THE STRUGGLE (1931, David W. Griffith)
Cuando uno se asoma a un título de la rotundidad, la imperfección, la sinceridad, la sensación de erigirse como un extraño islote, como es THE STRUGGLE (1931, David W. Griffith), tiene la sensación de recibir un puñetazo. Una bofetada que el veterano maestro propinó a una sociedad que quizá se encontraba reflejada de modo tan profundo, como para aceptar lo que le proponía esta visión de un cineasta que ya de forma definitiva, iba a ser ignorado por todos aquellos que nunca hubieran podido forjar ese arte ya consolidado que creara a base tanto de intuición, como de la mixtura de referencias culturales que forjaron su obra. Lo que asombra en esta producción de abierta serie B, que por momentos aparece casi miserable en su producción, es ese arrojo, esa mirada sin contemplaciones, e incluso esa ya señalada imperfección con la que Griffith se arroja hasta la entraña en el retrato de una sociedad urbana, traumatizada por la Gran Depresión, aunque en principio se centre en ella a través de la historia de una víctima del alcoholismo en el periodo de la prohibición del mismo. El ingenuo, idealista y voluble Griffith ya hace mención de ellos en unos rótulos que parecen limitar el radio de acción de las imágenes que se sucederán. Sin embargo, poco a poco su devenir parece contradecir la simpleza de dicho enunciado, como si lo que lo que planteara en la pantalla –basado en un guión de Anita Loos, John Emerson y el propio cineasta, no acreditado-, se escapara por sí solo.
Lo que está claro es que, aún sin considerarla un logro absoluto, y sin ubicarla dentro de las cimas del cine social de aquellos años –la que va de THE CROWD (…Y el mundo marcha, 1928. King Vidor) a HEROES FOR SALE (Gloria y hambre, 1933. William A. Wellman), por citar dos referencias de relieve, una silente y otra sonora-, la propia singularidad –y también, y por que no decirlo, la autenticidad que ofrece la propuesta-, unido al hecho de que siga apareciendo como un título ignorado y olvidado –como por otro lado sucede con los títulos sonoros del cineasta, todos los que he podido contemplar caracterizados por sus limitaciones de medios e interés-, es por lo que resulta casi obligado referirse con entusiasmo ante una película cuya sinceridad se extiende por las fisuras de su casi ascético diseño de producción. THE STRUGGLE se inicia con una secuencia que nos remite a la sociedad norteamericana de 1915. Se desarrolla en una fiesta en exteriores, describiendo las breves conversaciones de diferentes personajes. Muy poco después –la película no llega a alcanzar los ochenta minutos de duración-, otra secuencia nos lleva al inicio de los “felices años veinte”. En ella el baile y la aparente felicidad de los presentes en el plano, ya dejan entrever la dependencia con ese alcohol que se erigirá en el metraje como casi una involuntaria metáfora del hundimiento de una sociedad en la que el progreso se ha revelado tan frágil como, por otra parte, ha sucedido en todos los tiempos, en los que junto a periodos de pleamar se han sucedido cuando menos lo esperaban los ciudadanos, una bajamar que siempre nos ha pillado a contrapelo. En esta ocasión, la acción se centrará en la odisea vivida por el matrimonio Wilson, un trasunto de los Smith de la citada THE CROWD. Se trata de una pareja media, en la que Jimmie (Hal Skelly) es el esposo, y un hombre tan primitivo como bondadoso y trabajador. Un ser que cuenta con la constante ayuda y apoyo de su esposa Florrie (Zita Johann), una mujer responsable, discreta, luchadora, madre de una hija –Nina-, y sin cuyo sostén la vida del protagonista no hubiera podido lograr ni el más mínimo atisbo de estabilidad. Y ello pese a ser un trabajador modelo, que incluso es referenciado por su jefe y cuenta con una hermana menor –Nan (Charlotte Wynters)-, que se encuentra ligada al joven Johnnie Marshall (Jackson Halliday). Son una joven pareja que se encuentra mimada por el matrimonio protagonista, dentro de un marco familiar sino idílico, sí al menos revestido de autenticidad.
