad narrativa, que quizá a algunos les parezca producto de una senectud, pero que personalmente valoro de forma más positiva que varios de los exponentes que forjaron su cine en los últimos diez o quince años. A partir de una planificación adecuada en la que el uso de planos generales y la inserción de primeros planos se erigirán como eje de la película, su director logra imbuirnos en una insólita propuesta feerie, logrando algo tremendamente complejo en el cine de nuestros días, como es plasmar una combinación del pasado y el presente en la misma función, logrando que dicha premisa argumental ofrezca la suficiente lógica a algo que en la racionalidad carece de la misma.

Esta circunstancia tendrá su impecable pertinencia al vivirlo de manera inicialmente estupefacta por el frustrado Gil, quien quedará maravillado por ser testigo y partícipe de un momento de especial efervescencia cultural y creativa en el Paris de los años veinte ¿Era realidad ese contraste con la rutina actual, o no suponían dichos inesperados encuentros ello más que un espejismo como escapatoria ante la situación que vive el escritor en esos momentos de crisis personal y creativa? En un momento determinado, y cuando junto a Adriana, una de las mujeres que poblarán el mundo de los célebres artistas de aquel tiempo, logre mágicamente retroceder en el tiempo junto a Gil, y vivir la magia del “Can Can”, departiendo con pintores como Toulouse Lautrec y otros compañeros de generación, esta argumentará –sosteniendo el mismo criterio que su acompañante en su comparación con su origen contemporáneo- que el tiempo que dejó era aburrido, y el que ha experimentado esa noche excitante. Será el momento en el que el frustrado guionista asuma la moraleja de la extraordinaria aventura vivida, del privilegio casi inexplicable que le ha iluminado en estos días en París, que modificarán el futuro de su vida –dejará de forma definitiva a su esposa y decidirá continuar en la capital francesa al menos durante un tiempo-. Y es que Gil en realidad comprenderá la importancia del momento en que la vida llegó a cada persona, y la necesidad de cada ser humano de tener la suficiente valentía para afrontar el marco en el que ha de desarrollar su existencia.

Todo ello, será expuesto en MIDNIGHT IN PARIS con un tono ensoñador, en el que la acaramelada y dulce fotografía en color propuesta al alimón por Johane Debas y Darius Khondji –supongo que uno de ellos asumiría las secuencias nocturnas de los viajes en el tiempo del protagonista, y el otro las de índole diurno-, unido a esa serenidad estimo ya asumida en el último cine de Allen, contribuyen a redondear un conjunto que, sin estar a la altura de otras propuestas suyas rodadas en los últimos años –sin ir más lejos, la previa YOU WILL MEET A TALL DARK STRANGER (Conocerás al hombre de tus sueños, 2010) me parece más lograda-, no es menos cierto que ratifica la vigencia del cine de este venerable anciano, mejorando o depurando para mi gusto, una serie de elementos que en épocas precedentes empobrecían su cine ¿La lucidez de quien va intuyendo cercana la conclusión de su obra? El tiempo lo dirá, máxime cuando una película como la comentada se erige ante todo como un canto vitalista.

Calificación: 3

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