Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

THE ARTIST (2011, Michael Hazanavicious) The Artist

THE ARTIST (2011, Michael Hazanavicious) The Artist

No cabe duda que THE ARTIST (2011, Michael Hazanavicius) ha sido uno de los acontecimientos cinematográficos del año. Su catarata de galardones, ratificada con la obtención de cinco estatuillas de la Academia de Hollywood –entre los que se encuentra el de mejor película- fue rodeada de una casi entusiasta acogida de público y crítica… de la que poco a poco se fue acompañada la opinión de ciertos comentaristas que personalmente considero de especial fiabilidad. Críticos que se desmarcaban del entusiasmo generalizado, matizando la condición de juguete superficial que, para ellos, proponía esta en apariencia sincera apuesta del francés Hazanavicius por la gloriosa etapa del cine silente. Pero había que tomar partido con la contemplación… y lo cierto es que la misma en poco ha modificado el criterio preestablecido que mi intuición me dictaba. No quiero con esto alardear de profundo conocimiento –recuerdo la controversia provocada en su momento con NUOVO CINEMA PARADISO (Cinema Paradiso, 1988. Giuseppe Tornatore), detestada por no pocos críticos, pero que a mi me sigue conmoviendo-. Simplemente se trata de ratificar que considero el film de Hazanavicius como un aceptable, previsible, por momentos atractivo, juguete fílmico, que de entrada no logra su apuesta por erigirse como una propuesta metacinematográfica reflexionando sobre los últimos instantes del cine mudo, y quedándose sin entrar en la puerta de lo que podría haber ofrecido, una reflexión en torno a la importancia esencial de la imagen en el Séptimo Arte, o el retroceso que supuso en él la llegada del sonoro. Nada de ello se queda en esta con todo apreciable producción, que nos acerca mucho más a la superficialidad de las apuestas giradas en la década de los setenta por Mel Brooks –YOUNG FRANKENSTEIN (El jovencito Frankenstein, 1974) ; bastante superior, y SILENT MOVIE (La última locura, 1976), considerablemente inferior-. Junto a ellas, propone por el contrario una mirada superficial, complaciente, que se inicia con la filmación en la que el actor George Valentin (un irregular Jean Dujardin), se encuentra interpretando el rol de un personaje de serial, en una secuencia en la que atacado por unos villanos, señala que se negará a hablar. Es decir, desde el primer momento la función se ofrece proponiendo un doble juego sobre la decadencia de una estrella del cine mudo, con los modos de la producción silente –un poco como lo que, con otro argumento, aportaba la excelente SHOW PEOPLE (Espejismos, 1928. King Vidor). En este contexto, es bastante simple la manera con la que la película describe el estrellato y la vanidad que esgrime la estrella –sin duda basada en una mixtura entre John Gilbert y Douglas Fairbanks-, en una secuencia inicial bastante banal en la que niega el debido realce a la protagonista de la película que se acaba de estrenar –y de la que hemos contemplado esas imágenes de tensión-.

En realidad, THE ARTIST propone un recorrido argumental bastante previsible para todos aquellos que hemos seguido e incluso amado las producciones centradas en “el cine dentro del cine”. Tomando como especial referente las diferentes versiones de A STAR IS BORN (William A. Wellman, George Cukor…), con bastante esquematismo, pero al mismo tiempo con esa simpleza carácterística del cine mudo al que homenajea, la película nos muestra el contacto que Valentin mantiene con una extra –Peppy Miller (Bérénice Bejo)- quien poco a poco irá introduciéndose en los estudios en los que el protagonista es estrella indiscutible, aprovechando de manera inesperada la llegada del cine sonoro, que resultará letal para la hasta entonces indiscutible estrella. La película no muestra excesivas sutilezas a la hora de describir las razones por las que esta caerá en desgracia en los estudios –el productor encarnado por John Goodman se limita a decirle que solo es pasado-, arruinándose al invertir en una película dirigida, producida y protagonizada por él, que coincidirá por su apuesta por el desprecio de la palabra y la llegada del crack financiero de 1929, con su ruina personal. Será echado de su mansión por su esposa, vivirá algún tiempo con su fiel criado Clifton –maravilloso James Cromwell- en una desconchada residencia, hasta que decida despedirlo después de tenerlo un año sin poderle pagar. Por su parte, Peppy llevará una carrera fulgurante, convirtiéndose en una gran estrella, y secretamente apoyará a George sin que este se de cuenta –será impactante el instante en el que en la mansión de esta descubra como le ha comprado en una subasta todos los objetos que poseía como patrimonio-. La situación se tornará tan pesimista para nuestro protagonista que protagonizará un intento de suicidio incendiando el celuloide inflamable que albergaba, con la sola excepción del rollo en el que se plasmaba la prueba del primer encuentro suyo con Peppy –el instante en el que ella descubra en el hospital la misma, será sin duda uno de los más hermosos y sinceros del film-.

En suma, para poder degustar los moderados pero existentes atractivos de este film tan sobrevalorado, y que ya de antemano preveo caerá en el olvido con tanta rapidez con la que ha sido ensalzado y galardonado, creo que hay que dejar de lado ese componente cinéfilo –que sin duda atraerá a aficionados quizá menos conocedores de tantas y tantas muestras superiores de este subgénero-, pensar antes que nada que en realidad la película no propone nada que no haya sido planteado con mayor sinceridad e intensidad en otros muchos títulos, y de alguna manera lamentar que esa reflexión sobre la presencia del lenguaje, culmine de forma tan chirriante y facilona. Por el contrario, cabe quedarse con la simplicidad de su enunciado, con las miradas de esos actores –sobre todo los ya citados Cromwell, la Bejo, incluso la veterana y fugaz presencia de Malcolm McDowell-, en la utilización de ese perro que salvará la vida de su amo –no soy el primero en decirlo, como el Flake de la maravillosa UMBERTO D (1952, Vittorio De Sica). Es en la propia configuración de sus elementos melodramáticos, donde se encuentra el auténtico corazón de una propuesta fugaz, juguetona, que aborda quizá demasiadas cosas pero se queda en tierra de nadie, pero a la que no se puede negar que en su propia insustancialidad al menos ofrece una planificación ajustada –más en pocos momentos inspirada-, dejando en el aire a las nuevas generaciones la posibilidad de hacerles evocar que hubo un maravilloso periodo en el cine que se regía por el poder de la imagen. Hace poco meses, el reestreno de WINGS (Alas, 1927. William A. Wellman) en Estados Unidos, permitía albergar la posibilidad de una revalorización de esa base fundamental para el mismo. Me temo que no será más un espejismo, en una demanda formada por un cine de palomitas regido por el plano corto y las 3D. Es, en realidad, el reto que parece proponer THE ARTIST, y que en realidad no ha conseguido en absoluto, erigiéndose en una propuesta tan astuta y apreciable, como en último término insustancial, en la que he optado por no detenerme en la infinidad de citas cinéfilas que contiene su ajustado metraje. Es un ejercicio que en modo alguno contribuye a valorar su contenido, simplemente un juego más de los que propone la misma.

Calificación: 2’5

0 comentarios