Sin embargo, muy pronto poniendo sobre el tapete la presencia del alcohol, la tentación guiará el futuro al buenazo de Jimmie. No cabe duda que Griffith seguía siendo ese lúdico y al mismo tiempo ingenuo moralista, describiendo con aparente descuido ese descenso a los infiernos en el que se verá introducido el ingenuo y primitivo Jimmie, llevando con ellos al conjunto de una familia, quien vivirá en carne propia las consecuencias de un mundo que se desmorona tanto para ellos, como para muchas de los ciudadanos norteamericanos de su tiempo. Una de las grandes cualidades de este film estriba en la condición de fresco humilde pero revestido de sinceridad de una sociedad profundamente traumatizada, a través de la mínima excusa argumental de la caída en el alcoholismo de su protagonista. En secuencias sencillas, teniendo como epicentro –y escenario predominante-, los distintos hogares en los que residirá la familia Wilson, a partir de pequeñas pinceladas, de secuencias secas, de detalles casi insignificantes –ese cobrador de la póliza de seguros-, e incluso situaciones que pueden a primera instancia causar asombro por su simpleza, Griffith logra establecer un marco pavoroso de desolación humana. Retornando a la entraña de melodramas silentes tan perdurables como BROKEM BLOSSOMS OF THE YELLOW MAN AND THE GIRL (Lirios rotos / La culpa ajena, 1919), la película discurre en una espiral de destrucción colectiva, en la que la resignación y la dignidad de Florrie, se erigirá como un contrapeso no para evitar el casi terrorífico mundo en el que por propia voluntad –o quizá por ausencia de la misma- se verá imbuido. Y a su rededor, el espectador irá contemplando como un hombre dotado de una estabilidad emocional y laboral, prácticamente lo perderá todo por su progresiva dependencia del alcohol. Lo verdaderamente auténtico en la propuesta de Griffith, reside en el hecho de narrar este proceso con voz callada pero imágenes directas, casi a dentelladas, huyendo por completo de un acabado fílmico pulido, que quizá en su momento pudo despistar el público de su tiempo –sin duda asustado ante lo que contemplaba, ya que les podía afectar más de cerca que lo que pudiera parecer-, y cuyo rotundo fracaso sirvió como puntilla para el ya inexistente futuro fílmico de su artífice. Lo cierto es que en THE STRUGGLE no hay lugar para las florituras. Tan simple es contemplar como Jimmie hunde su prestigio laboral asistiendo borracho a una fiesta que se organiza en su propia casa, y a la que ha acudido su jefe, como viviendo en carne propia el ser timado por un desaprensivo y su fémina cómplice, que les robarán los tres mil dólares que albergaba en su póliza de seguros. Poco a poco contemplaremos como Jimmie tan solo tiene una opción para permitir que su familia sobreviva: huir de ella. Sin embargo, ello no evitará que Florrie tenga que abandonar su casa –estremecedora por su simplicidad-, en esa secuencia en la que sus limitados enseres son sacados a la calle de forma mecánica por empleados de la mudanza. En un instante casi a escondidas, Jimmie visitará esa vivienda ahora vacía, reflexionando desolado ante el vacío de ese mundo que forjó en un pasado no tan lejano como cabeza de una familia de la que se ha autoexcluido con tanta dignidad como aterradora lucidez.
A través de una narrativa sencilla, simple, como si se expresara dentro de una crónica a flor de piel, sin recargar las tintas, THE STRUGGLE no obviará las circunstancias colaterales que brindará la caída de Jimmie, como la separación de su hermana del compromiso que mantenía con Johnnie, el hecho de que esta se ausente a vivir a otro lugar, o la decadencia que sufrirá Florrie y su hija al vivir en un apartamento lúgubre, del que tendrán que ausentarse, hasta bordear los límites de la miseria –la hija se ofrecerá para vender chucherías en plena calle-. Mientras realiza esa labor indigna de una menor, sus amigos le anunciarán con mal disimulada malicia –ya se sabe, la falsa inocencia de los niños-, que han visto a su padre con las pintas de un mendigo. Será el inicio de la catarsis, el episodio más memorable del film de Griffith, a la altura de cualquiera de sus fragmentos más reconocidos, y en la que su profundo conocimiento de las claves del melodrama más hondo, se dan cita en la visita al mugriento y siniestro apartamento en el que Jimmie se refugia, contemplado con asombro por su hija, a la que no reconocerá. Un fragmento digno de los instante más perdurables del GREED (Avaricia, 1924) de Erich von Stroheim o el eternamente recurrente THE CROWD, en el que se refleja esa capacidad de Griffith de profundizar en los rincones mas recónditos del alma humana. Será el momento del reencuentro con Florrie –que ha sido avisada por la propia hija del lugar en donde se encuentra su esposo-, en una solución narrativa que deviene una actualización de la célebre “salvación en el último minuto”. No hará falta más. Era ya demasiado. De ahí quizá la opción por una redención y recuperación de Jimmie, y una recomposición casi imposible de creer de esa familia que ha sufrido unas traumáticas vivencias. Ni siquiera la plasmación de ese happy end, tan poco creíble como escasamente tranquilizador, impidió que el espectador de la época diera la espalda a esta valiente propuesta de Griffith. Fue por ese injusto rechazo, el testamento fílmico de un hombre ingenuo y contradictorio pero, como todos los grandes artistas, sincero en aquello que plasmaba, y que no dudo vería con amargura como sus últimas apuestas fílmicas eran recibidas con tanto desdén industrial y de público. Lo peor de todo no es ello, sino el hecho de que ochenta años después, un título de las considerables virtudes de THE STRUGGLE, no haya recibido el reconocimiento que merece, dentro de la no demasiado amplia galería de dramas sociales generados en el cine norteamericano a lo largo del tiempo.
Calificación: 3’5
2 comentarios
Juan Carlos Vizcaíno -
J.C. Alonso -